Por: Francisco Quintanilla
La existencia real de algo, de una cosa, fenómeno, o institución radica en su existencia en un tiempo y en un espacio determinado; fuera del espacio y del tiempo no existe nada que no sea real, demostrable científicamente hablando.
Ante el anterior presupuesto, es válido preguntarse ¿si la Universidad de El Salvador como institución de educación superior en su situación actual, existirá como tal en el espacio y en el tiempo humano o sólo existirá como institución conceptualmente entendida, es decir, nada más como una representación conceptual lingüística?
Algo que existe en el tiempo y en el espacio, tiene la capacidad como realidad abierta de influir en el mundo, en el espacio que le circunda, pero también la capacidad de dejarse influenciar por ese mundo, por esa realidad circundante, por ese universo.
Una realidad entre más compleja es, tanto en términos materiales, espirituales y sociales, es una realidad más abierta, por lo tanto con mayor capacidad de influir como dejarse influir por la realidad.
Esa complejidad de influir como dejarse influir por el mundo natural y social que le circunda, es uno de los indicadores que expresa su existencia real, que expresa su existencia en el tiempo y en el espacio históricamente condicionado, es un indicador que demuestra que existe en la realidad, no simplemente en la imaginación o en la virtualidad imaginativa.
Una institución educativa, y sobre todo de carácter superior, es una realidad social históricamente compleja, por lo tanto, desde su esencia con una alta capacidad de dejarse influir por la realidad natural, social, económica, cultural y política, pero también desde su exigitividad histórica llamada a influir sobre esa realidad en todas sus dimensiones y con todas sus dimensiones académico científicas.
Esta influencia bidireccional, sobretodo, en países pobres como los latinoamericanos, debería en su humanidad y humanización, ser orientada para que la universidad se deje impresionar y orientar por los clamores, ante todo de la inmensa mayoría de seres humanos, que son las mayorías populares, y también para que la universidad y su capacidad de influir sobre la realidad que le circunda se traduzca en un conocimiento científico que pretenda en primer instancia y en última instancia la liberación de ser humano individual y comunal.
Una universidad adquiere el estatuto de real, no por simple denominación conceptual, o por aprobación legal, sino que ese estatuto se gana con su quehacer y hacer diario; quehacer y hacer que desde su esencia y deber ser, debe ir orientado a buscar, construir, comunicar y realizar el saber científico, filosófico, literario, artístico en beneficio de la liberación de todo los humanos y de todo lo humano.
La existencia de las universidades latinoamericanas que como la Universidad de El Salvador, le dan la espalda y se alejan progresivamente de la realidad que le circunda, sus existencias consiste en no existir.
Creer que impulsando diplomados o maestrías en docencia universitaria (que por cierto, lo que promueven con estos diplomados y maestrías es la pedagogía de la piñatería o de la felicidad: promociones masivas), mejorará la docencia, es creer que la riqueza de la docencia reside en la forma y no en el contenido.
El contenido de la docencia universitaria tiene su fundamento en la realidad que le circunda a la universidad, en la investigación científica de esa realidad. Entonces una universidad que institucionalmente no promueve y realice investigación científica de la realidad en todas sus dimensiones, es una universidad que además de realizar una equivocada docencia, se aleja de la realidad temporal y espacialmente, olvida que es su investigación la que le permite a la universidad no sólo dar respuesta a los grandes problemas que padece la población salvadoreña, sino que también es la que asegura y afirma la existencia real de la universidad.
Una universidad que no investiga científicamente la realidad que le circunda, es una universidad virtual, es una universidad que se aleja de la realidad, y cuyo alejamiento, la lleva a crear a su interior su propia realidad, una realidad imaginaria, inventada, inexistente, atemporalizada y a espaciada.
En este sentido, el carácter de virtual no se lo da el hecho de ser una universidad en línea, una universidad diseñada y realizada desde un ordenador, sino que se lo da dicho carácter, el hecho de “construirse” su realización en una “realidad” inventada, imaginada al margen de la realidad objetiva que le circunda.
Por el contrario, una universidad cuya existencia real la construye guiándose por el horizonte de explicar, comprender y transformar la realidad misma, de la realidad que le circunda desde su especificidad, necesita en países empobrecidos como los latinoamericanos de una integración dinámica entre la docencia, la investigación científica y la proyección social.
Una universidad como realidad abierta debe y tiene la capacidad de dejarse influir por la realidad en todas sus dimensiones medioambientales, económicas, sociales, políticas y culturales, pero también tiene la capacidad de influir en esta realidad en todas sus dimensiones.
Esta capacidad la adquiere por medio de la herramienta de la investigación científica; esta herramienta le permite y le permitirá a una universidad que quiere adquirir el carácter de ser real, pasar de la apariencia a capturar la esencia de la realidad.
Es con esta herramienta que una universidad real puede en primer lugar descubrir y construir la verdad científica, en segundo lugar una universidad real y comprometida con la persona humana individual y grupal y sobre todo con la inmensa mayoría de empobrecidos, debe de comunicar a la sociedad en su conjunto esa verdad científica, debe en otras palabras socializar esa verdad, y en tercer lugar, una universidad que además de ser real, está comprometida con las mayorías empobrecidas, debe procurar que esa verdad científica se concretice.
Esta concretización se realiza por medio de la proyección social, es decir, que no basta con que la universidad descubra y construya la verdad científica, ni tampoco basta con que la difunda, también es necesario que la universidad proponga soluciones científicas a los grandes problemas estructurales que padece la sociedad en la que está inserta, pero que también contribuya a su ejecución real.
En esta ejecución, en esta realización efectiva y eficaz de la verdad científica, la universidad puede aportar a esta dimensión de esta verdad, mediante la formación de profesionales y técnicos con capacidad científica y técnica y con una alta moralidad humana. La formación de estos profesionales y técnicos se realiza por medio de la docencia, docencia cuya eficacia depende sobretodo de la riqueza de contenidos y de orientación que le proporciona la investigación científica de la realidad natural y social en la cual está inserta dicha universidad.
En este sentido, si bien es cierto que un profesor universitario debe estar capacitado pedagógica y didácticamente para embarcarse en la comprometida aventura de la enseñanza, en la comprometida actividad de la formación de nuevos profesionales, de profesionales que insertos en la sociedad, en el mundo laboral contribuya con capacidad y eficacia a la realización de la verdad científica que la universidad ha construido, también es cierto, por una parte, que se necesita que los capaciten en el ámbito de una pedagogía y una didáctica ajustada a la enseñanza universitaria y no a una pedagogía y didáctica orientada a la enseñanza de básica o de secundaria, peor aún orientada a que se especialice en la pedagogía de la piñatería, en la pedagogía de la felicidad, en la pedagogía de las promociones masivas que lejos de capacitar al nuevo profesional lo discapacitan o incluso lo incapacitan, y por otra parte, también es cierto, que una docencia que no se nutra por los resultados de la investigación científica de la realidad en la cual se encuentra ubicada la universidad, es una docencia no sólo desnutrida, sino que muerta y peligrosa.
Continuará…