De Monseñor Romero, los ochentas, martirios, mentiras y verdades

En 1980 yo tenía dieciocho años y estaba estudiando tercer año de bachillerato, los domingos escuchábamos por la radio la radio diocesana YSAX que transmitía la misa dominical de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en la que denunciaba casi todos los domingos los diferentes hechos de violencia contra el pueblo perpetrados por el ejército Salvadoreño y sus fuerzas paramilitares: Guarda Nacional, Policía de Hacienda y otros grupo irregulares, pero también denunciaba las manipulaciones y abusos que desde el lado de la izquierda se daban.
Nuestra generación estuvo muy metida en estos eventos y todos teníamos algún tipo de involucramiento político, recuerdo que a mis amigos más radicalizados y afines a los grupos de izquierda como el BPR o FAPU les caía mal que Monseñor señalara los errores de la izquierda y también recuerdo a mis amigos pro derecha que lo criticaban por ser tan «agitador comunista», alabándolo ambos, cuando denunciaba algo a favor de su inclinación ideológica, lo cierto es que su mensaje nunca fue meramente político, sino estrictamente pastoral, Monseñor Romero denunciaba el abuso viniera de donde viniera, pero era claro que era desde la extrema derecha y sus instrumentos de donde venía la represión mas intransigente, feroz y criminal.
Cuando la violencia se recrudeció y comenzaron a matar sacerdotes y a sus acompañantes por «agitar y difundir propaganda comunista» según decían los escuadrones de la muerte, la gente se volcaba a escuchar la radio para estar enterados de lo que pasaba, ya que oficialmente, como siempre, los grandes medios (Léase Prensa Gráfica, Diario de Hoy, Diario El Mundo, Radios y Televisión salvadoreña) no publicaban nada.

El 23 de marzo de 1980, en la misa dominical, Monseñor Romero dijo estas palabras que se transmitieron por la YSAX:

Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: «No matar». Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión. Óscar Romero

Creo que todos los que escuchamos estas palabras nos quedamos helados, Monseñor apelaba al sentido real del Cristianismo al pedir que se se suspendiera la represión contra el pueblo, porque era eso, represión pura y brutal, sin respeto por los derechos humanos de nadie, una total impunidad para secuestrar, torturar y matar de parte del glorioso ejército salvadoreño y sus aparatos paramilitares.

Al día siguiente otra noticia nos conmovía hasta lo más profundo: Habían asesinado a monseñor Romero mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital Divina Providencia.

Muchas cosas se aceleraron entonces, para algunos este era el «Chamorro» de El Salvador y esto desencadenaría una ofensiva insurreccional como lo fue el asesinato del periodista Chamorro en Nicaragua, para otros suponía un nuevo nivel en la violencia oficial que ya no respetaba absolutamente nada.

Luego el treinta de marzo fueron las exequias de Monseñor con la terrible experiencia que nos hizo probar de cerca la violencia insensata a quienes a ese momento nos manteníamos al margen.

Ese año, algunos compañeros del colegio «desaparecieron», en especial recuerdo a dos compañeros y a mi amigo «Niebla» que fue el único se despidió de nosotros a pesar de que le pedimos que esperara, que terminara el bachillerato, que las cosas se iban a calmar, pero se venía la guerra, un par de meses después lo vi en Catedral durante una «toma» protestando por algo, no recuerdo, me reconoció y se quitó la capucha, me entregó un maletín que parecía de médico algo pesado y me pidió que se lo entregara a una persona que estaba fuera, lo saludé torpemente e hice entrega del susodicho maletín, alejándome del lugar algo abatido y triste por la suerte que sabía que correría mi buen amigo.

Otros compañeros de colegio estaban terminando apenas el bachillerato y ya estaban asistiendo a las pruebas para ingresar la escuela Militar de donde al final de la guerra, únicamente uno de los seis que culminaron el proceso saldría vivo de la aventura, porque a otro, el séptimo de nuestra promoción que entró a la Escuela Militar, lo echaron fuera casi al final del primer año, por haber vapuleado a puñetazos al hijo de un prominente coronel que ya cursaba segundo o tercer año, cuando este otro amigo llegó y que lo había «agarrado de pato», haciéndole lo que hoy se conoce como «Bullying» hasta que mi compañero se hartó y en los vestidores lo confrontó violentamente, engarzándose en una pelea en la que casi mata al abusador, tuvieron que detenerlo como entre seis cadetes.

Nuestra generación fue la generación de la guerra, fue la carne de cañón para ambos bandos, fueron quienes pelearon y pusieron la mayor parte de los muertos directos del conflicto y a los que nos salvamos de pelear, como dice Calamaro: «Nos tocó crecer viendo a nuestro alrededor paranoia y dolor…», no teníamos ni un año de graduarnos y ya habíamos asistido a tres o cuatro funerales de nuestros compañeros, asesinados o muertos en combate.

Pero el caso de Monseñor Romero si bien no desató inmediatamente la inminente guerra, cambió a nuestra nación, Monseñor Romero se había convertido en pastor espiritual para nuestro pueblo y su asesinato tuvo el efecto contrario al que sus asesinos esperaban, su memoria y mensaje se universalizaron, su recuerdo perdura en el corazón del pueblo y su imagen a sido adoptada universalmente como «la Voz de los Sin Voz», casi inmediatamente a su muerte surge el culto a Monseñor Romero, que lo eleva a la categoría de Santo Mártir, el sacerdote Pedro Casaldáliga, el mismo año de su muerte le escribe y lo bautiza como:

San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro

El ángel del Señor anunció en la víspera…
 
El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!
 
El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.
 
¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!
 
Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
 
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
 
Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.
 
Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!
 
Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares…
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!
 
San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!
 
Pedro Casaldáliga

En mayo de 1994 la Arquidiócesis de San Salvador pidió permiso a la Santa Sede para iniciar el proceso de canonización. El proceso diocesano se terminó en 1995 y el expediente completo con sus homilías y escritos fue enviado a la Congregación para la Causa de los Santos, en la Ciudad del Vaticano, quien en 2000 se lo transfirió a la Congregación para la Doctrina de la Fe (en ese entonces dirigida por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, posteriormente Papa Benedicto XVI) para que analizara concienzudamente los escritos y homilías de monseñor Romero. Una vez terminado dicho análisis, en 2005 el postulador de la causa de canonización, monseñor Vicenzo Paglia, informó a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: «Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres».

Sin embargo el uso político que la izquierda ha hecho de la imagen de Monseñor desde entonces bloqueó por muchos años sus proceso, ya que su martirio siempre estuvo inmerso en polémica por el supuesto mensaje político de su legado, y por la duda en torno a su mensaje y pensamiento, plasmado en sus homilías, que fueron exhaustivamente revisadas desde el año dos mil por la congregación creada a tal efecto, por eso este cinco de enero todos recibimos con alegría la noticia bomba del año:

Los Teólogos de la Congregación de la Causa de los Santos del Vaticano declararon la semana pasada como auténtico el martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, señalando que el obispo mártir fue asesinado «in odium fidei» (en odio por su fe) mientras oficiaba una misa en la iglesia de la Divina Providencia en San Salvador.

El proceso de canonización de Monseñor Romero se aceleró con la llegada de Jorge Vergoglio, Papa Francisco, al Vaticano en 2013. El proceso que inició 14 años después del asesinato del obispo, estuvo archivado cuando Joseph Ratzinger, era cardenal y estaba al frente de la Congregación de la Causa de los Santos y continúo entre los archivos durante el papado de Benedicto XVI.

Lo grande de estas noticias es que se descartan todos los alegatos que los detractores de Monseñor Romero le endilgaban como figura inmersa en la política ideológica del conflicto armado, que es como lo pretendían hacer ver los exponentes de la extrema derecha, que no están muy felices con esta situación, sobre todo porque su asesino intelectual es ni mas ni menos que uno de los principales fundadores del partido ARENA, es decir, parafraseando a Ignacio Ellacuría quien años después se convertiría en otro mártir de la iglesia salvadoreña: El menor Roberto d’Aubuisson Arrieta.

El francotirador que disparó contra Monseñor Romero fue un ex Guardia Nacional

Esta noticia cae como un baldazo de agua fría a quienes han mantenido la imagen de Monseñor Romero como la de un cura revoltoso, comunistoide y pro guerrilla, su memoria y presencia oficialmente se reivindica como auténtico pastor de la iglesia, así como se declaran enemigos de la fe sus asesinos, en especial al menor d’Aubuisson, instigador y asesino intelectual del sacerdote, ¿Como podrán ahora ponerle el nombre de un enemigo de la fe a una calle que lleva el nombre de un Santo?

Tal parece que Don Editorialista y Doña Evangelina Pilar del Sol están rogando a Dios para que se los lleve a su seno antes de ver y tener que encenderle velas a un santo que no es de su devoción, es decir a San Romero de América.

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