¿Qué hacer?
Por: Francisco Quintanilla
Ante los grandes problemas estructurales como personales, irresolubles a primera vista o después de muchas percepciones y valoraciones, surge como es natural, una pregunta fundamental ¿qué hacer? ante problemas de grandes magnitudes que se han insertado o que por razones histórico – sociales, han llegado a formar parte casi en forma permanente de la estructura social, económica y política de una determinada sociedad.
¿Qué hacer para superarlos? Es una pregunta que se extiende desde la intimidad individual hasta las preocupaciones e intereses de las comunidades, pueblos y naciones enteras. Es decir, es una pregunta que sujetos individuales, institucionales y grupales que anidan todavía en su conciencia y en sus convicciones la utopía de que un mundo, de que una sociedad y de que un humano distinto es posible mediante una educación distinta, una educación que tenga como horizonte facilitar que los sujetos educativos y de la educación recuperen su capacidad de pensar, de cuestionar y de crear nuevas realidades, de sujetos individuales y grupales que piensen, pero que también sientan humanamente las preocupaciones, las penas, los sufrimientos, así como también las esperanzas de los demás, sobre todo de los más excluidos, como de sí mismo.
¿Qué hacer? Es una pregunta que se la pueden hacer únicamente aquellos sujetos individuales, institucionales y grupales, que no hayan perdido su conciencia y su capacidad de pensar y de estar insertos en la cruda y nuda realidad, que constantemente nos muestra desde sus entrañas su entrañable dinamismo y su direccionalidad; no es una pregunta que pueda surgir de aquellos individuos, como se sostuvo en el artículo “Los jóvenes, la globalización y el proceso de cosificación” (Quintanilla, F. , 2014), que sólo se han reducido a tener una vida orgánica: hacer pipí, pupú, comer, dormir y tener sexo, y que ni siquiera se han dado cuenta que les han robado o secuestrado su conciencia.
Uno de los problemas estructurales que urgen darle respuesta a la pregunta ¿qué hacer para superarlos?, a parte de la injusticia social, el desempleo, la delincuencia organizada, las maras, la corrupción, es el problema del fracaso escolar, expresado específicamente en los resultados o reprobación masiva, casi absoluta de los estudiantes que aspiran o aspiraban ingresar a la Universidad de El Salvador, que es un mal que se ha vuelto endémico por diferentes razones económicas, sociales, culturales, políticas y educativas.
En un artículo denominado “Se miran pero no se ven” (Quintanilla, F., 2011), se planteó “que de 23,889 estudiantes aspirantes a ingresar a la UES, sólo 1,119 aprobaron el examen de conocimiento para ingresar a esta institución, es decir, un 4.7%., con el agravante que buena proporción de este 4.7% apenas rebasaban el 5.0”.
En esa ocasión, se sostuvo que las políticas de deterioro progresivo del sistema educativo salvadoreño, asumidas desde la última reforma educativa, es decir, desde 1995, habían llevado y continúan llevado a formar educandos progresivamente discapacitados cognoscitivamente, y sin compromiso histórico con la verdad, la justicia social, y sin deseos de participar en la construcción de una sociedad diametralmente distinta.
Dentro de las políticas equivocadas expuestas en ese documento, en términos genéricos están las promociones masivas, el que los profesores tienen que revisarles trimestralmente los cuadernos a los educandos y que por dicha revisión ya el estudiante se tiene ganado 3.5 puntos finales, o el de que los buenos profesores que reprueban a algún estudiante, tiene que llenar una gran cantidad de formularios donde demuestren el por qué se quedó aplazado el joven, dicha demostración lo hace ante la santa inquisición (La junta de la Carrera Docente), entonces el profesor para no verse envuelto en este desgastante proceso prefiere darle la aprobación al educando para que pase al nivel inmediata superior, se señaló también el efecto negativo de las deficiencias de cierta cantidad de profesores, así como también el papel perverso de muchos padres de familia que amenazan al profesor que se atreve a no darle la aprobación a su hijo o hija, además se subrayó como se pierde gran cantidad de tiempo en actividades como las bandas musicales durante todo el año, sustituyendo los libros y los cuadernos por los bombos y las trompetas, etc.
Todas estas políticas educativas y otras que se plantearon en ese documento, que se vienen implementado desde 1995 han dado en el traste de la calidad educativa y que Ministros de educación que han ido y venido, incluido el actual, pregonan como un lindo poema de amor, que no pasa de ser un poema lírico, que al final se ha transformado en un poema trágico y genocida.
Se partirá del supuesto, de que instituciones como el MINED y la UES, se han hecho la pregunta con que se titula esta reflexión ¿Qué hacer?, sí año con año los resultados de la PAES y de la prueba de conocimiento que se aplica en la UES para los aspirantes a nuevo ingreso reflejan que el sistema educativo con casi todas sus vertientes es un total fracaso. Fracaso no sólo del educando, no sólo de los maestros, no sólo de los padres de familia, sino que también un fracaso del MINED mismo, y por medio de él un fracaso de los gobiernos nacionales que ha estado de turno, es un fracaso de la “Nación” salvadoreña entera.
Este fracaso, cada vez se va consolidando más con otras políticas complementarias al sistema educativo, que amarran las capacidades y las buenas intenciones de los mejores maestros. Unas de estas políticas derivan de la muy conocida ley de Protección Integral de la Niñez y de la Adolescencia (LEPINA) que en su desbalance de derechos frente a deberes, desvanece casi por completo los deberes de los estudiantes, de tal forma que un educando desde los primeros grados de su escolaridad se aprende sus derechos, que es muy bueno, pero invisibiliza sus deberes, utilizando esta herramienta algunos estudiantes como instrumento para extorsionar social y pedagógicamente a los buenos maestros, de tal manera que ningún educando puede ser reprobado académicamente. El buen maestro ante esta situación termina cediendo para evitar demandas o amenazas de perder su trabajo incluso su vida.
Extorsionado por los educandos deficitarios, por los padres de familia de estos educandos deficitarios y exigido por las autoridades del MINED de que nadie tiene que quedarse aplazado, buena parte de los buenos maestros terminan formando parte del ejercito de los maestros sin vocación y sin capacidad de ser maestros.
Los titulares de educación dándole continuidad a las políticas equivocadas de los titulares de educación de los casi últimos 20 años, siguen creyendo en forma casi totalmente equivocada, que sometiendo únicamente a procesos de capacitación a los maestros, por cierto en la pedagogía de la felicidad o de la piñatería, con eso se superara el problema estructural educativo y de los resultados que se obtiene en la PAES. La ceguera es tan grande que ni siquiera se dan cuenta lo contradictorio de sus políticas y específicamente de una de sus políticas de exigir bajo el estandarte de la pedagogía de la felicidad, que es una pedagogía regalona de puntos a los educandos, que esta forma de evaluar no cuaja con la PAES, que es otra forma de evaluar, entonces si con esta forma de evaluar se le exige al maestro que por cualquier cosa o actividad se le otorguen puntos al educando, éste último se mal acostumbra a esa forma de evaluar, y luego al enfrentarse a la PAES, que ya no le regalan puntos, por lógica obtendrá y obtiene bajos resultados.
No se trata tampoco de sustituir la pedagogía de la felicidad por la pedagogía del terror, de lo que se trata de que de la primera sólo emana una falsa felicidad que engaña y aleja al educando de la realidad real, y no permite que desarrolle con plenitud sus capacidades. La pedagogía que debe impulsar el MINED es una basada en el trabajo crítico, creativo y disciplinado.
Las autoridades del MINED, que miran pero que no ven, alegan demencia, buscándole más patas al gato de las que no tienen, echándoles la culpa exclusivamente a los maestros, por lo que deben ser sujetos o probablemente objetos de capacitación.
Bajo todas estas presiones, algunos buenos y excelentes maestros terminan como se dijo anteriormente, cediendo a esas políticas del MINED, de la pedagogía de la felicidad, de la piñatería, a tal grado que se suman al ejército de los maestros sin vocación, los cuales son por lo menos de tres tipos:
1) El primer tipo, son aquellos que exigen académicamente sobre la base de lo que no le imparten a los educandos, son “maestros” que por lo regular en el mejor de los casos lo único que hacen es obligar a que los estudiantes copien en forma de planas, interminables cantidades de páginas de un texto, y no les explican nada, en el peor de los casos no imparten ni tan sólo una clase y a la hora de evaluar son extremadamente exigentes.
2) El segundo tipo de maestros, son aquellos que no dan clase pero tampoco exigen, y para evitar ser cuestionados por los estudiantes, recurren a aprobarlos a todos. Estos son los ejemplares clásicos de la pedagogía de la felicidad.
3) Y los terceros son aquellos maestros que exigen sobre la base de lo que no dan, de tal forma que muchos estudiantes les reprueban, pero con el propósito que los que quieran aprobar tienen que pagar en especies: que va desde una coca cola, un bote de café, que le chapeen el terreno al profe, unos cuantos dólares, hasta pagar con la cuerpomatic.
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