Los salvadoreños constituimos una de las sociedades más violentas del mundo. La violencia es un pan cotidiano tanto en los hechos como en las palabras y en nuestra estructura de pensamiento. Las Maras y el crimen organizado la llevan diariamente a su máxima potencia. Es una espiral que no parece tener fin y cada cierto tiempo escala.
El año comenzó con el incremento del número diario de muertes violentas. Luego surgió la masacre como fenómeno que no veíamos desde hace años. Este domingo 20 de junio escalamos a una matanza sin precedentes. Un bus incendiado con los pasajeros dentro.
La lógica reacción de rabia lleva a muchos a plantear la limpieza social. Que solo matando los delincuentes podremos resolver el problema. En el fondo, la misma tesis de los que a principios de los ochenta consideraban que con unos 200,000 muertos se resolvía el conflicto armado. Era también una limpieza social por otras razones. Hitler intentó limpiar el mundo de judíos. La solución final era otra especie de limpieza social.
La mayoría de los que claman, desde el anonimato de los comentarios en la WEB, que hay que tomar un arma y matar a los mareros de la colonia, son incapaces de hacerlo. Si tuvieran el coraje de actuar se quedarían callados y simplemente lo harían. En el fondo incitan a hacer a otros lo que no se atreven ellos. Proponer esa solución es NO PROPONER NADA.
Solo imaginemos (pero con realismo) ¿Quiénes en realidad van a salir a matar mareros? ¿Los mareros se van a quedar de brazos cruzados esperando que lleguemos a matarlos? ¿Cree usted que puede tomar un arma, matar a tres mareros a sangre fría, y luego llegar a su casa, besar a su familia, como si nada? ¿Qué va a hacer si la policía descubre que usted mató a esos tres mareros? ¿Cree que los mareros no van a tomar venganza con su familia cuando salga en los diarios, esposado con rumbo a Mariona? El aparecimiento de héroes vengadores es ficción que vemos en las películas. En la realidad NO EXISTEN.
Por ello considero que no se vale comentar desde el anonimato solo para calmar la rabia, sin darnos cuenta que la violencia verbal es también otra forma de violencia. Los mareros, esos “Huerfanitos de Aída Santos”, que quemaron el bus con la gente adentro, no vinieron de Marte. Son engendros de nuestra sociedad podrida. Si matamos mil, aparecerán otros dos mil y con más justificación para matar.
Nos guste o no, las maras son consecuencia de la desintegración familiar, de la falta de oportunidades, de la sociedad excluyente que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Todo esto en un caldo de cultivo de 20,000 kilómetros cuadrados en que seis millones de salvadoreños compartimos, casi 300 habitantes por Km. Cuadrado.
Mientras muchos piden matar mareros, la derecha pide la cabeza de los funcionarios de seguridad. Los mismos que no hicieron nada durante dos décadas, ahora son expertos que dicen que se debe hacer y que no. No se dan cuenta que con sus actitudes generan más violencia. La policía fue rebasada por la delincuencia durante el gobierno anterior, pero los medios callaron por razones electorales.
De los que piden la renuncia de los funcionarios, muchos prefieren pagar seguridad privada, comprar sofisticados aparatos electrónicos de control, además terminan siempre pagando la renta que les imponen las maras. Pero se niegan a pagar impuestos, no se atreven a ver a los ojos al niño que en el semáforo nos pide una moneda a cambio de limpiar el parabrisas, son insensibles ante la miseria.
Muchos pensamos en ir a matar a los mareros de nuestra colonia, pero no pensamos en que tenemos cerca de nuestra casa una colonia marginal, donde hay niños que se acuestan sin cenar. Pensamos matar al marero vecino, pero no pensamos en una acción solidaria con el vecino pobre. Si en lugar de matar al marero, impidiéramos que los niños de hoy sean los mareros de mañana, talvez nos iría mejor.
Muchos dirán que al final no propongo nada. Tienen razón. Pero digo lo que a mi juicio no debemos hacer. Eso ya es algo. Si no cambiamos nuestra forma de ver las cosas seremos parte del problema, no de la solución.
Ayutuxtepeque, lunes, 21 de junio de 2010.
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