La concepción original de «ciudadano» se refería a un hombre lo suficientemente solvente como para comprar armas, obteniendo así el «privilegio» de defender la polis. Desde la acotación del término «estado» pasaron siglos antes de permitirse el voto, o siquiera la incidencia directa en quehacer académico alguno, a las mujeres. Es, por tanto, previsible cierta dosis de machismo en la manera en que la sociedad basada en el derecho romano se constituyó. Las mujeres han sido, de manera sistemática, casi eliminadas de la historia cuando no se apegan a su rol de madre, musa u objeto sexual. Esto es intolerable, inaceptable e irrepetible.
Cierto es que no se me crió para seguir el rol tradicional de una mujer, probablemente sea eso lo que me impide pensar que mi realización será plena cuando tenga hijos. Cierto es también que debido a eso no he visto a mi género nunca como un obstáculo para desarrollarme, ni para aprender. Crecí sin entender muy bien cómo podía tener más valor un pene que la capacidad intelectual. No creo que un hombre me quite oportunidades por el simple hecho de serlo, pero muchas mujeres sí lo creen así. Ven amenazas a su emancipación por todos lados, atacan enemigos invisibles. Interactúan violentamente, de manera revanchista, contra el otro 48% de la población nacional que se compone de hombres. Sí, entre ellas, el 52% de la población de este país, hay algunas que creen ciegamente que los hombres están acá para marginarlas y someterlas. Y hoy han llegado a la televisión nacional.
Al pasar del tiempo uno sí empieza a darse cuenta que la mujer es frecuentemente vista como objeto sexual muy a pesar de su aspecto físico, y como tonta muy a pesar de su capacidad intelectual. Se empieza a sentir repudio ante esta conducta protomacha que es preservada y perpetuada por las mismas mujeres. En este marco, uno en principio aplaude que un grupo de mujeres consigan espacio-aire en televisión para hablar no de cocina, no de belleza ni de tintes de cabello, sino de política, economía y quehacer nacional. El aire vehemente del título del programa, «Sin su permiso» ya lo va poniendo a uno en duda ¿Permiso de quién, si es usted mayor de edad, sin antecedentes penales y ciudadana de un estado soberano? Igual lo vi: Ana Giralt, del área política de EDH; Francesca Falconi, del área de Economía de LPG y Lorena Mendoza, especialista de la vida, conforman el staff. Mientras el programa tiene una franca tendencia derechista -cosa no condenable y hasta comprensible- sí me consterna el hecho de ufanarse del simple hecho de ser mujeres, de levantar alto el estandarte de sus cromosomas XX para hablar de manera tan tembleque de las cosas que tienen todo el derecho de defender. Tembleque e inconsistente., acusando a un gobierno de cinco meses de ejercicio de pasividad por un problema social claramente de posguerra, esperando que escaladas de violencia que se gestan desde 1990 se solventen en cinco meses. Esto dicho de manera rígida y con fingida vehemencia. Más que consternarme, me molesta..
Hay muchas mujeres en los medios televisivos de este país, pero todas ellas son presentadoras o simple relleno bonito en la pantalla que me dice que el Alianza necesita ganar en Chalatenango para subir en la tabla de posiciones, aunque ella no sepa ni a qué se refiere. Me molesta la idea de Sin su permiso por agarrase del recurso tan barato de «soy mujer y por eso puedo decir lo que sea», un recurso de minoría, para hacer gala de «periodismo investigativo» que «genere opinión» con argumentos tan blandos y mil capas de maquillaje. Me molesta porque el público se crea expectativas e imágenes del tipo de investigación que se puede generar en este país. Periodismo de calidad, sin importar se trate de hombres o mujeres, con o sin permiso. Me apena que el rol de mujer se utilice como escudo para titubear, para decir «es que» a cada momento, tan evidente que los invitados parecen estar más seguros de lo que dicen que las moderadoras mismas. Lujos, por supuesto, que un hombre no se puede dar ¡Momento! ¡Si tenemos a Jorge Hernández! Ah, no, es hombre, se le perdona ¿O no? Pues no, yo, mujer de 22 años con cierta noción de política, yo no les doy permiso.
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