Francisco Quintanilla
Antes de abordar este tema me refiero a los límites que actualmente le están imponiendo a la libertad de pensar y de disentir y de los riegos que implica atreverse a pensar críticamente y a disentir.
Durante casi XVI siglos que duró la edad media y bien entrada la edad moderna, predominó la autoridad como criterio de validación del conocimiento. Es decir, un conocimiento era considerado como verdadero si dicho conocimiento era sostenido y difundido por una persona que tenía en aquellas épocas mucho reconocimiento y reputación.
Así, un conocimiento, independientemente de si era verdadero o no, era aceptado como verdadero simplemente porque alguien muy reconocido y con mucha reputación lo decía.
Lamentablemente, en pleno siglo XXI este criterio se sigue aplicando con frecuencia en países como El Salvador.
Actualmente cualquier decisión que tome el presidente Bukele o idea que él exprese por cualquier medio y sobre todo por alguna red “social”, es considerada como una verdad absoluta, innegable, incuestionable, no sujeta a duda.
Si alguien se atreve a cuestionar cualquiera de sus ideas o decisiones, inmediatamente un ejército de seguidores y aduladores quieren quemar al atrevido en una hoguera (al menos todavía solo en una virtual).
Muchos de estos seguidores o aduladores no se dan cuenta al menos de tres cosas.
Primero, que su sesgo ideológico y político los lleva a una ceguera, sordera y a un entendimiento obnubilado; y no se dan cuenta que la verdad absoluta no existe al menos en el mundo de los humanos.
Segundo, que su comportamiento se asemeja mucho a los de ARENA y el FMLN, pero superándolos con creces en la capacidad de negar y atentar en contra de la libertad de pensamiento, contra la libertad de disentir.
Y tercero, desconocen uno de los principios fundamentales construidos por el gran pedagogo brasileño Paolo Freire quien decía que un alfabetizado no es aquel que sabe descifrar los símbolos que aparecen en un texto sino aquel que sabe leer su propia realidad y escribir su propia historia. Es decir, sino saben leer su propia realidad y escribir su propia historia, entonces, desde esta perspectiva de Freire son considerados como analfabetos.
Estos analfabetos, sin embargo, al ser ciegos, sordos y tener una mente obnubilada, creen ser alfabetos y creen que los que “ven” y no “entienden” la realidad tal como ellos la ven y entienden, son los analfabetos.
A pesar de todas las ofensas e improperios que los pusilánimes y genuflexos a los dictados de la máxima autoridad en El Salvador lanzan contra todo aquel que se atreve a pensar de forma diferente, desarrollo a continuación una serie de ideas acerca de los efectos psicosociales de la cuarentena domiciliar.
Para esto voy a partir de un presupuesto del que parte y acepta sin más mucha gente en este país: “Las restricciones impulsadas por el presidente Bukele, no sólo son correctas, sino que también necesarias para enfrentar la pandemia del coronavirus”.
El saber popular sostiene que con frecuencia la medicina resulta peor que la enfermedad; también cuando leemos las indicaciones de una medicina siempre hacen alusión a los efectos adversos o “secundarios” de dicha medicina.
En este breve análisis se abordan precisamente esos efectos adversos o secundarios y cuan dañinos son para la vida y existencia del ser humano como tal.
Otro de los conceptos como medida preventiva para enfrentar la expansión del coronavirus es que las personas tienen que guardar entre si una distancia social de al menos un metro y medio o dos metros.
Al respecto es importante diferenciar que una cosa es la distancia social y otra es la distancia física.
La distancia física es una especie de distancia geográfica que se puede determinar con unidades de medida y con instrumentos de medición. Esta distancia se puede medir en centímetros, metros, millas, kilómetros, etc. Como consecuencia es fácil medir o determinar para el caso a que distancia se encuentra el cuerpo físico de una persona con respecto al de otra.
La distancia social, que bien puede llamarse distancia psicosocial, no se puede medir como se mide la distancia física o geográfica, sino que se determina o se valora por la actitud o por la forma como una persona o grupos de personas percibe/n a otra u otras personas. Esta forma de percibir está condicionada por muchos factores, entre otros principalmente los factores económicos, sociales y culturales.
En términos generales existen dos formas generales de cómo se percibe a otra persona. Se la percibe como otra persona, como un alter ego; es decir, como alguien parecido a mí. O se la puede percibir como una cosa; es decir, como alguien que, siendo persona en todas sus dimensiones, no se la percibe como tal.
En función de lo anterior surge la pregunta ¿por qué el gobierno de El Salvador como también muchos gobiernos del mundo no utilizan el concepto de distancia física, sino que el concepto de distancia social?
Entonces, si el distanciamiento entre una persona y otra, entre una familia y otra, entre un grupo y otro es una de las estrategias preventivas correctas, ¿por qué no es válido utilizar el concepto o estrategia de distancia social sino el de distancia física? A menos que el propósito fundamental no sea detener efectiva y eficientemente la expansión de la pandemia del coronavirus, sino que lograr a toda costa un fraccionamiento y debilitamiento de las convicciones de pueblos que no están de acuerdo con la forma de proceder del gran imperio capitalista. Pueblos que resisten como China Popular, Corea del Norte, Cuba, Irán, Venezuela, etc.
Veamos entonces las consecuencias psicosociales o los costos en términos humanos del distanciamiento social promovido por gobiernos como el de El Salvador, estrategia acompañada con la cuarentena domiciliar.
El distanciamiento social, el cual no se determina por el metro y medio o dos metros entre una persona y la otra, es muchísimo más que esa distancia geográfica. Es una distancia que en pocas semanas se ha ampliado psicosocialmente en términos exponenciales, a tal grado que en forma acelerada nos hemos comenzado a ver, no como personas sino como especie de zancudos o bichos, potenciales transmisores del coronavirus.
Ese acelerado incremento de la distancia social (psicosocial) progresivamente va rompiendo el tejido social, llevando a cada persona a aislarse de todas las demás personas, deteriorando las relaciones sociales específicamente las interpersonales que, condicionadas por factores históricos, sociales y económicos, son el factor principal que determina dinámicamente la naturaleza social del ser humano.
Predvechni, et al. (1985) en su libro de Psicología social, al hablar de las relaciones interpersonales sostiene que “Son precisamente las vinculaciones y relaciones directas que se van conformando en la vida real entre los individuos que piensan y sienten” (p. 198).
El sostener y acrecentar la distancia social (psicosocial) con apariencia de distancia física lleva a romper progresivamente el tejido social, las relaciones sociales e interpersonales. Rotas estas condiciones en las cuales el ser humano se ha conformado históricamente como tal, se va deteriorando su capacidad de pensar y sentir como humano; es decir, se va imposibilitando en el ser humano la capacidad de desarrollar pensamientos y sentimientos de unión que ligan a todos los seres humanos como tales.
Promover el distanciamiento social y no el físico, la propaganda que hacen los medios masivos de desinformación y la forma como los gobiernos del mundo han difundido los peligros de esta pandemia provocan la consecuencia nefasta de que las redes de apoyo para enfrentar los factores estresantes derivados de la pandemia del coronavirus se vayan debilitando profundamente; debilitando también la capacidad subjetiva y objetiva de la misma persona para enfrentar este estrés.
El estrés profundo, (fruto de ese fraccionamiento del tejido social, del fraccionamiento de las redes sociales de apoyo que las personas encuentran o construyen en sus comunidades) y el debilitamiento de los factores subjetivos propios de cada persona para enfrentar con eficiencia el estrés (derivado de la pandemia y de la forma como se ha hecho propaganda de la misma) pueden llevar a las personas a bajar sus defensas biológicas y psíquicas para prolongar su resistencia a la invasión de este virus en su cuerpo.
Una tercera consecuencia posible. El aislamiento, atomización de la persona y alejamiento de los demás seres humanos puede producir depresión que en su profundización se va constituyendo en la antesala de una consecuencia más grave: el suicidio.
Una cuarta consecuencia posible es que el sujeto individual va perdiendo la seguridad de participar en la construcción de su propio destino. Se va conformado o lo van conformando como un sujeto cada vez más dependiente a expensas de que otro (con más o mucho poder) no sólo le diga qué es lo que tiene que hacer, sino que también qué es lo que tiene que pensar y que sentir.
Una quinta consecuencia posible de promover la distancia social (psicosocial) y no la física es el fraccionamiento de las convicciones de que los problemas de la humanidad, de los pueblos, de las comunidades, se enfrentan y se tiene más posibilidades de superarlos cuando se actúa como un todo unificado y no como un todo fraccionado.
Una sexta consecuencia, que no es una posibilidad, sino que una realidad, es que al encerrar en casa a todas o casi todas las personas y alejarlas socialmente se han cerrado las fuentes de ingreso de la inmensa mayoría, de los pobres y de los más pobres. Esto hace que ellos se desestabilicen progresivamente en forma emocional, producto de que el trabajo, como una de las actividades fundamentales de todo ser humano, ya no les da certeza de su existencia como seres sociales y productivos.
Una séptima consecuencia, parafraseando a Karl Marx y Federico Engels, es la enajenación de su vida total. Ya su vida no les pertenece. Otros se la han robado; es decir, los más poderosos de cada nación y sobre todo de todo el planeta tierra.
En síntesis, aunque se consideren las medidas de contención del coronavirus tomadas por los diferentes gobiernos del mundo como buenas y necesarias, tienen, como se ha visto, sus costos, los cuales son profundamente perjudiciales para la vida y la existencia humana.
Entonces, se puede ver que la vida del ser humano individual o grupal como también la de la humanidad entera no sólo corren peligro por la pandemia del coronavirus* sino que también por el hambre generalizada que se está derivando aún más de las políticas y acciones tomadas por muchos gobiernos en el mundo para “combatir” el coronavirus.
Por supuesto, hay que subrayar que la muerte o el asesinato de una persona, de un grupo, de un pueblo o de buena porción de la humanidad, no sólo es o puede ser física, orgánica, también es o puede ser de carácter espiritual e ideológica.
Según muchos analistas hay fuertes indicios que el COVID-19 no es producto de la naturaleza sino de una mente perversa.
Cuando se promueve no el distanciamiento físico, sino que el social (psicosocial) se están creando las condiciones para que
ocurra un asesinato espiritual e ideológico del hombre individual y como especie; es decir, de la humanidad entera.
En este sentido de las personas que logren sobrevivir a la pandemia del coronavirus, muchas estarán muertas espiritual e ideológicamente. Ellas habrán perdido no solo la capacidad y las convicciones de resistir, sino que también la de combatir a los máximos promotores de la dominación, de la opresión y de la explotación a nivel nacional y sobre todo a nivel mundial.
En fin, en esta coyuntura pandémica muchos asumen como seres pusilánimes, genuflexos ante las ideas y acciones que emergen de la máxima autoridad en El Salvador. En su lógica pragmática y oportunista, para ellos es preferible ser enterrados como ciudadanos funcionales a los intereses políticos y económicamente dominantes, que ser enterrados como sujetos disfuncionales a dichos intereses.
Contra la abrumadora marea de obediencia y seguidismo reivindico la libertad de pensar e invito a pensar críticamente y disentir.
02/04/2020.