Por: Francisco Quintanilla
Probablemente, el ser humano, sea el único animal, que, no sólo por tener conciencia, sino por poseer una conciencia más desarrollada, se da cuenta que muere y va a morir en cualquier momento de su existencia. La muerte, es algo que nace con la vida misma, la acompaña en cada segundo de su existir. La muerte, es el mayor precio, que paga el ser humano por vivir. Heráclito y Parménides diferenciaban lo caduco de lo permanente. Así, lo caduco está sujeto al cambio mientras que lo espiritual es permanente. De esta forma se habla del anhelo de muchos seres humanos que aspiran lograr la inmortalidad, tal como se narra en el mito de Gilgamesh, que es considerada la obra literaria más antigua que se conoce. Al respecto de la muerte, Epicuro hace unos 2500 años proclamaba que no hay que preocuparse por la muerte, ya que: “Cuando tú eres, tu muerte todavía no es; y cuando tu muerte sea, tú ya no serás”, sin embargo, para este filósofo, entre los temores más grandes que amargan la existencia de los seres humanos destaca, sobre todo, el miedo a morir. Según Epicuro, cada una de nuestras escasas dichas está perturbada por el continuo temor a morir. A pesar de que para este filosofo, la muerte era una quimera, sin embargo, es el mayor causante del temor en el ser humano. Desde la perspectiva de Epicuro, en este transito del ser al no ser, los seres humanos tienen conciencia que la muerte afecta más a quien sobrevive que a quien la padece. Con respecto a la muerte dijo Séneca, nada es tan cierto como la muerte, o como lo sostuvo San Agustín “todo es incierto; sólo la muerte es cierta”. Esta certeza que el ser humano tiene de la muerte, implica, que el ser humano con su conciencia y autoconciencia, no sólo se percata que él es un ser que caduca, que en un momento morirá, sino que también que los demás seres humanos conocidos y descocidos, cercanos y lejanos psicosocial y emocionalmente hablando, también morirán en un momento determinado, antes o después que él. La certeza de que su vida y la de sus seres queridos algún día acabará, según, Epicuro, le genera temor, pero que, al momento de morir, la muerte como se dijo, afecta más al familiar que sobrevive, que al que muere. No hay duda, que, si bien las dos cosas son difíciles no sólo de asumir, sino que también de aceptar, ver morir y aceptar que un ser querido ha muerto, es mucho más difícil, que aceptar y asumir con la máxima serenidad que uno, tarde o temprano, va a morir. En el saber popular, se dice, con suma sabiduría, que una alegría compartida se vuelve más grande y profunda, pero una tristeza compartida disminuye el peso de quien la padece y la carga. Desde esta perspectiva, y retomando la idea de que es más difícil soportar y aceptar la muerte de un ser querido que aceptar que uno mismo va a morir, tiene mucho sentido social, cultural y porque no decir, terapéutico, el acompañamiento que vecinos o amigos hacen a la persona que se le ha muerto un ser querido. Acompañamiento, que se hace y se manifiesta, en el velorio, en la misa o culto y en el entierro. Ese acompañamiento, probablemente sin que la gente se dé cuenta o tenga conciencia de ello, juega un papel terapéutico en dos sentidos. En primer lugar, cuando dan el pésame al doliente, este último tiende con mayor o menor facilidad a desahogarse, lo cual desde el punto de vista psicológico es sumamente importante, y en segundo lugar, el acompañamiento, permite, que ese dolor que está experimentando el doliente, disminuya aunque sea un poquito, ya que como, hice alusión anteriormente, un dolor compartido, disminuye su carga, facilitando en mayor o en menor medida, el aceptar que un ser querido ya dejo de existir físicamente; facilita, en mayor o menor medida, la aceptación cognitiva y sobre todo emocional, de que ese ser que tanto queríamos, ya partió de este mundo, y regreso a su punto de origen, la naturaleza material para algunos, y espiritual para otros. Esa aceptación de la pérdida que da origen al duelo, a la pena o al luto, de acuerdo a los valores culturales de países latinoamericanos como El Salvador, se expresan en ritos y costumbres como el velorio, la misa o culto de cuerpo presente y en el entierro. En el caso de la iglesia católica, también se expresan además de la misa de cuerpo presente, en el novenario, en la misa de cuarenta días, en la de cabo de año, etc. Estos ritos religiosos y culturales, en los cuales se da el acompañamiento al o los dolientes, y que de alguna manera facilitan la aceptación de que un ser querido ya partió de esta vida y de este mundo, han sido rotos y desintegrados casi en su totalidad por la pandemia de covid-19 y por las políticas de “prevención” asumidas por muchos gobiernos a nivel mundial y latinoamericano. Ruptura que ha dificultado, la aceptación profundamente traumática de la perdida de un ser querido, y la posterior superación de la crisis. Ruptura, que ha golpeado y casi desintegrado los sistemas de apoyo social (vecinos, amigos, la comunidad), que antes de la pandemia, jugaban un papel importante en el acompañamiento del doliente, en tanto que en ultima instancia, constituyen apoyos psicológicos o terapéuticos para quien se le ha muerto un ser querido. Estos sistemas de apoyo social reales, han sido sustituidos por los sistemas de apoyo virtuales, que están lejos de cumplir la función terapéutica que cumplen los primeros. Al romper, deteriorar o desintegrar los apoyos sociales y sustituirlos por los virtuales, han sometido consciente o inconscientemente al individuo o familia doliente a un aislamiento no sólo físico sino sobre todo psicosocial, que posibilita que la esfera psicoemocional tenga menos capacidad de resistir y superar el impacto causado por la pérdida del ser querido. De hecho, como se sostiene desde una concepción histórico-social, el ser humano, es un ser social por naturaleza, y lo es en todos los sentidos y en todos los ámbitos de su vida; hasta para morir, ver morir o aceptar la muerte de otro, de un semejante, o de uno mismo es de carácter social, ya que la muerte de alguien si bien es cierto, es una afectación o padecimiento individual, cuando alguien muere, ya sea conocido para algunos o muchos o desconocido para otros, siempre algo de una determinada familia, de la comunidad, de la sociedad o de la humanidad entera, muere. Si bien la concepción cristiana y la materialista dialéctica difieren en muchos aspectos, también coinciden en algunos. Un aspecto en que coinciden, con respecto a la muerte, es que con la muerte de algo o de alguien, algo nuevo siempre nace, donde en lo nuevo que nace, siempre hay algo de lo viejo. En las nuevas generaciones, en los hijos, en los hijos de los hijos, siempre habrá en ellos algo bueno o malo de los padres, de los abuelos, de los tatarabuelos que ya murieron. El enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, es visto de manera similar por otro gran filósofo de la antigüedad, Aristóteles, haciendo uso de las categorías de materia y forma. Para Aristóteles, la muerte o corrupción o desintegración simple o funcional de la materia está como estación postrera. Todo organismo está desde su raíz condenado a la muerte. Esencialmente la función del alma es informar el cuerpo y dar la vida, pero al dar la vida —por ser tan perfecta— funda la futura muerte en su extremo final del cuerpo que es imperfecto. Para Aristóteles, cada cosa está motivada por necesidad de llegar a ser algo más de lo que es, a adquirir una nueva forma. Así el agua quiere ser vapor, el vapor nube, la nube lluvia, la lluvia manantial, éste rio, el río mar, la semilla quiere ser planta, la planta árbol, éste dar frutos, los frutos convertirse en semillas. En cada cambio, la materia va adquiriendo una nueva forma, pero cuando esta forma pasa de la vida a la muerte, se pasa al no ser o en forma más radical a la nada. Pero, la vida convertida en nada, siempre hay algo de si que no muere, ya que de toda semilla que muere, siempre da vida. Vida que en el caso humano se manifiesta y se ramifica en los hijos e hijas, en los hijos de los hijos e hijas. Bajo todas las perspectivas anteriormente analizadas, la muerte, al menos en este sentido, puede ser física o espiritual. Sin ser, dualista, la muerte física implica una transformación de un tipo de materia a otra (religiosamente polvo eres, en polvo te convertirás, dicho científicamente la materia o energía no se crea simplemente se transforma). La vida espiritual termina más o menos rápido o puede prolongarse durante mucho tiempo, esto depende de por lo menos dos factores: de lo que cada ser humano hizo cuando estuvo vivo, es decir, de que huellas dejó en la vida de los demás; también depende, del recuerdo o del olvido que hagan los que continúen vivos en este mundo. Si olvidamos rápidamente a quienes nos precedieron, a quienes nos amaron y nos enseñaron cuando estuvieron con nosotros, la vida espiritual de los que ya murieron biológicamente, termina rápido, ocurriendo la muerte espiritual. La muerte espiritual, puede ocurrir, en el mismo instante de que ocurre la muerte física, al ser enterrado en el olvido de manera inmediata. No se trata por supuesto, de aferrarse o de no aceptar que un ser querido ha muerto, ya que esto es sumamente perjudicial para salud mental del que todavía esta vivo, sino de lo que se trata, es de asumir, las aspiraciones y luchas de quienes nos precedieron, de quienes ya partieron al infinito de la naturaleza o al infinito espiritual, según la concepción que cada quien tenga de la vida y de la muerte. En las circunstancias actuales en que se debate la vida de la humanidad, pendiendo de un hilo, cuya ruptura, implica dejar de ser, dejar de existir, debería no por decreto, sino por determinación humana individual y colectiva, de todos aquellos que logren sobrevivir, prohíbo olvidar a todos los que ya partieron, a todas las victimas de esta pandemia del covid.19 que ha puesto aun más al descubierto lo profundamente deshumano que es el sistema capitalista, sobre todo con la inmensa mayoría de empobrecidos y de excluidos. Prohibido olvidar, ya que, si se olvida a todas estas decenas de cientos de víctimas mortales, se estaría cometiendo uno de los pecados más enormes, y es asesinarlos por segunda vez, asesinarlos enterrándolos en el olvido y no comprometiéndose a partir de su sacrificio, con una transformación radical de este sistema deshumano y profundamente injusto. Que la muerte de tanta persona inocente, sea según, la creencia de la antigua cultura griega, como un hermoso canto de cisne, para rendir tributo a las decenas de cientos de personas muertas por esta pandemia o quien sabe si por la intención perversa de reducir la población mundial, ya que según proyecciones se calculaba según la Organización de la Naciones Unidas (ONU) que de acuerdo al ritmo de la natalidad antes de la pandemia, para el año 2050, en este mundo existirán aproximadamente unos 9,700 millones de habitantes. Entonces, para los más poderosos económica, política y militarmente que se orientan por los preceptos de Malthus, es razón suficiente, para reducir, sea como sea, la población mundial. Para cerrar esta reflexión, subrayo con letras en sobrerrelieve: “Que ese canto de cisne, no sea olvidado jamás, y sea la señal de que un nuevo sistema social nacerá a partir de la muerte del sistema actual existente”.
20/07/2020