Por: Francisco Quintanilla
Abordar la relación dinámica o dialéctica existente entre hombre y concepción del mundo y de la vida, exige de suyo clarificar la diferenciación entre concepción y convicción. En primer lugar, hay que decir, que toda convicción es una concepción, pero no toda concepción es una convicción. En segundo lugar, a partir de lo anterior, se puede decir, que para que una concepción se convierta en convicción, la concepción tiene que ser desde las profundidades de la conciencia de los hombres y de las mujeres, una especie de brújula que orienta y dirige su accionar. Y, en tercer lugar, entonces, se puede decir, que una concepción que no cumpla la función de brújula que dirija y oriente el comportamiento de las personas, se queda nada más a nivel de concepción del mundo y de la vida, no adquiere el carácter de convicción.
A nivel mundial como a nivel latinoamericano y salvadoreño, con frecuencia personas que son consideradas o se consideran así mismas analistas políticos, exponen en los diferentes medios de “información” o de “comunicación”, que muchas ideas o concepciones que en el pasado se consideraron como revolucionarias ya han quedado desfasadas y que, si, personas algunas que pregonan dicha concepciones, quieren seguir siendo revolucionarias y sobrevivir como tales, deben de tirar en el cesto de la basura, esas ideas e incluso esas concepciones.
Estas valoraciones, con frecuencia emanan de bocas que en el pasado gritaron en todas las direcciones, que era preferible morir de pie que arrodillados, que era preferible morir luchando por la libertad que vivir esclavos toda la vida. Ya en la década de los noventa del siglo recién pasado, después de la caída del bloque socialista, estos que se autodenominaron revolucionarios, comenzaron a trabajar y asesorar a los grandes capitalistas, como ha ocurrido en El Salvador. “Revolucionarios” nefastos que hoy escriben y trabajan para el Diario de Hoy, la Prensa Gráfica, etc., periódicos de la oligarquía y de la burguesía, trabajan además para FUSADES, para los banqueros más adinerados de este país, además, que continúan siendo asesores del partido ARENA. Son estos asesores de la derecha nacional e internacional, trasnochados revolucionarios, quienes intentan por todos los medios, de convencer, de que ser o continuar siendo revolucionario, es ser como ellos: pusilánimes y genuflexos.
Uno de los conceptos que deben ser abandonados según estos pusilánimes y genuflexos, es el de imperialismo o el de la lucha de clases sociales. Como si con el simple transcurrir del tiempo, hiciera por si mismo, que desapareciera del escenario trágico humano, la existencia de los imperios y de su dominio aplastante y caníbal sobre los países más débiles como los latinoamericanos o los africanos o como si con el transcurrir del tiempo digitalizado, desapareciera de un plumazo los cientos de millones de pobres sometidos por los más ricos a un proceso permanente de empobrecimiento.
Los conceptos que se desprenden de un esfuerzo descomunal por capturar con la mayor plenitud posible el sufrimiento humano como de sus esperanzas de su erradicación, no pueden ser desechados de un plumazo, por arte de magia, como si con la magia, la realidad humana fuera actualmente radicalmente distinta.
Si bien es cierto, la realidad natural y social no es estática, sino que está en constante movimiento, transformación, como lo dijo hace muchos siglos atrás Heráclito: Nadie se baña dos veces en un mismo rio, porque a pesar que el río está ahí, las aguas siguen corriendo, esto no indica que las injusticias sociales y el proceso permanente de empobrecimiento de las inmensas mayorías a nivel mundial, regional y nacional haya desaparecido, no indica tampoco que la lucha de clases sociales y la forma trituradora como actúan los grandes imperios sobre los países más débiles, haya desaparecido, sino que se ha transformado, asumiendo cada día nuevos disfraces con apariencia de más humanos y sensibles ante el dolor humano, que por cierto, ellos mismos provocan a granel.
Estos diversos disfraces utilizados por los grandes imperios y sobre todo por el imperio más poderoso existente, el estadounidense, se trasmutan constantemente, adquiriendo apariencias de superhéroes que siempre luchan por los hermanos menores, débiles y propensos a ser encantados por las utopías revolucionarias, por las utopías de que un mundo muy distinto, todavía es posible. Ante esto, todo hermano menor, que sea encantado por este tipo de utopías, además de ser un hermano menor rebelde, ha dejado de ser su hermano, por lo tanto, no queda otra que aniquilarlo de una u otra forma, declarándole la guerra en forma abierta o sometiéndolo a una quiebra económica.
Una cosa, es decir, equivocadamente que la realidad continúa siendo la misma que era en la década de lo 60, 70 u 80 del siglo recién pasado, y otra cosa, es querer convencer, que, dado que la realidad actual ya no es la misma que la de esas décadas, la pobreza, la injusticia social, la lucha de clases sociales, la imposición del dominio imperialista, son conceptos que ya pasaron de moda. Esos más que conceptos son realidades, crudas realidades que siguen tan pujantes y actuantes como antes y quizá aún más, no son fenómenos que se les puede reducir a un acontecer que está o no está de moda.
Bajo este soporte de compromiso con la liberación progresiva pero revolucionaria de la humanidad, de los más pobres y en proceso constante de empobrecimiento, paso a abordar una valoración concreta de la diferenciación y relación entre concepción y convicción del mundo y de la vida. Para este abordaje, recurro a hacer una valoración de dos de la concepciones más poderosas y profundas que han existido en la historia de la humanidad: la concepción cristiana y la concepción marxista del mundo y de la vida humana.
En cuanto a la concepción cristiana, todos sus preceptos fundamentalmente se encuentran plasmados en las sagradas escrituras, es decir, en la Biblia. Los preceptos de la concepción marxista, se encuentran constatados sobre todo en los documentos escritos por Karl Marx y por Federico Engels. Ambas concepciones, están más cerca de lo que mucha gente cree, incluso hasta hermanarse en los nobles propósitos de lograr por diversos caminos la liberación del hombre en toda su plenitud.
El hermanamiento de ambas concepciones no sólo reside en los propósitos sino en las exigencias que ambas plantean para que el hombre alcance tal liberación. Ambas exigen a los que se llaman o se proclaman como cristianos o como marxistas la asimilación no sólo en teoría si no también en la práctica diaria de valores como los siguientes: búsqueda de la verdad, lucha por la justicia, amor hacia el prójimo, predilección por los pobres y sobre todo por los más pobres de esta tierra, el despojo de lo material para repartirlo entre los más necesitados y la negación de sí mismo para reafirmar su realización en la realización liberadora en todas sus dimensiones de todos los hombres y de todas las mujeres de esta tierra.
Exigencias y propósitos de ambas concepciones son tan difíciles de cumplir, que no todos los que se llaman cristianos o marxistas lo son. Muchos pueden llamarse fácilmente cristianos o marxistas, el problema es el salto de la palabra a la acción, de la teoría a la realización diaria estruendosamente cristiana o marxista.
En ese salto, que no es cualquier salto, sino una acción donde hay un enfrentamiento atómico entre la carne y el espíritu, entre el egoísmo capitalista y la solidaridad entregada por la liberación de la inmensa mayoría de personas sometidas al hambre, al empobrecimiento descomunal y a la esclavitud por parte de los más poderosos de este planeta que viven su enriquecimiento a costa de la muerte progresiva de centenas de millones de personas que sufren el escarnio, la abominación de los primeros en pleno siglo XXI, donde unos pocos tienen muchísimo y muchos tienen poquísimo o nada; los primeros teniendo mucho que dar o despojarse no dan nada, sino por el contrario, lo quitan todo y los segundos que teniendo poco o nada, lo dan todo.
Ser, por tanto, cristiano o marxista no es una simple erupción fonológica, es más bien, una entrega desinteresada a los demás, a las decenas de millones (el prójimo) que desde hace siglos han estado clamando por su liberación de todo lo que los oprime, reprime y esclaviza. En este sentido, es válida tanto para los que se llaman cristianos como marxista la sentencia bíblica: Muchos los llamados y pocos los escogidos. Muchísimos se autodenominan cristianos, muchos son los que se autodenomina marxistas, pero pocos, muy poquísimos son cristianos y marxistas de verdad.
Pero el hecho, de que muchísimas personas que se llaman cristianas y marxistas, no lo sean en la acción, no significa que la Biblia y los documentos escritos por Marx y Engels, no sirvan o que tengan que ser desechados. Si, significa, que los que no ponen radicalmente en practica los preceptos cristianos y marxistas, no son lo que dicen ser, más bien son la antítesis de cristianos y marxistas. La Biblia y los aportes fundamentales de Marx y Engels siguen tan validos como antes, en un mundo donde los más poderos y más ricos siguen más deshumanos que antes y los pobres que son la inmensa mayoría de este planeta siguen cargando la inmensa cruz que los primeros les impusieron y que los falsos o remedos de cristianos y marxistas se han hecho del ojo pacho ante tanta injusticia social. No hay duda, que, a los falsos cristianos y falsos marxistas, hay que echarlos del templo, por mercaderes de la palabra cristiana y de la palabra marxista.
El anterior hecho, que no es un acontecimiento meramente teórico, sino un hecho de la cruda y nuda realidad, indica también que las centenas de miles de hombres y mujeres que se llaman cristianos o los muchos que se llaman marxistas nada más de palabra, sólo han asimilado teóricamente una concepción cristiana o una concepción marxista, pero que no dieron o no han dado el salto de convertir dichas concepciones en convicciones que rijan su vida y su destino: la liberación total y progresiva no sólo de sí mismo si no sobre todo, de todos los pobres de esta tierra, porque nadie puede ser libre, si los demás continúan siendo esclavos, porque nadie puede saborear a plenitud un plato de comida, si los demás se mueren de hambre, porque nadie puede quitarse la sed con un buen sorbo de agua fresca y pura, si la inmensa mayoría se muere de sed.
Los que dicen que son cristianos o marxistas pero que en la vida practica no lo son, han hecho los primeros de las iglesias una empresa en la búsqueda de un beneficio personal, y los segundos, de igual forma han hecho de los partidos políticos una empresa que les han reditado dólares por montones.
No se trata, por tanto, por culpa de falsos cristianos y falsos marxistas, de desechar las concepciones cristiana y marxista, de lo que se trata, por una parte, de distinguir entre los farsantes del cristianismo y del marxismo de los que son auténticos, y por otra, de tener la capacidad, no de desechar conceptos tales como: imperialismo, lucha de clases sociales, pobreza, injusticia social, etc., sino de la capacidad de reales cristianos y de reales marxistas de buscar o construir nuevas formas de lucha en contra de los eternos productores de injusticia social, de esclavitud, de empobrecimiento y de genocidio de las inmensas mayorías de esta tierra.
Vaya pues, en este mes de marzo, mes de mártires y de martirios, esta reflexión, en memoria de auténticos cristianos y marxistas. Auténticos cristianos como los sacerdotes Rutilio Grande, San Oscar Arnulfo Romero, Ignacio Martín Baró, Ignacio Ellacuría o de reales marxistas como: José Martí, Ernesto el Che Guevara, Fidel Castro, Hugo Chávez, César Augusto Sandino, Farabundo Martí, Febe Elizabeth Velásquez entre otros, que lo dieron todo, sin esperar algo a cambio, porque como dice la palabra cristiana, no hay mejor forma de recibir que dar, porque dando se recibe.
15/03/2019
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