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Enviado By BetotroniK
Por Nelson F. Salvidio
En una región con gobiernos de izquierda, la distribución del ingreso es un indicador que genera mayor atención y seguimiento. La voluntad redistributiva muchas veces puede derivar en daño económico a la inversión y generación de puestos de empleo. En América Latina, la economía trae preocupaciones para los gobiernos a los que les va mal, o más o menos; pero también para los que le va bien, o bastante bien.
Los que esperan crecimiento moderado, a una tasa que descontada la de incremento poblacional es insatisfactoria, se preocupan por cómo encontrar el camino a una mejora real y sostenida de su producto, o sea del ingreso de su gente.
Los que sí tienen la perspectiva de un aumento productivo estimulante, se preocupan porque tal bonanza no alcanza a todas las franjas sociales y ni con crecimiento económico se logra mejorar las condiciones de vida de toda la población. La movilidad social no es la de antes, las de otras épocas. Eso, además, en una región con indicadores muy malos en materia de distribución del ingreso.
La satisfacción de países como Chile, Perú y Uruguay que lideran las expectativas de crecimiento para 2011, chocan con una realidad de desigualdad que cuesta mucho corregir. Durante los últimos años, como nunca antes, en la región se dieron varios gobiernos de partidos o coaliciones de izquierda.
No alcanza con bajar la pobreza para mejorar la distribución de la riqueza, no es suficiente aumentar la torta general ni aplicar algún tipo de impuestos que favorezca a los más humildes. Y para un gobierno de izquierda es tremenda frustración lucir indicadores buenos de la macroeconomía pero mal coeficiente de Gini (*), el típico índice sobre reparto de la generación de riqueza.
Todo el arco ideológico latinoamericano tiene un fuerte incentivo político para buscar resultados en crecimiento con equidad. Para la izquierda, porque es su bandera histórica. Para la derecha, o el centro, porque no quiere dejar un flanco en su gestión, como para que aún consiguiendo buenos resultados en inversión y en PBI, sus adversarios de izquierda tengan para endilgarle que gobiernan sólo para una parte de la sociedad. Que por eso, aún siendo exitosos en el manejo de la economía, debe sustituirlo una administración de izquierda para repartir mejor la riqueza.
En Uruguay, con un segundo gobierno de izquierda (el primero fue del socialista Tabaré Vázquez de 2005 a 2010 y el actual es del tupamaro José Mujica, de 2010 a 2015), el tema prendió una luz amarilla en la agenda presidencial a fines del año pasado y comienzos de este año entrante. Mujica está realmente preocupado porque en su gobierno se pueda vivir un período de bonanza, pero al pasar raya en el balance, se compruebe que no se logró una mejora en la distribución del ingreso.
Durante reuniones con sus ministros, ha mostrado con las dos palmas de la mano, cómo a su juicio evolucionan ricos y pobres. Muestra cómo suben unos y otros, y cómo la mano que representa a los ricos se eleva y amplía la diferencia con la palma de la mano que simboliza a los pobres. “Así no quiero crecer”, le dijo Mujica a su entorno político.
Uno de sus hombres de confianza en materia económica le había advertido al jefe de Estado que en los períodos de bonanza, con fuerte crecimiento económico, hay una tendencia firme a una mayor concentración del ingreso, porque las familias más ricas tienen más armas para beneficiarse de la expansión. Además, que no es que los pobres vivan peor, porque en los hechos tienen chance de mejorar su poder de compra, sino que su mejora es a un ritmo muy inferior que el de los hogares más ricos.
El problema central está en la educación y en las condiciones sociales de las familias más pobres. Y sobre todo, en un tema de preocupación que crece y genera comportamientos inusuales: la generalización de una sensación de inseguridad, que determina que las familias adopten medidas de precaución con desconocidos, o con gente que por su apariencia puede implicar un riesgo.
No hay gobernante que se pueda golpear el pecho para decir que tiene la fórmula para mejorar la distribución del ingreso en forma significativa. Es muy delgada la línea para separar la política económica en su conjunto de las probables medidas que puedan tener efectos redistributivos. Por un lado hay un debate que es ideológico, y por otro, hay una discusión que es sobre cuestiones prácticas. Porque no se distribuye por decreto sino que es posible tomar medidas que incidan en la distribución del ingreso, aunque su efecto no está asegurado.
Simplificando el esquema de herramientas para ese fin, hay dos tipos: las que van por el lado de los ingresos del Estado, o sea a través de la política tributaria; y las que vienen por el lado de los gastos, o sea de las transferencias. También, la combinación de ambas.
El uso de la política tributaria es muy riesgoso. El afán por recaudar más, y por concentrar la recaudación en “los más ricos”, con lo difícil que es defnir hasta dónde llega la franja de “los más ricos”, puede conspirar con el nivel de inversión, la generación de empleos de calidad, y en definitiva, perjudicar a los más pobres.
Si un gobernante quiere afectar la renta empresarial en forma creciente, corre riesgo de que el empresario se canse, cierre y se mude a otro país. Ahí está la línea delgada: el que quiere redistribuir se convence de que hay margen para tirar de la piola, que el riesgo de cierre de una empresa es presión para que no la afecten, y que es posible “sacarle algo más” para repartir a otros. Cuando se da cuenta que iba en serio, generalmente es tarde.
La distribución del ingreso es una consecuencia de lo actuado por las partes y lo regulado por el Estado. El gobierno no reparte la riqueza, puede incidir en el resultado, pero no se inventó el seguro para corresponder la intención con la consecuencia.
Propuestas y advertencia.
En la segunda mitad de enero, la Secretaria Ejecutiva de la “Comisión Económica para América Latina y el Caribe” (CEPAL), Alicia Bárcena, lanzó una propuesta de plan para la región, basada en seis puntos de una agenda que expuso como puente a un desarrollo económico y social. En Santiago de Chile, durante un seminario de Política Fiscal expuso sobre la necesidad de mejorar la distribución del ingreso en las familias de la región y dijo que para ello es imprescindible aumentar la cantidad de empleos formales de la economía.
Planteó “una agenda de desarrollo basada en seis pilares”: “politica macroeconómica para el desarrollo inclusivo para mitigar la volatilidad, estimular productividad y favorecer inclusión”, superar la heterogeneidad estructural y las brechas de productividad a través de más innovación, mayor creación y difusión del conocimiento y apoyo a las pequeñas y medianas empresas; superar las brechas territoriales que afectan las capacidades productivas, institucionales y de desarrollo social e inhiben encadenamientos productivos nacionales; creación de más y mejor empleo para mejorar la igualdad de oportunidades y la inclusión social; cerrar las brechas sociales a través del aumento sostenido del gasto social y una institucionalidad social más sólida; y construir pactos sociales y fiscales y el nuevo rol del Estado”.
La titular de la CEPAL advirtió que “no puede haber igualdad sin sostenibilidad de las cuentas públicas”. No es una advertencia menor.
Las épocas de aumento de PBI van de la mano de mejora en la recaudación, y con la caja del fisco llena, los gobernantes están tentados a creer que ese es el nivel normal de ingresos, y gastar a cuenta. Nada más lejos de la realidad, pero razonamiento entendible cuando el gobernante enfrenta reclamos de todo tipo por aumentos de recursos presupuestales, y todos o la mayoría de esos tienen justificación.
Aún con viento a favor para la economía, el desafío político de los gobiernos de América Latina estará en cómo mejorar la distribución del ingreso de la gente.
(*) Para medir la distribución del ingreso se utiliza un coeficiente que lleva el nombre del estadígrafo italiano que lo creó: Corrado Gini.
El coeficiente mide el área que se da entre una distribución perfectamente equitativa y la distribución que efectivamente tiene esa sociedad (representada por la Curva de Lorenz).
El número va de cero a uno y cuanto menor es indica distribución más equitativa, mientras que al acercarse a uno indica más concentración. Es decir que un índice de Gini en cero, significa que está justamente sobre la línea de distribución perfectamente igualitaria.
Y un coeficiente de Gini en uno, quiere decir que es el máximo de concentración posible, como si una sóla persona tuviera el ingreso total y el resto no recibiera nada. Ambos extremos son hipotéticos.
Los países nórdicos son los que tienen mejor distribución, con indicadores del entorno de 0,25 puntos (Dinamarca, Suecia, Noruega) y algunos países africanos son los que tienen más concentración del ingreso, entre 0,60 y 0,70 puntos (Botswana Comoros, Namibia).
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