Economías prósperas en punto muerto
Robert Solow
Es profesor emérito del nstituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), fue galardonado con el Premio Nóbel de Economía en 1987 por su contribución a la teoría del crecimiento económico.
EL MUNDO no tiene posibilidades de librarse de problemas económicos apremiantes en los próximos 50 años.
La lista de ellos incluye lidiar con las causas y las consecuencias del cambio climático, responder —o no— al aumento de la desigualdad del ingreso y la riqueza dentro de las economías nacionales y, en el caso de las economías prósperas, alterar o adaptarse a la aparente tendencia de la conjunción de tecnología y demanda a crear empleo en los extremos superior e inferior del espectro de aptitudes y sueldos, pero no —ni por lejos— lo suficiente en el medio.
Sin embargo, desearía plantear una cuestión aparentemente menos cósmica: las economías prósperas de Europa, Japón y América del Norte, ¿están atrapadas en un episodio de “estancamiento secular” que probablemente sea más que transitorio?
Lo que me lleva a elegir este tema es que si la respuesta es afirmativa y si no encontramos una salida pronto, hay muchas menos probabilidades de que logremos solucionar los problemas más grandes.
El término estancamiento secular —formulado por el economista estadounidense Alvin Hansen durante los años treinta— denota una tendencia persistente de una economía nacional (o un grupo de economías) no solo a crecer con lentitud, sino más concretamente a encontrarse parcial o totalmente incapacitada para aprovechar al máximo su potencial productivo.
En esa época, se habría descrito la situación como una escasez de oportunidades de inversión con una tasa de rendimiento aceptable para los inversionistas. Hoy, diríamos que la tasa real de interés compatible con la utilización plena es negativa, y no siempre se puede lograr.
¿Qué prueba tenemos de que el estancamiento secular se ha transformado en un peligro?
La respuesta tiene dos partes. La primera es el argumento, formulado con especial contundencia por el economista estadounidense Robert Gordon, de que tanto la población como la productividad total de los factores crecerán con más lentitud en el futuro.
La proyección demográfica es bastante segura. El pesimismo en torno al aumento de la productividad total de los factores —en términos de eficiencia del capital y de la mano de obra— se justifica más que nada si creemos que la ola de la tecnología de la información no puede mejorar el producto ni el bienestar de la misma manera en que lo hicieron en su momento las grandes olas tecnológicas del pasado, como la combustión interna, la electrificación y la urbanización.
El argumento del estancamiento secular rige aun si este lento crecimiento tiene una probabilidad sustancial de hacerse realidad.
La segunda parte del argumento se desprende de la primera. El aumento demográfico (a través de la “ampliación” del capital) y los avances tecnológicos (a través de la necesidad de capacidad nueva) son las principales fuerzas que han impedido que el rendimiento de la inversión privada disminuyera, a pesar de la creciente intensidad del capital y los rendimientos decrecientes.
En un futuro con crecimiento lento, el ahorro continuará, la tasa de rendimiento retrocederá y la inversión privada se debilitará.
Además —sostiene este argumento— los acontecimientos recientes confirman este pesimismo. Únicamente las burbujas —de la tecnología, de la vivienda— han podido generar prosperidad en los últimos años, y sabemos que eso no dura.
Aquí estamos, a cinco años del fin oficial de la última recesión, y ni Estados Unidos ni Europa —y mucho menos Japón— han podido restablecer ni por lejos la utilización plena.
Esta debilidad prolongada al menos es congruente con la idea del estancamiento secular. Pero no del todo. Gran parte de la debilidad de la demanda privada puede atribuirse directamente a un déficit del gasto en construcción, tanto residencial como no residencial.
(Esto también podría dar cuenta de la desaparición de muchos empleos bien remunerados). La causa no es un misterio. Las economías que experimentaron burbujas del sector de la vivienda en los años previos a la crisis terminaron con un exceso de casas y un mercado hipotecario trastornado.
Algo parecido ocurrió con los edificios de oficinas y otras edificaciones comerciales. No obstante, parte del misterio persiste. En Estados Unidos, al menos, la inversión empresarial no se ha recuperado del todo de la recesión, a pesar de que las utilidades han sido muy sólidas.
El resultado, como lo señalan en un estudio inédito Martin Baily y Barry Bosworth, de la Brookings Institution, es que en el sector empresarial el ahorro supera la inversión desde 2009. El sector empresarial, normalmente prestatario neto, ha pasado a ser un prestamista neto al resto de la economía.
Esto suena más bien a reacción ante una disminución prevista de la tasa de rendimiento de la inversión, como lo sugiere la hipótesis del estancamiento.
La conclusión prudente —¿está de moda la prudencia estos días?— es que la hipótesis del estancamiento no es cosa segura, pero tampoco es descabellada. Los temores de Hansen quedaron eclipsados por la Segunda Guerra Mundial y la expansión del gobierno que le siguió.
Tendríamos que comenzar a plantearnos ya una política de respuesta adecuada.
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