Por: Francisco Quintanilla
Hay tres pilares fundamentales de la sociedad que ineludiblemente los sujetos históricos de la transformación social tienen que transformar radicalmente, para transitar de una sociedad injusta e inhumana a una con justicia social, humana y humanizadora; uno de ellos es la estructura económica, el segundo es el de la educación y el tercero es el de la salud. Estos tres pilares se determinan mutua y dinámicamente, es decir, que la transformación de cualquiera de ellos exige y condiciona la transformación de los otros, a tal grado, que sólo la transformación de estos tres pilares, puede asegurar que una sociedad o formación económica social deje de ser lo que era, para adquirir una esencia diferente, ya sea para bien o para mal de la humanidad, sin embargo, en este documento sólo se hará específicamente una valoración de la reforma del sistema de salud, impulsada por la actual Ministra de salud Dra. María Isabel Rodríguez, a partir del año 2009.
La idea fundamental a desarrollar en este documento, es que para que la reforma del sistema de salud hubiese avanzado más en los cinco años de realización, es que además, de recibir el soporte financiero adecuado y necesario, tenía que exigir de suyo a las universidades que forman profesionales de la medicina y de la salud, una transformación radical de los pensum, cuyo centro ha sido formar profesionales en todas las áreas de la medicina, basada únicamente en la curación y orientada por valores elitistas, para trascender, sin descuidar la curación, a la prevención y a la popularización de los beneficios de la salud y del ejercicio de la medicina.
La historia del ejercicio de la medicina moderna ha girado en torno al modelo curativo y de suyo ha exigido profesionales orientados por este modelo, pero el ejercicio de la medicina más que ser una actividad de carácter científica, se constituyó a lo largo de los años y de los siglos, en un estilo de vida, halado por la aureola del poder de la dominación, constituyéndose el conocimiento de la medicina en una mercancía, cuyo poseedor lo vende a las personas que tiene la capacidad de comprarlo, que tienen capacidad económica de comprar su curación.
Basaglia Franco (n.d) en un artículo denominado “La institución de la violencia” sostiene que el médico, y el psiquiatra son administradores del poder en las instituciones donde ejercen su profesión; donde los pacientes se subordinan en la relación con el médico, al poder del profesional, y pueden establecer un contrato con el profesional, siempre y cuando tengan la condición necesaria para establecer dicha relación contractual, es decir, siempre y cuando tengan el dinero suficiente, para pagar por el servicio.
La relación médico – paciente, puede clasificarse según De la Fuente Ramón (2004) en dos modelos, el técnico y el humanista. “En el técnico el médico aborda al paciente como a un objeto al que hay que examinar y manipular; en el modelo humanista el enfermo es visto como una persona” (p. 180).
El modelo técnico de relación médico – paciente, que es un tipo de relación objetual, es el que ha predominado lamentablemente en la historia de la medicina, reduce a la persona y a la medicina a unas mercancías, y como toda mercancía según planteó en 1863 Karl Marx en el Capital (tomo I), adquiere dos tipos de valor, el valor de uso y el valor de cambio; valor de cambio, que le ha permitido al médico, vender su servicio a cambio de dinero, a tal grado que si un paciente no tiene dinero, pierde, aliena su derecho inalienable a la salud.
Tanto para De la Fuente como para Basaglia, la relación médico –paciente, que lamentablemente en el sistema capitalista, no es una relación humana, sino una relación contractual – objetual, está mediada no por lo humano, sino por el dinero, es decir por el dinero maldito a que hacía referencia Alberto Masferrer, que no es maldito sólo por que pierde y pervierte al humano en el camino del alcohol, sino también, por que el dinero se convierte en un fin en sí mismo, llevando a muchas persona en general, y a muchos médicos en particular, a convertir el dinero como el centro de su actividad humana y profesional.
El estilo de vida del profesional de la medicina se ha caracterizado en primer lugar por un delirio de grandeza, es decir, por creerse el profesional de salud como perteneciente a una estirpe que está muy pero muy arriba de los simples mortales; en segundo lugar por el síndrome de la gabacha blanca, que desde que comienzan a usarla, se produce en ellos y ellas una metamorfosis Kafkiana (Kafka, F., 2009) de humanos que se convierten o se sienten que son dioses, que los ha llevado a creer que el blanco de las gabachas que utilizan, les autoriza a creer que son los propietarios de la vida y del destino de los pacientes que los reducen a algo pero que a un insecto, o de la población que necesita y que exige de sus servicios; en tercer lugar, se ha caracterizado por la ausencia de humildad, y la presencia a la enésima potencia de la arrogancia y de la prepotencia; en cuarto lugar, se ha caracterizado por la reducción de la persona, que se le llama en el modelo médico paciente, a una cosa o a una mercancía, y que como mercancía puede adquirir diferentes valores económicos, de acuerdo a la capacidad que tenga el paciente de pagar su curación; y en quinto lugar, a sentirse necesitados, a tal grado que no desarrollan la sensibilidad, la conciencia y la capacidad de bajar a la tierra de los empobrecidos, son estos últimos quienes tienen que buscarlos, en los altares de sus consultorios.
Este estilo de vida de la mayoría de profesionales de la medicina, que además de bañarse o enchaparse en arrogancia, está basado en la curación y no en la prevención, como lo exige la reforma del sistema de salud, impulsada por la Ministra Dra. María Isabel Rodríguez (2009) que en unos de sus planteamientos sostiene que “el sistema también adolece de un virtual abandono de la promoción de la salud, un pobre énfasis en la prevención de la enfermedad y la rehabilitación…. (p. 10).
Como se sostuvo anteriormente, el estilo de vida profesional del médico y de los demás profesionales de la salud en su mayoría, además de basarse en la curación, han hecho de la salud, mediante la curación una mercancía, por lo que sólo aquel que tiene capacidad económica de pagarla puede acceder a la curación, de hecho en una sociedad injusta y excluyente donde unos pocos tienen mucho y muchos tiene poco o nada, la salud, o más bien dicho la curación ha sido elitista, la enfermedad ha sido para muchos y la salud para unos cuantos; este elitismo de salud es cuestionada por el Presidente de la República Salvadoreña Mauricio Funes, y que también subraya la Dr. María Isabel Rodríguez (2009) en el documento denominado Construyendo la esperanza, estrategias y recomendaciones en salud, en el cual se sostiene que “el nuevo gobierno (del Presidente Funes) rechaza la mercantilización de la salud y la concibe como un bien público, como un derecho humano fundamental….(p.10)
Habiendo subrayado una contradicción fundamental entre los valores que exige la reforma del sistema de salud de El Salvador, los cuales van acompañados de una forma distinta de ejercer la medicina, y la formación de los profesionales de la salud que se “forman” en las distintas facultades de medicina del país, que desarrollan “valores” profesionales y personales opuestos a los que dicha reforma exige históricamente, es necesario hacer un entronque aunque sea escueto sino con la historia de la medicina, al menos con sus raíces.
Estas raíces de la realidad histórica del desarrollo y ejercicio de la medicina, contradictoriamente, pero ineludiblemente está vinculada con la mitología griega.
El dios griego de la medicina fue Asclepio, nombre que fue modificado por la cultura romana, y le llamaron Esculapio. Asclepio fue hijo del dios Febo Apolo y de la ninfa Coronis, amante de Apolo (Rodriguez Díaz, R., 1994, p. 1017).
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