Por: Francisco Quintanilla
Esperando “como agua de mayo” es una expresión del saber popular, que se utiliza, cuando alguien está esperando algo que necesita con muchas ansias y que, para los agricultores, no sólo representaba y representa, el inicio del invierno, sino que también la pauta para comenzar a sembrar y la esperanza de obtener una buena cosecha.
Esta expresión, cargada de ilusiones y expectativas, en el pasado no muy distante, es decir, en la época de los años ochenta para atrás, sin darnos cuenta, los que disfrutamos de muchas maneras sanas nuestra niñez, se convirtió en la entrada a una dimensión, donde lo imposible resulta posible, donde lo cuantificable resulta no medible, un lugar donde el tiempo no existe y si existe, trascurre sin premuras y sin prisas, donde la libertad adquiere su liberación total.
Con el inicio de las primeras aguas de mayo, y por tanto del invierno, iban apareciendo una serie de animalitos, que, con religiosidad biológica, reproducían año con año su ciclo natural en el escenario imaginativo de todos los niños y niñas, y sobre todo de los más empobrecidos materialmente pero más enriquecidos espiritualmente.
Con las primeras aguas de invierno, comenzaba a aparecer las luciérnagas, los zompopos de mayo, los escarabajos (curruncos) y con un mayor rejuvenecimiento las ranas y los sapos.
Estos grandiosos animalitos que no sólo forman o formaban parte de la vida natural, sino que como geniales poetas, pintores y cantores esculpieron nuestras alegrías y apaciguaron nuestras tristezas. Todos ellos formaran parte de nuestro escenario imaginativo y lúdico.
Doñas luciérnagas, por montones, con sus culitos pispileantes iluminaban las noches más oscuras en los cercos llenos de matorrales. Como niños, siempre intentábamos atrapar más de alguna luminaria con nuestras manos, para que nos encendiera nuestra imaginación e iluminara nuestro camino en nuestro indetenible transitar de la niñez a la adultez.
Las intermitentes lucecitas de las maestras de la iluminación siempre me parecieron, como pequeñas estrellas caídas del cielo, dispuestas a agrandar nuestras alegrías y a empequeñecer nuestras tristezas. Luces intermitentes, insuperables por cualquier luminaria artificial creada por el hombre.
El mes de mayo con sus lluvias, daban el banderillazo, para que los zompos de mayo, hicieran su aparición, con su danza de madrugada o nocturna alrededor de los postes del tendido eléctrico y debajo de sus lámparas o focos.
Estos zompopos regordetes y aludos con su ronroneo, salían al igual que las luciérnagas de la tierra, por montones. Como niños con cierta maldad infantil atrapábamos más de alguno para echarlos en la cueva de los zompopos tradicionales para ver como pelaban, pero para nuestra decepción, había entre ellos una especie de acuerdo de paz.
Luciérnagas y zompopos de mayo, mientras unas iluminaban el escenario, los otros danzaban sobre él. Pero iluminación y danza, era insuficiente sino existía la música. Siempre luciérnagas y zompopos de mayo, necesitaron de la sinfónica de los sapos y de las ranas, como también de guardianes que no permitieran que se generara desorden en el público, siempre necesitaron de los escarabajos fuertes como un camión de doble tracción o como tractores que araban la tierra húmeda y fértil.
Escuchar los cantos y cantares de los sapos y de las ranas en sus conciertos matinales y nocturnos son espectáculos auditivos cada vez más escasos de disfrutar. La pavimentación de muchas calles y la eliminación de muchos matorrales ha hecho de que el agua corra y ya no se filtre y tampoco genere charcos como el hábitat natural de estos animalitos que se resisten a desaparecer.
Luciérnagas, Zompopos de mayo, sapos, ranas y escarabajos se resisten a desaparecer. En la actualidad, en cada año que llega y que luego pasa, todos estos preciosos y necesarios animalitos, su población es cada vez menos numerosa, producto de una pandemia y de una cuarentena centenaria a que han sido sometidos por el animal más desequilibrador, destructor y contaminante de la naturaleza: el ser humano.
Los niños y niñas actuales, que han nacido en el mundo dominado por la tecnología y por lo virtual, no han tenido la oportunidad de apreciar la belleza que hay detrás de las luminarias de las luciérnagas, de la danza de los zompopos de mayo, del cantar de los sapos y ranas, ni detrás de la fortaleza de los escarabajos.
No hay duda, que el ser humano en su estado de adultez, es quizá, el único animal que no se quiere así mismo; sigue de necio y de ciego destruyendo la naturaleza, destruyendo el planeta, destruyendo su casa. Necios y ciegos, porque en la medida que destruye la naturaleza, el planeta, se destruye así mismo, y con su destrucción se lleva de encuentro el derecho que tienen todos los niños y niñas a disfrutar de los esplendores de la naturaleza y poder tener una vida sana e imaginativamente humana.
El mercado capitalista y los dueños que lo administran, con su obsesiva y acumulativa ambición de riqueza y de poder, ha ido con su maquinaria neoliberal destruyendo la naturaleza, transformando todo lo que encuentra en su paso, en mercancía.
Los grandes tiburones del capitalismo con su maraña neoliberal, ya nacieron sordos y ciegos, no son capaces de escuchar y ver los clamores y reclamos de naturaleza como los como los clamores y gritos desesperados de la inmensa mayoría de la humanidad, de los injustamente excluidos, de los injustamente empobrecidos.
Los grandes tiburones del capitalismo neoliberal entre la destrucción o el respecto por la naturaleza, han optado por la primera; entre la vida o la muerte han decido rendirle culto a la muerte.
Estos grandes tiburones del capitalismo entre la apropiación obsesiva de la riqueza y el hambre generalizada y agudizada de la inmensa mayoría de la humanidad, han preferido deificar la riqueza y cosificar y exterminar la vida humana y de la naturaleza.
Estos inmensos tiburones capitalistas neoliberales, con su maquinaria y tecnología, le han negado a los niños y niñas actuales el derecho a soñar y ha disfrutar sana y solidariamente su niñez, les han negado el derecho a creer lúdicamente que un mundo distinto es posible; un mundo donde no exista el hambre, la guerra, la envidia, sino un mundo donde la paz, la solidaridad y la armonía con la naturaleza sea el denominador común de la especie humana. Un mundo donde, las especies animales y vegetales convivan como arte de magia en un escenario, donde los adultos sin dejar de ser niños, respeten y amen a la naturaleza como así mismos.
Pero mientras tanto eso no ocurra o se procure revolucionariamente su ocurrencia, continúa lamentablemente no sólo la desaparición progresiva y acelerada de las luciérnagas, de los zompopos de mayo, de los sapos y de las ranas, de los escarabajos y de otros animales como las cigarras (chicharras), sino que también del ser humano. Toda esta destrucción que los grandes capitalistas neoliberales están ocasionando es indicador escatológico de que el fin del mundo está lamentablemente muy cerca, a menos que la humanidad entera y sobre todo de los pueblos oprimidos reaccione organizativa y revolucionariamente a tiempo.
Como esperando el agua de mayo, la naturaleza espera que las luciérnagas, los sapos, las ranas, los escarabajos vuelvan a surgir por montones de la tierra húmeda, y con ellos, que vuelva a retoñar la vida imaginativa, libre y liberadora propia de los niños y niñas, libre de maldades, de preocupaciones y riesgos generados por una pandemia, donde los virus y bacterias han sustituido a las luciérnagas, zompopos de mayo, ranas y sapos, escarabajos y cigarras.
Como esperando las aguas de mayo….
30/05/2020.
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