La debilidad de la institucionalidad democrática era un negocio redondo cuando desde el control del aparato del Estado y de los centros de poder económico se dictaba el futuro del país. Fue la época donde se ensalzaba el Estado pequeño, donde se consideraba que el mercado era el gran señor, el cual a través de la ley de la oferta y la demanda resolvería los problemas económicos y traería el bienestar.
Pero ahora las cosas han cambiado. Por una parte, los ejes centrales de generación y acumulación de la riqueza ya no están en manos de la oligarquía salvadoreña. Además la última elección los separó del control del ejecutivo y la división enla Asamblealos empujo a la irrelevancia.
En los últimos siete años la banca pasó a manos del gran capital transnacional, igual sucedió con las empresas más emblemáticas del país. Ahora las grandes decisiones económicas que afectan directamente nuestra economía y por ende, a nuestra gente, se toman en distintos puntos del planeta, algunos muy lejos de nuestro país.
Los que en el pasado detentaron el poder real, ahora descubren que haber debilitado la institucionalidad se convirtió en una trampa. Ahora se dan cuenta que era necesario un Estado fuerte con capacidad de intervenir en la economía, ahora descubren que la debilidad jurídica impide que el país se pueda defender adecuadamente ante los embates del gran capital transnacional o del crimen organizado.
Ahora queda en evidencia que la debilidad del sistema político que creció en esa oscura falacia de institucionalidad, no está a la altura de las exigencias del mundo actual y no ofrece soluciones a los complejos problemas que enfrentamos. Ahora vemos a las gremiales empresariales clamando por un clima de confianza para la inversión, cuando ese mismo clamor contribuye a la generación de desconfianza.
Las posibilidades de salir adelante como país y de alcanzar mayores niveles de bienestar para la población son directamente proporcionales a poseer una institucionalidad democrática fuerte y a contar con un Estado Constitucional de Derecho firme. Construir esto debería ser la tarea estratégica de nuestra nación si queremos vernos como salvadoreños de bien en el futuro.
Sentar las bases de la nación para las próximas décadas nos obligaría a trascender las coyunturas, a tener perspectiva de largo plazo, a superar la miopía política. Sería un esfuerzo grande de reflexión y de imaginación para perfilar que clase de país heredaremos a nuestros hijos y nietos. Nos llevaría a ubicar a El Salvador en el concierto de las naciones que pretenden tener existencia digna para mediados de este siglo.
Por todas partes oímos los ejemplos de los países llamados Tigres Asiáticos. Pero ellos planificaron este presente que ahora vemos, hace muchas décadas. Las primeras generaciones se sacrificaron y pasaron muchas limitaciones, pero tenían un rumbo de largo plazo que los animaba a continuar con el esfuerzo.
En nuestro país para tener perspectiva de futuro y planes de largo plazo necesitamos superar al menos dos visiones que son lastre para nuestro desarrollo.
El primer paradigma a superar es el de la búsqueda de la ganancia económica fácil y rápida. En el país las inversiones son de corto plazo. Se quiere invertir un dólar ahora para tener dos o tres dólares mañana. Por ello no hay innovación ni investigación, pues esto aumenta costos. La actividad económica se basa en la sobre explotación del trabajador, pues a menor salario mayor ganancia. Se depreda el medio ambiente, pues el afán de lucro no permite dimensionar ese daño. Se busca la mayor ganancia sin medir las consecuencias, sin pensar que se están comprometiendo las nuevas generaciones y el futuro de la nación.
El Segundo paradigma a superar es la inmediatez que determinan los tiempos políticos y electorales. Nuestros funcionarios no piensan más allá del período para el cual han sido electos. Para el funcionario público lo importante es salir del “maíz picado” en su gestión y que el otro que vendrá se encargue del futuro. Por ello, todos los planes gubernamentales son “por si acaso, para mientras y por si soca”.
Las políticas y planes para construir un país diferente, son de mediano y largo plazo. Los problemas que enfrentamos son tan grandes y complejos que no son posibles superarlos sin un gran esfuerzo, mucha inversión y tiempo suficiente. El esfuerzo que se necesita va más allá de lo que estamos acostumbrados en la cotidianeidad. La inversión que se necesita va más allá de un presupuesto anual y de los actuales niveles de recaudación. Los tiempos van más allá de las próximas tres elecciones que se celebrarán en el 2012, 2014 y 2015.
Iniciar un amplio dialogo de nación que nos abra la perspectiva del futuro es urgente, nuestra sociedad se deteriora cada día, los problemas endémicos que padecemos se vuelven más complejos, la ciudadanía ha comenzado a dejar de creer no solo en los políticos si no en todos.
Poner de pretexto la cercanía de las próximas elecciones para no iniciarlo pronto sería otra demostración de miopía política. Por el contrario, el iniciar un proceso de dialogo serio sobre el futuro y sobre los grandes problemas de la nación, podría hacer renacer en muchos la confianza y la esperanza y ello podría potenciar la participación electoral. Dejarlo para luego podría ser demasiado tarde.
Ayutuxtepeque, jueves, 21 de julio de 2011.
2 comments for “La Institucionalidad Democrática y el futuro del país.”