Las batallas sociales por los cambios han comenzado. La primera ha sido la de la apropiación cada vez más profunda de la idea de que este país urge ser cambiado. Lo que pretendió ser utilizado como una vana promesa electoral para ganar el poder se ha convertido en una demanda popular que hasta el momento se manifiesta más como un rumor ensordecedor, más como un ruido silencioso, pero que aun así sigue siendo una exigencia popular que se acumula como un tropel estrepitoso.
La gran equivocación política del actual gobierno y de la dirigencia del partido que gobierna ha sido la arrogancia, la petulancia, la pedantería, el menosprecio y la indiferencia frente a las necesidades y demandas populares. Han malinterpretado el cuchicheo del pueblo por los cambios. El error nace con una pretensión bastante ingenua.
La cúpula del frente y su candidato hicieron malas cuentas con este pueblo, su militancia y las personas de izquierda que se abalanzaron por la conquista del gobierno. Creyeron que por el hecho de que arena se había mantenido como partido de gobierno durante 20 años sin mayores tropiezos ni críticas de sus activistas y correligionarios, sin disputas ni demandas ni luchas sociales contundentes por impedir el proceso de consolidación del actual modelo nefasto vigente o por enderezar a favor de las mayorías y la clase media los asuntos del país para paliar las insoportables e insostenibles condiciones de vida del pueblo, ellos llegaban al poder entre el letargo de la apatía, la sumisión y la resignación.
Pero se equivocaron. A pesar de que buena parte del pueblo se encuentre todavía bajo los efectos del resabio, de la modorra del aturdimiento, de las secuelas del adormecimiento de las drogas con que le envenenaron su pensamiento, su conciencia y voluntad de lucha, todas las ideas de cambio llegaron para instalarse. Tarde o temprano, y de cualquier manera, la gente hará prevalecer ese derecho por el cambio.
Aunque no sea por la vía más idónea, ni la deseable ni la correcta, ya empieza a cernir la idea de que la factura, que la cuenta por pagar se cobrará por la vía electoral, muy a pesar, para los politiqueros, de que las encuestas les favorezcan o los convenzan a su favor y conveniencia de lo contrario. Hay algo que todavía no se aprende en ese mundo de oportunistas: las encuestas no pueden encarnar las necesidades ni la realidad cotidiana, la realidad del mundo de los pobres y excluidos ni determinar sus inclinaciones ni decisiones basadas en el despecho y el desquite.
El padre jesuita Martín Baró, en su libro “Psicología social de la guerra”, hace un análisis e interpretación de ese mundo sicológico que permanece fuera de los alcances de las encuestas, principalmente en lo que se refiere a la actitud y la conducta. Ambas condiciones las ejemplifica con que en encuestas realizadas entre dueños de hoteles se les preguntaba sobre su aceptación hacia las personas de raza china. Las respuestas daban como resultado que la mayoría tenía aversión hacia éstas. Sin embargo, a la hora de hospedar y atender a los chinos, lo hacían con buen esmero y atenciones como lo hacían con cualquier persona de otra raza.
La explicación del erudito sacerdote era que en la ley social las actitudes y la conducta, es decir el comportamiento concreto en determinadas circunstancias, se manifiesta más por las condiciones que exige tal realidad y necesidad, que por las simples percepciones vagas o pasionales que provienen de ideas premeditadas o falsas de mundos construidos sobre valoraciones también inexactas que no han sido asimiladas por la experiencia y que constituyen actitudes.
Poco a poco, paulatinamente pero con paso firme la realidad y la necesidad le ha ido ganando terreno a la falsedad y el engaño. Poco a poco la gente se fía más de lo que vive en carne propia que de lo que le dicen como propaganda con discursos enardecedores de pasiones y espejismos.
Es cierto que falta camino por recorrer, porque tampoco se puede aseverar que el pueblo ha crecido en conciencia, en convicción, en certeza para la organización y lucha social. Tal vez en este aspecto quienes han avanzado un poco son los empleados públicos y los sindicatos del sector estatal contra quienes la cúpula del frente ha declarado una enemistad antagónica, al girar las líneas de ataque a través de intrigas, infiltración y divisionismo para aniquilar esta línea de fuego.
La lucha sindical desde el propio gobierno constituye un gran avance, porque expresa distanciamiento, autonomía, rompimiento, independencia con respecto a los intereses de la dirigencia de la izquierda oficial, ha iniciado un proceso de reconocimiento del propio valor de los intereses y derechos laborales y se empiezan a acercar posiciones comunes en ese mundo tan fragmentado por los intereses oportunistas con que el gobierno y la cúpula del frente envenena para mantener a los empleados divididos tanto en cada cartera de Estado e instituciones autónomas como en todo el sector.
Pero estas nuevas circunstancias y condiciones en que se halla tal movimiento sindical han sido propiciadas, originadas por la misma dirigencia del frente. Todos, diputados y funcionarios del Ejecutivo del fmln se han dedicado a la persecución política, a la violación de los derechos laborales y humanos, a violentar incluso hasta el fuero sindical que gozan por ley los dirigentes sindicales, han transgredido los más valiosos principios de la izquierda, de las luchas sociales y de los principios revolucionarios. Luis Ortega, el Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Asamblea Legislativa es para el caso el más claro, indiscutible e incuestionable ejemplo.
Ortega tiene una larga trayectoria histórica de luchador social y revolucionario en el FMLN. Proviene de familia que fue masacrada en tiempos del conflicto armado, hermanos caídos en la lucha y se ha mantenido y persistido al lado del fmln sin aturrar la cara. Les vamos a dejar a ustedes la tarea de que averigüen, que investiguen por su propia cuenta quiénes son los que lo han atacado de la manera más vil e inmisericorde con que ha sido dañado. Nosotros ya sabemos los nombres. La razón ya la sabemos: por haber fundado el sindicato, lo que hasta hace un año constituía parte de las líneas de lucha del fmln.
Sin embargo, este yerro de la dirigencia del frente es una verdadera afrenta y una declaración de guerra contra el movimiento sindical emergente. Y no pueden ni justificarlo ni poner pretexto de ningún tipo. En el caso de Ortega no pueden siquiera insinuar que lo destruyen a él y al sindicato porque la derecha, arena se va a aprovechar de este instrumento para combatir al gobierno y el FMLN porque fue la dirigencia misma la que se alió con el PCN para atacarlo. No pueden sobre base alguna esgrimir los argumentos cínicos de que desde los sindicatos y desde la crítica se le hace el juego a la derecha.
A estas alturas está plenamente comprobado que por el contrario, es la dirigencia del frente la que está aliada, protegiendo, encubriendo y en pleno contubernio con la derecha, con toda la derecha, con arena y la oligarquía en todos aquellos asuntos que mantienen el estado de cosas actual y que es la prolongación todavía más despiadada del modelo con que arena destruyó el país.
De allí que uno de los ingredientes de la lucha ya esté en pleno avance. Esto es en sí una muestra de que si algún resultado ha habido a consecuencia de la campaña electoral anterior ha sido la permanencia de la idea del cambio y de que la izquierda verdadera se va apropiando de este derecho y lo empieza a convertir ya en objetivo de lucha. Sin embargo, los sindicatos del sector estatal tienen la obligación también de desarrollar formas creativas de lucha, pero fundamentalmente de trascender su lucha a una lucha social solidaria con y por el pueblo.
Por ejemplo, en el área de Salud deben emprenderse justas solidarias por encontrar la calidad en los servicios para los pacientes. En Educación es imprescindible luchar a la vez de que se luche por mejorar las condiciones laborales propias, por mejorar la infraestructura y la enseñanza, formación y atención multidisciplinaria y verdaderamente integral.
La época de cambio exige cambios también en el comportamiento, en la conducta, en la moral y ética social y política, y ya sabemos que este cambio no podemos esperar que provenga ni en sueños de una dirigencia y de unos funcionarios marchitos por el oportunismo y la lucha de sus privilegios particulares, personales y familiares.
Es hora de luchar contra el conformismo, la resignación y el acomodamiento. No podemos continuar con esta conducta porque con ella estamos enviamos mal ejemplo al pueblo. Solemos quejarnos de que el pueblo no lucha pero nosotros con nuestra rendición, con nuestra indulgencia, con nuestro fanatismo, incomprensión o mala interpretación de la realidad y de la verdad alimentamos el comportamiento social.
Este no es un momento de lucha electoral, sino de lucha social. El país, la sociedad, el pueblo no necesita activistas electorales, sino luchadores sociales. No es tampoco el momento de la protección, del surgimiento o engrandecimiento de un partido electoral, sino de la organización y la construcción de la conciencia social. Nuestro objetivo debe ser organizar al pueblo para su propia lucha, la de sus propios intereses. Ya no es posible creer la demagoga mentira de que no debemos permitir que la derecha, que arena vuelva a gobernar porque son ellos, es la oligarquía la que está gobernando.