Continuación…
Por: Francisco Quintanilla
En la teoría conductista, a diferencia de la psicoanalítica, el poder no deriva del mundo interno del individuo, su fuente está en el mundo externo, cuya herramienta de realización es la llamada educación programada, la cual permite que se afinque contradictoriamente en algo que para los conductistas ortodoxos no puede evaluarse científicamente, como es en la conciencia y se manifieste en la conducta. El poder va en la dirección contraria a como lo conciben los teóricos del psicoanálisis, va de afuera (mundo externo) hacia adentro (mundo subjetivo). Por supuesto que en esta direccionalidad, la teoría conductista termina anulando la subjetividad, y por tanto la individualidad, al reducir al individuo a una maquina programada y programable. El conductismo en este sentido, no acepta la individualidad, la anula mediante una clonación programada, y todo individuo que se resiste a dicha programación clonada, es una maquina no sólo enferma, sino peligrosa, que hay que sustituirla o reprogramarla, para que se doblegue a los designios del poder y de los poderosos.
Tanto la teoría psicoanalítica como la teoría conductista, a pesar de que parten de una concepción del mundo y de la vida diferente, darwiniana la primera y pragmática la segunda, ambas teorías, con sus propios argumentos políticos e ideológicos, caen en una concepción dualista del poder.
Estas dos teorías fueron cuestionadas por la teoría humanista, ya que consideraba, por una parte que el psicoanálisis sólo se fijaba en la enfermedad, en la psicopatología más no en la persona y por otra el conductismo, se fijaba únicamente en la conducta y no en la totalidad de la persona, negando ambas teorías la capacidad que tiene la persona humana de utilizar y desarrollar el poder, su poder para realizarse como persona humana feliz.
Uno de los autores más prominentes de la teoría humanista es Carl Rogers, el cual citado por José Fernando Estrada sostiene que “el poder le sirve a la persona para poder disentir de los demás, para poder tener el derecho de ser diferente, sin adoptar el papel de victima o de marginado”[4]. El poder en Rogers no le sirve a la persona para cuestionar realidades económicas, políticas y sociales, sino sólo para poderse vincular de alguna manera con el contexto inmediato que le rodea (grupos primarios y grupos pequeños) y poder desde sí, desarrollar sus potencialidades concentrándose en ella misma, en su salud y no en su enfermedad.
En el enfoque de Rogers, el centrado en la persona (ECP), considera que este enfoque propicia que los disidentes, que los que se diferencian de los demás, y que no están de acuerdo con lo que plantean los demás, asuman su poder y lo canalicen hacia el desarrollo de ellos mismos, hacia el desarrollo de su individualidad, y de sus comunidades (contextos inmediatos).
Otra forma de abordar el fenómeno del poder, diferente a la psicoanalítica, conductista y humanista, es la de la psicología dialéctica, la cual está fundamentada en el materialismo dialéctico e histórico.
Desde la psicología dialéctica, partiendo del principio científico de la unidad de la conciencia y actividad, el cual sostiene que ”la conciencia y la actividad no son dos elementos contrapuestos ni tampoco idénticos, sino que constituyen una unidad”[5], el poder no es meramente una estructura únicamente psíquica, ni tampoco una realización únicamente conductual, sino que además de que el poder es una integración dinámica entre lo subjetivo y lo conductual, es una realización también dinámica entre lo social y lo individual, entre lo grupal y lo personal, entre lo personal y lo estructural social.
Se puede denotar, a partir de este planteamiento, que a diferencia de los planteamientos de Rogers, que incorpora al individuo a un microcontexto, y valora el desarrollo y la importancia del poder para el individuo únicamente en esta relación individuo-pequeño grupo o grupo primario, desde la psicología dialéctica se analiza el fenómeno del poder desde la relación persona y la estructura social en su conjunto, y sobre todo desde la pertenencia del individuo a un grupo secundario, a una determinada clase social.
Predvechni, comentando a Marx y a Engels, sostiene que ”ellos ligaron el funcionamiento de los grupos a los intereses materiales que surgen a raíz del lugar que ocupan los hombres en los sistemas de producción y de propiedad”[6]. Esto permitió entender, en primer lugar que a la hora de abordar el fenómeno del poder todo pasa porque no se puede abordar al margen de la posesión de los bienes materiales y no materiales, ya que lo que la persona o grupo social posee y que otras personas o grupos sociales necesitan, les permite doblegar al o a los necesitados de esos bienes o también les permitiría contribuir a una mayor liberación de los mismos, en el caso del sistema capitalista se decide privilegiadamente por la primera opción; en segundo lugar, esta idea marxista, lleva a concebir que el poder, no es algo ni estrictamente subjetivo, ni mucho menos algo puramente genético, sino que es una producción humana histórica y social.
Como producción humana, la dinámica del poder y de su finalidad no las encontraremos únicamente en la intrasubjetividad, sino sobre todo en la intersubjetividad condicionada por la dinámica de la lucha de clases, ya que según Martín Baró orientado por las ideas marxistas el hombre es un ser clasado[7], es decir, es un ser, que desde que nace, incluso desde antes de nacer, desde que está en el vientre materno ya pertenece, no por opción, ni por cuestiones genéticas, sino por imposiciones histórico sociales, a una clase social.
En este sentido, mientras unos cuantos nacen con mucho poder, por ser poseedores de la mayor cantidad de recursos materiales que sus progenitores y antepasados les heredaron y que se los apropiaron en forma fraudulenta y profundamente inhumana, otros la inmensa mayoría, sólo nacen con lo que genéticamente sus padres les heredan y con deudas económicas y sociales que sus progenitores les heredaron, producto de la expropiación histórica que las minorías acaudaladas les impusieron.
Pero con lo que genéticamente heredan las inmensas mayorías empobrecidas y con las capacidades sociales y psíquicas, pueden desarrollar en su enfrentamiento al mundo, a ese mundo injustamente dividido, una mínima posibilidad, pero al cabo una posibilidad, de desarrollar su conciencia social y política, la cual se desarrolla y a la vez se expresa en la palabra y en las acciones. Cuando esta palabra y estas acciones se convierten en una herramienta de liberación, se constituyen en un poder tan o más poderosos que los que poseen las minorías empobrecedoras, sobre todo cuando esa palabra y esa acción se expresa en el sentir de la inmensa mayoría como una sola, como un cuerpo social, como el poder del Uno, granítico que avanza progresivamente hacia su liberación de lo que lo oprime y esclaviza.
El Salvador, 10 de octubre de 2012.
[4] -Gómez del Campo Estrada José Fernando, Psicología Comunitaria, P y V editores, México, 1999, pág. 58.
[5] -Petrovski, A.R., Psicología, pág. 58.
[6] -Predvechni, G.P., Kon, I.S, et al, Psicología Social, Editorial Cartago, Argentina, 1985, pág. 53.
[7] -Martín Baró, I., Psicología, Ciencia y Conciencia, UCA editores, San Salvador, 1986, pág. 430.