Por: Francisco Quintanilla
Ya, casi a punto de finalizar, no sé si un año más o un año menos, el año 2019, surge en mí, una pregunta, trascendental, y es ¿Qué quiere Dios de mí?. Por supuesto, antes de tratar, más que responderla, se trata de meditarla, ya que la meditación, ha sido por lo largo de los siglos de los siglos, la herramienta, la vía predilecta, que han tenido los hombres y mujeres de mucha fe real, para comunicarse y platicar con Dios.
Esta platica o conversación con Dios, no se hace ni se debe hacer en medio de la algarabía, del relajo, sino en condiciones de silencio absoluto, sea cual sea la concepción que se tenga de Dios, sea cual sea la forma como se denomine al Dios en el cual la persona cree, sea cuales sean las características que le atribuyen al Dios en el cual cree.
Dios ha recibido diferentes denominaciones, algunas tradiciones y pueblos le llamaron Yahvé (YHVH), que en hebreo significa: “Yo soy el que soy”, otros en la misma tradición hebrea le llaman Jehová; los de la tradición del Islam, le llaman Alá (All?h), que significa, el único, omnipotente, omnisapiente, creador y sustentador del universo; mis antepasados, los mayas le llamaron Kukulkan, que significaba la serpiente emplumada.
Independiente de la denominación, que se le haya o se le dé a Dios, tienen algunas cosas en común: son omnisapientes, omnipotentes, omnipresentes, creadores del universo y de la vida.
La conversación, que realizo o intento realizar todos los días en el silencio, es con un Dios, que además de poseer las características anteriormente señaladas, es un Dios lleno de amor por el prójimo, exigente en la búsqueda y realización de la justicia social, que exige para el que cree en él, esté dispuesto a darle a otros no lo que le sobra sino lo que los otros necesitan, es un Dios que no existe en abstracto y sólo en la mente del que se dice creyente ni mucho menos en medio de las gritoleras, sino que se historiza, se realiza y se manifiesta en los pueblos, y sobre todo en los rostros sufridos de los más pobres de la tierra, exigente en el enfrentamiento total y absoluto del pecado personal, social y estructural, es un Dios que exige de los que dicen que creen en él, sinceridad, no hipocresía, no sinceridad fingida, es un Dios que exige, que cada quien cargue con la cruz que le corresponde en el valle inhóspito de la muerte, luchando y construyendo la liberación de los demás, porque sólo así alcanzará la suya propia.
Es en este Dios, y con este Dios con el que procuro conversar todos los días en el silencio, descendiendo a la catacumba más profunda de mi conciencia. Es este Dios, quien me ha enseñado a descubrir, que en mi debilidad está mi fortaleza; que en mi enanés está mi gigantés; que en mi desnutrición está mi robustez; que en el reconocimiento de mi ignorancia está mi necesidad de conocer; que en mi individualidad está mi necesidad de luchar con mis ideas, contra todos aquellos que tratan injustamente a las grandes mayorías, en fin que me ha enseñado a saber que en la debilidad de mi carne, está la insistente lucha por fortalecer mi espíritu.
En esta lucha constante, por ser lo que quiero ser, y sobre todo, por llegar a ser, lo que quiere que yo sea el que todo lo puede, el que todo lo sabe, el que está en todas parte, el creador y sustentador del universo. En esta lucha, han ido apareciendo desde ronroneos hasta grandes rugidos, del máximo hacedor del mal. Ronroneos y rugidos, que con frecuencia me distraen en mí caminar hacia la cima de la montaña.
En este año, que está por terminar, hay algo que me ha estado con alguna frecuencia, distrayendo, producto de un ronroneo emanado de la garganta de alguien que siendo un lobo, se presenta con el disfraz de una oveja, de alguien que siendo diablo, se presenta ante toda la gente como un ángel.
Este lobo con disfraz de oveja, diablo con rostro de ángel, me decía una persona, que sin conocer a mi madre, habla despectivamente de ella, se mofa de ella. Posteriormente, este dato, esta información, me la confirmaron cuatro personas más.
Este fariseo, hipócrita, farsante, mercader de la palabra de Dios, no tiene la capacidad de entender, que a pesar de las circunstancias difíciles en que vivió mi madrecita, y que no tuvo la oportunidad de ir a la escuela, no sólo aprendió a leer y escribir los símbolos de cualquier libro, sino que desarrolló la capacidad de leer la realidad. Y con esta capacidad y la fortaleza que Dios le dio, contra toda adversidad, sacó de las profundidades del abismo a siete hijos, entre ellos, una hembra y seis varones.
Este diablo con rostro de ángel, jamás de los jamases, tendrá esa cualidad y esa capacidad, que mi madrecita del alma, tuvo y tiene, para sacarnos con éxito de la situación de extrema pobreza en que vivíamos.
Este ahijado de Belcebú, tan teñida de maldad tiene su “conciencia”, que, no tiene la capacidad y la apertura, para lograr captar, que mi madrecita, aun a pesar de las circunstancias en que le tocó vivir y enfrentar, desarrolló una integridad moral y ética, que él jamás desarrollará, ni tendrá, ni disfrutará. Para esto, él debería volver a nacer, con una nueva conciencia y un nuevo cerebro, ya que en su actual vida, los dos, los tiene engusanados y podridos.
Estas últimas noches, le he pedido al Dios en que yo creo, que me ilumine, para soportar, estas embestidas que el ahijado de Belcebú, está cometiendo en contra de mi familia, ya que al ofender a mi madrecita, me ofende a mí y a toda mi familia.
Debería ser sordo y ciego, para considerarlo no sólo como mi amigo, sino como mi mejor amigo, o peor aún, considerarlo como mi hermano en Cristo. De hacer, lo contrario, estaría olvidando, uno de los tantos versículos de las Sagradas Escrituras, y sobre todo, el que en síntesis dice “el que teniendo oídos para escuchar, no oye, el que teniendo ojos para mirar, no ve y tienen la mente embotada (Mateo 13: 9-18).
Solo el que teniendo oídos para escuchar, y no oye, el que teniendo ojos para mirar, y no ve y tiene la mente embotada, será tan sordo y ciego, que lo considerará, no sólo como su amigo sino como su mejor amigo, peor aún como su hermano en Cristo, muy a pesar, que ofende a su madre, a mi madrecita del alma.
Sígueme iluminando, Dios mío y de todos los que se responsabilizan de cargar su cruz y no se la montan a otros, para que pueda soportar, las embestidas de los dignatarios y signatarios de Belcebú, y que nunca jamás en mi casa, en mi hogar vuelva a tener espacio, la mentira, la envidia, la maldad y la arrogancia.
Permíteme, Dios mío, que disminuyan las turbulencias en mi eterno caminar hacia la punta de la montaña, y si no disminuyen, que tenga la paciencia y sabiduría para poderlas enfrentar y salir triunfante ante ellas.
Ilumíname, para que pueda seguir volando hacia los confines del universo, sin dejar de poner mis pies sobre la tierra.
Ayúdame, a que con cada idea que surge de mi pensamiento, contribuya a que este mundo, llegue a ser algún día más justo y más humano, donde nadie sea olvidado y marginado.
Ayúdame también a ser feliz con lo que no tengo materialmente, porque los que se esclavizan de ello, pierden su felicidad y su libertad.
Recuérdame constantemente, que es en la valoración de las cosas pequeñas donde está el secreto de la vida y no en las cosas grandes.
Permíteme, seguir siendo, el niño que siempre fui, el de los pantalones rotos, camisa desabotonada y el de los pies descalzos, para ver siempre el mundo y la vida con la mayor sencillez y modestia posible.
Alúmbrame y recuérdame, que no hay mejor manera de recibir que dando, porque dando es como se recibe, o como me lo dijiste, a través de la palabra escrita de una de mis sobrinas y de la palabra hablada de mi otra sobrina, la primera me citó en un pequeño y significado presente en el día del filósofo y de la filosofía, al gran filósofo griego Platón: “Buscando el bien de nuestros semejantes encontramos el nuestro” y cómo la segunda sobrina, me ayudó a interpretarlo.
Ayúdame, fuertemente, a perdonar al que me ofende y sobre todo, a los que han ofendido a mi madrecita, porque te confieso Dios mío, que me está costando mucho trabajo perdonar, a ese diablo vestido de ángel, que ofendió a mi madrecita.
No me dejes ser vencido por la provocación y por los provocadores, dado que hombre fuerte no es aquel que derrota a otro en la lucha, sino aquel que resiste toda provocación.
Quítame no sólo el miedo a morir, sino que sobre todo, el terror de ver morir a los que más amo.
No permitas que me olvide de los que ya partieron de este mundo, porque además de que no merecen ser olvidados, los que todavía continuamos en esta vida, vamos de tras de ellos.
No abandones, jamás a mi familia, y no permitas que se aparten del recto camino, apártalas del mal.
No permitas, que me olvide de los más necesitados, como tampoco de mi familia y que pueda algún día decir, cuando llegue al final del sendero, a la punta de la montaña, a la transición entre la vida y la muerte: Soy libre, Señor, al fin soy libre.
Salam Aleikum
23/11/2019
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