Los años 60 fueron una época de quiebre, las viejas instituciones no soportaron el peso de si mismas y los jóvenes de entonces destrozaron toda hegemonía existente, quemaron el cielo y con él todas las torres de la ignorancia y de la comodidad, cuestionaron hasta el alma misma de la verdad.
Surgieron las revoluciones que cambiaron la fisonomía del mundo y se iniciaron gestas comparables a las del siglo XVIII y como entonces, algunas de estas revoluciones devoraron a sus hijos. Heroicas, épicas y terribles algunas, horribles otras, pero hicieron avanzar los relojes y la suma de todos hechos arrojaron saldo, mas bien positivo.
Como actores o espectadores, el espíritu de rebeldía quedó encendido en muchos corazones jóvenes, pero fue canalizado hacia formas menos “peligrosas” gracias a la “mass media” que movió rebaños enteros de estas almas a expresiones menos reñidas con la hegemonía vigente, dándoles bienes, entretenimiento y creándoles necesidades materiales que podían satisfacer con relativa facilidad.
Todos crecimos y nos hicimos mayores, algunos adquirimos un trozo de este nuevo mundo y trajimos nuevas vidas que hoy nos reclaman lo que pedíamos a nuestros ancestros y damos respuesta desde la comodidad de nuestras vidas recicladas, ahogando inquietudes y cuestionamientos con bienes de consumo que alienan con una fuerza mayor que la de los bienes que nos alienaron a nosotros.
La Era pudiera estar pariendo un nuevo corazón, pero esta vez podrían no acudir corriendo a evitar que se caiga el porvenir. Muchos de mi generación así lo piensan, pero yo realmente creo en nuestros jóvenes y sé que dejarán la casa y el sillón, que incluso quemarán de nuevo el cielo, porque son capaces de escupir las mentiras con que se ha pretendido alimentar.
Y veo con optimismo que no se la creen, ni la aceptan, ya sospechan que la píldora que les hemos dado a tragar, está envenenada.
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