Hablar de generaciones siempre es un problema existencial, nos gusta encasillar, pero no ser encasillados, es muy difícil definir qué es una generación pues los límites entre el inicio y fin de una generación nunca pueden ser delimitados con certeza ni en sus componentes ni en sus características, mucho menos en quienes pertenecen a una u otra, sin embargo hay cierto común acuerdo en algunas tendencias generacionales.
Nosotros, los nacidos a inicios de los sesentas fuimos los eslabones perdidos entre los Baby Boomers de los años cincuenta y la llamada Generación X, que llegamos demasiado tarde al verano del amor y carecimos de identidad propia asumiendo la revolución sesentera como nuestra, cultural e históricamente, aunque no participamos en su conformación ni en su rumbo, éramos muy niños para ser conscientes del mayo francés o de Tlatelolco y de sus implicaciones sociológicas en la historia, sin embargo nosotros somos quienes peleamos las batallas ideológicas reales a finales de los años setenta y quienes pusimos la sangre y los muertos en la locura de los ochenta, defendiendo ideales o libertades, según el bando en que nos tocó vivir.
Marionetas de un sucio juego manejado a espaldas nuestras, que nos llevó a tener este pedazo de sociedad propicia para la pudrición.
Los que no tomamos partido bélico, vimos morir a nuestros amigos de uno y otro bando, disparándose entre sí, escupiéndose odio y violencia asesina, siguiendo al pie de la letra designios e intereses que no eran de ellos, tristemente como bien lo retratan aquellos entrañables Punketos de Escorbuto, muriendo como imbéciles.
Fuimos una generación de marionetas. Si, pero para ser justos, fuimos monigotes que tenían ideales y que matamos o nos hicimos matar en la creencia de algún concepto difuso, falso y oscuro como lo es la libertad.
La nueva generación nacida de los ochentas vinieron ya a ser pequeños X, sufrieron la guerra en carne propia pero casi no se acuerdan porque estaban muy pequeños y a estas alturas la guerra y sus implicaciones son solo un recuerdo difuso, no obstante, tienen un caudal de principios e ideales bastante similares a los nuestros en uno y otro bando, ellos han luchado las batallas políticas de la post guerra y comenzaron a sufrir la diáspora, siendo abandonados por sus padres y perdiendo su identidad familiar, pero no su capacidad de creer.
A los chicos de los noventas ya se les identificó como los «Milenials», Generación Y, chicos del milenio, como los «Nini» (Ni estudian ni trabajan), pero una nueva definición, nacida de la literatura propia de esta tanda, los denomina como la «Generación Irónica», por ciertas características muy especiales que los diferencian del resto de nosotros.
Nacieron casi con el internet en su casa o a la vuelta de la esquina, en los cibercafés a módico precio, han crecido abstraídos en un mundo alucinante de videojuegos cada vez más absorbentes, viven existencias en “Metaversos” similares al descrito por Neal Sthephenson en su novela «Snow Crash», es decir, con una identidad virtual, muchas veces separada de su Psique real, pendientes de los memes, Trend Topics, burlándose de todo, desde la Virgen María hasta el nefasto 9-11 de New York, hacen de la ironía un modo de vida, no como argumento intelectual que oponer a la vida sino como escudo para protegerse de ella, transitan entre el Hipsterismo y la total apatía.
No creen en nada de lo que les dicen, apenas escuchan o se les menciona algo, inmediatamente lo «Googlean» o lo investigan en la red oscura, y le creen más a san Google que a los mayores, lo he vivido en mi hijo, que antes de aceptar mi palabra la ha confrontado contra lo que internet dice, ellos a los 21 años han adquirido el cinismo que nos llevó 30 o 40 años obtener.
De esta manera se «Spoilean» la vida entera aprendiendo de todo, preparándose académicamente, obteniendo licenciaturas, maestrías, pero no logran un trabajo decente y muchos terminan truncando sus carreras universitarias trabajando en Call Centers que al menos les ofrecen un ingreso relativamente más decente que el abominable salario mínimo que pagan las fábricas y comercios nacionales, pero que únicamente les sirve para obtener bienes que puedan exhibir o utilizar para “estar conectados”, beben cerveza en “pubs” no en cantinas, toman café gourmet y evitan hablar sobre todo de su futuro.
Muchos inician carreras que abandonan a los pocos años para iniciar otras que a veces también terminan dejando y al final se gradúan sin tener certeza de qué es lo que desean hacer, es decir sin un proyecto de vida, que a decir verdad, nosotros tampoco tuvimos, pero que en nuestro caso se compensaba con mayores oportunidades para emprender la vida según los patrones culturales y económicos que nos rigen.
Los «jóvenes adultos», nacidos en los mediados de los ochentas que están cumpliendo 30 años, ven con extrañeza a estos nuevos advenedizos que son más hábiles de lo que nosotros los sesenteros o ellos los ochenteros jamás fuimos, son bilingües o trilingües, tienen una pericia envidiable con las computadoras y están más conectados que Hall 9000 o incluso que la entrañable Jane de la saga de Ender, pero no se estabilizan laboralmente, pues el mercado no es capaz de absorberlos, no creen en casi nada o en nadie, políticamente son agnósticos y no les gusta comprometerse con nada.
Pero dadas sus características, capacidades y conocimientos son la materia prima perfecta para una nueva revolución juvenil que puede encenderse como un polvorín gracias a su interconexión social, solo que ellos no seguirán ciegamente a líderes de ningún tipo, no son tan estúpidos como lo fuimos nosotros, el secreto es descubrir, qué seguirán o si simplemente explotarán espontáneamente, si es que antes no son devorados por las maras, que están absorbiendo a todos los jóvenes excluidos económicamente por el sistema, es decir a los que no tuvieron la suerte de la generación irónica.
Tienen sus escritores como Noah Cicero que en su novela «Go to Work and Do Your Job. Care for Your Children. Pay Your Bills. Obey the Law. Buy Products.» publicada en español como «Pórtate bien», expresan toda esa furia y frustración.
Algunas veces la ironía es señal de fino humor y aguda inteligencia; otras –las más frecuentes en esta época– es solo una forma de evadir el compromiso, las ideas originales y el riesgo de la individualidad. Así viven los hipsters, una tribu urbana autocomplaciente a la que exámenes críticos como este le importan más bien poco. Christy Wampole
Luna Miguel lo expresa muy bien en su artículo «La verdadera y triste historia de nuestra generación»
No hay día que no piense en que debería haber acabado la carrera, o en que no debería haberla empezado, o incluso en el que me arrepienta de cualquiera de las decisiones tomadas entre mis 18 y mis 22 años. De hecho, estoy segura de que ahora mismo, mientras escribo esto, centenares de jóvenes estudiantes, parados o trabajadores se están preguntando cosas parecidas. La idea de un futuro incierto revolotea por nuestras cabezas como una paloma sucia, y busquemos donde busquemos es imposible encontrar una respuesta sencilla, decente, esperanzadora. Por eso somos tan egoístas, tan egocéntricos. Por eso sólo hablamos de nosotros porque qué haríamos de lo contrario, si la única manera de mantenernos anclados a esta vida es inspeccionarnos una y otra vez.
Al contrario de mis contemporáneos que ven con desagrado las actitudes de estos jóvenes, yo los veo con esperanza, ya que están muy preparados y son capaces de tomar una ideología, descuartizarla, entenderla, masticarla, probarla y escupirla si no les agrada, todo esto antes de tragársela y son capaces de utilizar eficientemente nuevas herramientas para hacerse escuchar y mover la opinión pública, una vez tengan el interés suficiente en hacerlo, pero como ya les dije antes, dudo que sean tan idiotas como para seguir ciegamente simples consignas, ideologías o a carismáticos líderes “históricos”, serán ellos mismos quienes descubran qué es lo que los mueve.
lo que los mueve.
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