En nuestro país, para ser juez o magistrado, se requiere entre otras cosas {Art.176] ser mayor de cuarenta años, tener título de abogado y ser “de moralidad y competencia notoria”, para ser Presidente de la república [se requiere ser salvadoreño por nacimiento, hijo de padre o madre salvadoreño; del estado seglar, mayor de treinta años de edad, «de moralidad e instrucción notorias»; estar en el ejercicio de los derechos de ciudadano, haberlo estado en los seis años anteriores a la elección y estar afiliado a uno de los partidos políticos reconocidos legalmente.] Art. 151, para ser Diputado se requiere ser mayor de veinticinco años, salvadoreño por nacimiento, hijo de padre o madre salvadoreño, «de notoria honradez e instrucción» y no haber perdido los derechos de ciudadano en los cinco años anteriores a la elección Art. 126.
Estos son ejemplos de requisitos constitucionales para poder optar a ciertos cargos en El Salvador, título universitario únicamente se pide a los Magistrados, pero para la mayor parte de funcionarios se requiere algo muy intangible llamado «Instrucción notoria».
En cualquier otro momento de nuestra historia patria, se entendía que «Instrucción notoria» era demostrar cierta dosis de conocimiento, experiencia e inteligencia para poder ejercer el cargo, pero a la par de la instrucción notoria se pide: moralidad y competencia notoria, moralidad e instrucción notoria, notoria honradez e instrucción, es decir se pide tener un alto grado de moralidad, honradez y capacidad, hasta el punto en que se note.
En estos tiempos en que los Truenos de McLuhan son una realidad, es decir en que las redes sociales se han vuelto extensiones electrónicas de nuestra boca, oídos y ojos para hacer aún más pequeña la aldea global, aireadas voces claman por exigir que instrucción notoria sea equivalente a tener un título universitario.
La propuesta es ridícula, un título universitario demuestra que la persona pasó por la formalidad de un estudio técnico que se convierte en la propedéutica para iniciar sus conocimientos en la carrera que ha elegido, pero eso no lo vuelve alguien con la experiencia y sabiduría necesaria para poder ser el rey filósofo de Platón.
El «clamor» por esclarecer el término «instrucción notoria» y llevarlo al punto de ser sinónimo de poseer un título académico, nace del temor bien fundado sobre cierto super millonario que amenaza con romper el bipartidismo y que al igual que los tres últimos presidentes del país, no cuenta con un titulo universitario.
Hoy todos hablan del robo de Funes, de Saca y del Profe, pero no se recuerdan que sus predecesores se cargaron al estado, primero robándose la banca nacional y luego vendiendo y privatizando todas las empresas estatales que pudieron.
Estos tipos hoy se llenan la boca diciendo: «Nosotros no endeudamos al país…», claro que no lo endeudaron, a finales de los ochenta vivían de la generosa ayuda estadounidense para acabar con el foco de infección roja que amenazaba su patio trasero, posteriormente se adueñaron de la banca nacional, limpiando primero su cartera morosa con fondos del estado y luego adquiriéndolos en una repartición desvergonzada en la que incluso pagaron con las «futuras utilidades» que estas instituciones iban a generar.
Luego vendieron entre otras las rentables telecomunicaciones, las distribuidoras eléctricas, dolarizaron el país, privatizaron las pensiones y se repart…digo se utilizaron los fondos para el bien del pueblo, pero algo misterioso pasó (suena el teme de los Expedientes secretos X) y el dinero se esfumó.
Todos estos presidentes contaban con títulos universitarios y aparentaban tener «moralidad e instrucción notorias», porque no tuvieron escrúpulos de enriquecerse a costa del estado en una cadena que comenzaba en la cúpula y llegaba hasta los niveles municipales.
El problema es que a puestos de poder y responsabilidad pública han llegado toda clase de patanes, sinvergüenzas, aprovechados y canallas, algunos de ellos sin más palmarés que su desfachatez notoria, otros ostentando grados mas allá de simples pregrados universitarios, como maestrías, doctorados y toda una serie de abalorios académicos que los exhiben como si fueran pruebas irrefutables de ser dignos de pertenecer a la sofocracia del célebre filósofo griego.
Al final si el funcionario público estuviese totalmente inhibido de disponer de fondos públicos y sus emolumentos fuesen austeros hasta el ascetismo, sin posibilidad de aumentarlos u obtener otras fuentes de ingreso, la historia sería distinta, llegarían al estado gente con el afán de servir al país, no con el afán de exprimir hasta la última gota de la magra teta del estado.
¿Que opinan?