Resulta difícil asimilar los efectos que la pandemia de CODVID-19 está causando en nuestras vidas, por más tranquilidad que aparentemos, el temor está presente en la mente de todos y ya sea por la propia salud o por la de nuestros seres queridos. Tras el natural incremento de casos, estamos viendo que aunque aún no hayamos sido afectados directamente por la enfermedad, nos enteramos de casos que se encuentran cada vez más cerca de nuestros núcleos familiares. Amigos, parientes, hermanos, padres, vecinos han contraído la enfermedad y por fortuna lo que se decía ha resultado cierto, el virus no es altamente mortal, parece que afecta fuertemente a quienes tienen ya problemas de base, aunque hay casos que no eran población de riesgos en los que el desenlace fue fatal, pero en su mayor parte sigue este patrón. Todo esto causa un estado de ansiedad, incertidumbre, miedo, frustración que cada uno de nosotros sobrelleva como mejor puede, algunos han caído en el alcohol u otras drogas, otros en la apatía por la vida, hay quienes se refugian en la televisión, en las redes sociales, en el trabajo, si tienen la dicha de conservarlo, en hacer ejercicios, un porcentaje muy pequeño en los libros y otro aún más pequeño en la escritura. Todos tienen sus pro y contra, todos son en mayor o menor medida un medio de evasión a la realidad, pero son un medio individual, muy poca gente está llevando la crisis en compañía de otros, aún dentro de los núcleos familiares, cada quien se encierra en su burbuja de evasión y se olvida de sus hijos, esposa, hermanos, padres, etc., todo en un ambiente de incomunicación que de pronto estalla en violencia intrafamiliar si no se maneja adecuadamente. No se trata de llegar a tener una versión local de la idílicamente falsa familia de aquel dinosaurio morado de la televisión llamado “Barney”, pero si de lograr conservar la unión familiar en los momentos de más crisis. Sobre todo, debemos aceptar una realidad y esta es que si tenemos la dicha de que nuestros padres aún vivan, debemos aceptar que, si se enferman, posiblemente no sobrevivan dependiendo de su edad y estado de salud, incluso que nosotros mismos no podamos sobrevivir, atendiendo a las mismas condiciones de edad y salud propias. Por esta razón debemos extremar las medidas de seguridad, de higiene de aislamiento físico, cuando estamos en el exterior y seguir los rituales de aislamiento, higiene y limpieza al regresar a casa. Tenemos que dedicar tiempo a nuestras familias, recuperar las tertulias de sobremesa, el ver juntos programas de televisión y apartar unos minutos para la interacción con la pareja en caso de tener compañero o compañera de vida. Hacer ejercicio es muy bueno por las mañanas, si no se puede salir a correr se puede perfectamente hacer ejercicio en casa usando el propio cuerpo como peso o herramienta para la actividad física. Quienes tienen acceso a internet pueden usarlo para instruirse, más que para demolerse el cerebro con las redes de chambres sociales, existen una gran cantidad de sitios de enseñanza virtual gratuita, incluso por videos. Algunos pueden refugiarse en su religión y es el momento para profundizar espiritualmente en los misterios que encierra y si lo pueden hacer en familia mejor, por ahí alguien dijo que la pandemia nos ha acercado más a nuestra fe y eso debe ser aprovechado al máximo. Lo que no debemos hacer es caer en la desesperación, en la depresión y en la ira, no es la primera vez que sufrimos momentos duros y peligrosos, mucha gente de nuestros respectivos círculos ya no está con nosotros, pero los que sobrevivimos los recordamos con cariño y seguimos adelante, esta vez será lo mismo, algunos no lo podremos contar, otros tendrán que seguir adelante y recordarnos con ese mismo cariño, porque a pesar de todo la vida sigue.