Gabriel Conte (MDZOL)
Enviado By BetotroniK
No hay que darle más vueltas a los términos y a la discusión: el trabajo forzoso, bajo condiciones infrahumanas o de personas incapaces de decidir sobre su persona existe y debe ser erradicado.
Hoy, el debate en torno a lo que se ha popularizado como “trabajo esclavo” está centrado en las tareas rurales.
Las clasificaciones existentes a nivel internacional son más que claras y lo establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 4: «Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.»
Trabajo forzoso u obligatorio: es todo trabajo o servicio exigido a un individuo bajo la amenaza de una pena cualquiera y para el cual dicho individuo no se ofrece voluntariamente.
Servidumbre de la gleba: es la obligación de trabajar la tierra que pertenece a otra persona y a prestar a ésta, mediante remuneración o gratuitamente, determinados servicios, sin libertad para cambiar de condición.
Esclavitud: es el estado o condición de un individuo sobre el cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o alguno de ellos.
Claro que atentos a la tradición visual o la corta memoria cinematográfica que la cultura de Hollywood nos impone, la palabra esclavitud suena al célebre cuento de Enriqueta Stow, “La cabaña del tio Tom”.
Pero no hace falta ir muy lejos en la historia, ni en la ruta aquí no más, para determinar que estas condiciones –modernizadas y hasta, si se quiere, “normadas” informalmente por los que podrían ser considerados como “los esclavizantes”- están vigentes, aunque sin el color que la cinematografía le ha impuesto al término.
Hay gente que trabaja en extensísimas jornadas junto a sus hijos, para hacer rendir más el trabajo, ¿o no?
Hay gente que pasa de una finca a la otra e intermediarios que planifican ese paso tras una semana o diez días aquí, para continuar allá, viviendo en condiciones infrahumanas, ¿o no?
Pero no se trata exclusivamente de un “problema del campo”, sino de la sociedad y un abordaje acotado puede resultar engañoso, si no se aborda en su integridad.
Hay personas que son obligadas a sumarse a redes de trata, en las que en elcampo figura en todos los mapas nacionales como un lugar central, ¿o no?
Hay talleres en los que se les exige a los/as trabajadore/as más rendimiento que el que muchas veces puede dar un ser humano, limitando sus derechos y afectando seriamente su calidad de vida, ¿o no?
Hay chicos que se ven obligados a salir a pedir limosna, limpiar vidrios, exponiendo su integridad física y mental, ¿o no?
Hay pibes cuyas manos pequeñas son útiles para determinadas funciones que un adulto no podría cumplir y, por lo tanto, son empujados a hacer algo que está fuera de lo que su edad plantea como necesidad para una formación integral, ¿o no?
Hay otros que trabajan en los hornos de ladrillo, levantando más peso del que pueden, ocupando tantas horas de trabajo como las que puede cumplir un adulto, ¿o no?
Aquí aparece un punto extra que permite que, con facilidad, los opinadotes escapemos por la tangente: no hay que confundir el trabajo “ilegal” con el esclavo”. El trabajo esclavo perfectamente puede figurar “en los papeles” y no dejar de exigirse bajo condiciones de esclavitud. La legalidad de la contratación no le quita ni un solo punto de horror a la situación de ese trabajador: el empleador no concede nada graciosamente, simplemente cumple con las leyes lo cual, ciertamente, no representa ningún mérito, sino lo ordinario, lo que corresponde.
Las tangentes son muchas cuando se habla de este tema y ha quedado en evidencia en el debate que se abre diariamente en la media.
La media señala que “son todas mentiras” y que “el trabajo temporario existe en todo el mundo”. Alentó –como si se tratase de una cuestión que puede elegirse o no por parte de los empleadores- “todo aquello que haga a las mejores condiciones de higiene y seguridad laboral”.
Pero la cuestión central de todo esto es que es la dignidad humana la que se tira a la basura con tal de obtener una mayor rentabilidad. No existe en las cuentas ni en las intenciones de muchos empresarios exitosos, ni siquiera remotamente, la posibilidad de destinar algo de todo eso a vivienda, salubridad y, por qué no, contención familiar a sus trabajadores temporarios o permanentes.
Un ejemplo positivo lo dio un grupo de industrias y oficinas gubernamentales capitalinas al abrir espacios para que los hijos de los trabajadores pudieran estudiar o divertirse (cosas que debe hacerse sólo cuando se es niño). Y una idea que quedó dando vueltas es la posibilidad de que las empresas de todo tipo, y no solo las del campo, puedan sumarse a una certificación de “libre de trabajo infantil”.
Por todo ello, si le quitamos los fuegos de artificio (que seguramente lo hay, legítimamente, como en toda actividad política) a los anuncios gubernamentales en materia de “lucha contra el trabajo esclavo”, podremos descubrir que sí, hay un tema central que debe ser abordado y que es ese, pero que se evidencia en múltiples actividades, inclusive en los programas de televisión en donde los niños son expuestos y en firmas famosísimas que esclavizan a sus trabajadores tal vez no aquí, pero sí en otros lugares del planeta.
El tema está planteado. Y más allá de la cercanía o distancia con el Gobierno, lo más conveniente es mirar a nuestro alrededor.