Marcelo Colussi – Guillermo Guzmán (especial para ARGENPRESS.info)
Enviado por BetotroniK.
ALCA: el intento de una recolonización continental
El hoy día fracasado ALCA representaba un proyecto geopolítico de Washington que, aunque comenzaba con la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente americano, buscaba en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitiera al mercado y las transnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano). Los países que lo suscribieran tendían que transformar en constitucionales los arreglos surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo.
Según expresara con total naturalidad Colin Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush (hijo): «Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Artico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio.» Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último término, en las armas (léase: sus bases militares que hoy atenazan todo el subcontinente, desde Centroamérica a la Patagonia).
Considerando que todo esto es la esencia verdadera del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no se pensó para traer de ninguna manera bonanza alguna para Latinoamérica y el Caribe. La preservación de todas estas asimetrías es vital para la estrategia hegemónica imperial, tanto como la multiplicidad de monedas regidas por el dólar y el mantenimiento de enormes brechas salariales. El ALCA es, en definitiva, un mecanismo recolonizador.
Un antecedente directo de este acuerdo lo constituye el NAFTA (sigla inglesa de «Tratado de Libre Comercio para América del Norte»), acuerdo suscrito en 1994 entre Estados Unidos, Canadá y México -que en realidad sólo ha beneficiado al primero de los tres-.
Debido a trabas interminables que se han dado en las negociaciones a partir de los intereses de los grupos de poder latinoamericanos que chocaban con los grandes intereses estadounidenses, pero más aún -y fundamentalmente- por la tenaz oposición del campo popular a través de los distintos movimientos sociales de protesta a lo largo de todo el continente- el ALCA no pudo entrar en funcionamiento para el 1º de enero del año 2005 tal como estaba previsto. Ante ello la estrategia imperial ha sido comenzar a buscar la firma de tratados regionales o bilaterales, siempre con la misma inspiración del tratado original, que a la postre le brinden similares resultados. Así lograron establecer tratados bilaterales (a principios del 2005: el RD-CAFTA -«Tratado de Libre Comercio para América Central y República Dominicana»-; posteriormente Colombia y Perú, en el año 2006, luego Chile y Uruguay) siempre en la misma lógica del ALCA que, en realidad, lo que menos tiene es “libre” comercio, dadas las asimetrías insalvables entre los mal llamados socios (Estados Unidos no es socio: sólo impone).
Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las empresas, ningún beneficio para las grandes masas será tenido en cuenta, por lo que la integración no servirá a un genuino proceso de desarrollo social. Es necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios. Pero el proceso de integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.
¿Es posible la integración en América Latina?
Proyectos de integración dentro de América Latina ha habido muchos, desde los primeros impulsados por los líderes independentistas a principios del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio -ALALC-, la Comunidad Andina de Naciones -CAN-, el Mercado Común Centroamericano -MCC-, la Comunidad del Caribe -CARICOM-. Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur -MERCOSUR-, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996, al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y luego Venezuela. Sin contar, obviamente, con el intentado mecanismo de recolonización del ALCA, que en realidad es más un sumatoria de países bajo la égida de Washington que una genuina integración; mecanismo que, por cierto, no prosperó como estrategia regional, pero que derivó en mecanismos bilaterales que logran los mismos resultados.
Hoy día, en un mundo globalizado con desafíos cada vez más grandes en lo económico, en lo científico y en lo tecnológico, en una sociedad mundial regida cada vez más por la información y el conocimiento de vanguardia, y en el marco del aún dominante sistema capitalista, las posibilidades de crecimiento y desarrollo como país independiente parecen ya imposibles. Ante ello se torna imprescindible entonces el impulso de bloques de naciones. Estamos quizá ante el comienzo del fin de la idea de Estado-nación moderno, surgida en los albores del mundo post renacentista con un capitalismo naciente. Hoy la historia se juega en términos de bloques, de grandes bloques de poder económico-científico-político. Es por ello imperioso reconocernos en Latinoamérica como un gran bloque con historia común, y sin dudas también con un destino común.
Las burguesías nacionales que se desarrollaron a partir de la independencia formal a principios del siglo XIX han estado siempre en una relación de dependencia/complicidad con las potencias extranjeras. Son socios menores de los capitales transnacionales, o comercian con ellos los productos primarios que produce la región, pero la idea de unidad hemisférica independentista no pasa por su proyecto.
El punto máximo en el planteo de integración de esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias sustanciales entre el MERCOSUR y lo que intentaba el ALCA, reemplazado luego por tratados bilaterales. Como correctamente analiza Claudio Katz: «Las clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente».
Dicho en otros términos: con el MERCOSUR no se pasa de «más de lo mismo».
Hoy día, ya desde hace unos años, por todo el continente comienzan a soplar nuevos vientos surgiendo prometedores -unos más, otros menos- gobiernos de centroizquierda. Pero es innegable que luego de años donde nos habíamos creído aquello del «fin de la historia» y de forzado neoliberalismo «más allá de las ideologías», renacen esperanzas adormecidas por años. Vuelve a hablarse de socialismo, de antiimperialismo, de Patria Grande. Aunque, para ser estrictos, todo este movimiento lejos está aún de posibilitar cambios estructurales profundos. La integración es aún un proceso muy frágil, y de momento sólo manejada por las derechas.
Entendida la integración como una nueva puerta que trascienda el MERCOSUR, comienza a tomar cuerpo la idea de una integración como proceso que conduzca a alternativas al modelo capitalista. Para las burguesías locales la integración no pasa de ser un campo de negocios que refuerce su poder. Contrariamente, para el campo popular la unidad regional puede ser un paso para la construcción de otra sociedad más justa.