Sobre el Caso Jesuitas de la UCA. Parte 1

El caso de los asesinatos cometidos a los Padres Jesuitas de la UCA y dos colaboradoras, nuevamente toma relevancia en estos momentos por la querella que se mantiene en España contra un grupo de militares salvadoreños que ha logrado nuevamente un pedido de extradición, actualmente es motivo de posiciones encontradas entre buena parte de la sociedad salvadoreña, muchos de los que en las redes sociales opinan son tan jóvenes que ni habían nacido entonces o tendrían no más de 6 años, realmente deben conocerse bien los hechos, el contexto histórico, las motivaciones y los resultados de tan horrendo crimen para poder formarnos una opinión de lo sucedido.

Para algunas personas lo que les sucedió era merecido por “meterse a política”, dirigir la guerrilla, “envenenar” la mente de niños y jóvenes que estudiaban en sus centros educativos, estos son los recalcitrantes simpatizantes con la ultra derecha, para otros fueron mártires del pueblo que dieron su vida luchando por la defensa del sufrido pueblo al igual que Monseñor Romero estos son más simpatizantes de la izquierda, algunos los consideran víctimas de la locura que nos envolvió en los años del conflicto armado estos pueden ser tanto de izquierda como de derecha, el nivel de ideologización que tengamos va a definir lo que pensamos sobre este crimen.

Por esta razón unos claman justicia y otros abogan por cerrar la página, perdonar y olvidar.

Yo puedo hablar por lo que viví personalmente y por la idea que nos fuimos formando

El 16 de noviembre de 1989 nos encontrábamos prácticamente atrapados en Ayutuxtepeque en plena ofensiva guerrillera, por las noches dormíamos al borde de la cama, prestos a lanzarnos bajo ella cuando escuchábamos que la balacera se acercaba a nuestra calle, creo que mi madre no dormía pendiente del sonido de los enfrentamientos y salía a meternos debajo de la cama cuando sentía que los enfrentamientos se acercaban mucho a la casa.
En la casa paterna tenemos en el patio interior una construcción de dos plantas que tiene un gran cuarto abajo que sirve de tiraderos de todas las cosas que se van arruinando o envejeciendo y que mis padres no querían botar, vender o regalar, pero que en los momentos álgidos de la ofensiva servía como improvisado bunker los primeros días de combates, pero a esas alturas ya se habían movido hacia otras zonas y dormíamos en nuestros respectivos cuartos.
Por la mañana esperaba que se calmara un poco el traqueteo y salía a buscar comprar algo de comida, afortunadamente el sábado mis padres habían hecho las compras de la semana, pero como yo ya trabajaba buscaba ayudar en algo saliendo a buscar lo que la gente se ponía a vender en forma furtiva, verduras, plátanos, papas, arroz, azúcar, prestos a correr a refugiarse en caso de que la refriega iniciara de nuevo, de paso aprovechaba par visitar a mi novia, (hoy esposa) que vivía relativamente cerca.

Escuchábamos las transmisiones por radio y en una desvencijada Radiola que tenía selectores de onda corta SW1 y SW2, captábamos a ciertas horas las emisiones de Radio Venceremos, las emisiones latinas de Radio Deutsche Welle o de Radio Noticias del Continente como información alternativa a la gran cadena nacional que el ejército mantenía con su emisora, Radio Cuscatlán.
Era casi el medio día cuando escuchamos por la radio la noticia de que un comando del ejército salvadoreño había entrado en la madrugada de ese día a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y había torturado y asesinado a un grupo de sacerdotes jesuitas entre los que se encontraba Ignacio Ellacuría y Segundo Montes, a quienes yo conocía de vista y oídas.
La lista completa de las víctimas era:

Ignacio Ellacuría S. J., español, rector de la universidad
Ignacio Martín-Baró S. J., español, vicerrector académico
Segundo Montes S. J., español, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA
Juan Ramón Moreno S. J., español, director de la Biblioteca de teología
Amando López S. J., español, profesor de filosofía
Joaquín López y López S. J., salvadoreño, fundador de la universidad y estrecho colaborador
Elba Ramos, salvadoreña, empleada doméstica
Celina Ramos, salvadoreña, empleada doméstica

El efecto de la noticia fue devastador en todos nosotros, pues no pensamos que se llegara a tanto, en la radio oficial y en todas las emisoras que repetían dicha transmisión se escuchaban algunas amenazas y maldiciones contra los sacerdotes jesuitas, pero aparentemente eran puras diatribas como las que se pueden leer en los periódicos digitales hoy en día, no transmitían nada al respecto y creo que hasta avanzada la tarde que emitieron un comunicado lamentando el cobarde asesinato de los padres jesuitas a manos de un comando guerrillero, cosa que absolutamente nadie creyó y los rumores comenzaron a circular respecto a los responsables.

En el sitio de IDHUCA en la página de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» UCA hay un relato bastante completo de los acontecimientos principales en torno a la masacre desde el inicio de la ofensiva guerrillera «Hasta el tope» que iniciara el 11 de noviembre de 1989.


http://www.uca.edu.sv/publica/idhuca/jesuitas.html

En el relato correspondiente a la noche del 15 de noviembre, se habla de varias reuniones del alto mando militar en la que se presume se tomó la decisión, pero las declaraciones son encontradas y contradictorias, El ex-Presidente Cristiani se auto desliga de dicha reunión a pesar de que participó en muchas de las que llevaban a cabo durante la ofensiva final.
Algunos militares se auto acusan mutuamente pero nadie asume la responsabilidad de la decisión y se la achacan a una «mala interpretación» de parte del principal acusado, el coronel Guillermo Alfredo Benavides, de lo dicho en las reuniones del 15 de noviembre en el sentido de que «malinterpretó lo que se habló acerca de ir contra los ,»cabecillas» o los «puestos de mando» del FMLN».
En estas reuniones se encontraban mas de veinte militares y se presume que no es posible que se hablara del tema de los Jesuitas en ellas, sino que la decisión se tomó en alguna reunión con un grupo más reducido y jerárquicamente superior, sin embargo, según el informe de la Comisión de la Verdad, el general Ponce dio la orden de asesinar a Ignacio Ellacuría, el periódico digital El Faro en 2011 reseña en una entrevista al coronel Camilo Hernández, destacado entonces en la Escuela Militar, quien cuenta que la noche del crimen el director de la Escuela, el coronel Guillermo Alfredo Benavides, juntó a los oficiales a su cargo les dio las instrucciones que había recibido.
Según relata El Faro
«Hernández asegura que él se negó a dar la orden de proceder con el asesinato del rector de la UCA, pero admite que él personalmente dio a los soldados del Batallón Atlacatl el rifle AK47 con que debían asesinar a  Ellacuría. Recuerda que la instrucción era precisa: no debían quedar testigos. Y que cuando el coronel Benavides preguntó a sus oficiales si alguien estaba en desacuerdo con la misión todos guardaron silencio.»
El coronel Sigfrido Ochoa por su parte en el programa 60 Minutes de la televisión norteamericana el 22 de abril de 1990, afirmó «que estaba convencido de que el coronel Benavides no había actuado solo, sino que había recibido órdenes de un grupo pequeño de oficiales, después de la reunión amplia del Estado Mayor, la noche del 15 de noviembre.
A los pocos días de estas declaraciones, aparecía en la prensa un comunicado anónimo de un grupo de «oficiales jóvenes» apoyando las afirmaciones del coronel Ochoa y citando varias reuniones celebradas por los más altos oficiales durante aquel día.»

El relato completo se encuentra en la siguiente dirección, aporta amplia información de todas las fuentes que consultaron:
http://www.uca.edu.sv/publica/idhuca/jesuitas.html

Transcribo lo relatado específicamente a los hechos en la UCA del día 16.
JUEVES 16 DE NOVIEMBRE

EL CRIMEN
El lunes 13 de noviembre, en la tarde, quedó constituida una zona militar para proteger los lugares en donde se encuentran el Estado Mayor, la Escuela Militar y la colonia Arce, ubicada, precisamente, enfrente del portón principal de la UCA. Esta zona de seguridad quedó bajo las órdenes del coronel Guillermo Alfredo Benavides Moreno, director de la Escuela Militar. A ella se agregaron efectivos de diversos batallones, entre ellos algunos pertenecientes al batallón Atlacatl, así como otros pertenecientes a los destacamentos de Sonsonate y Ahuachapán. Ese mismo lunes se autorizó el registro de la residencia de los jesuitas situada dentro del campus de la UCA y se ordenó ejecutarlo al teniente José Ricardo Espinoza Guerra y a su segundo, el subteniente Gonzalo Guevara Cerritos, ambos de alta en el batallón Atlacatl.

Siguiendo el relato de las confesiones extrajudiciales de los ocho acusados llevados ante el juez, los acontecimientos se desarrollaron de la siguiente manera. A las once de la noche del 15 de noviembre, Espinoza recibió la orden de presentarse ante Benavides en la Escuela Militar. En dicha Escuela se encontró con el teniente Yusshy Mendoza Vallecillos, quien le repitió que el coronel lo quería ver a él y a su subteniente Guevara Cerritos. Encontraron al coronel en una sala de oficiales y se encaminaron al despacho de este último, donde el coronel dijo: «Esta es una situación donde son ellos o somos nosotros; vamos a comenzar por los cabecillas. Dentro del sector de nosotros tenemos la universidad y ahí está Ellacuría».

Inmediatamente señaló a Espinoza y continuó: «Tú hiciste el registro y tu gente conoce ese lugar. Usa el mismo dispositivo del día del registro y hay que eliminarlo. Y no quiero testigos. El teniente Mendoza va a ir con ustedes como el encargado de la operación para que no haya problemas». Espinoza añade que le dijo al coronel que «eso era un problema serio». A lo cual el coronel contestó: «No te preocupes, tienes mi apoyo».

Los otros dos tenientes difieren en algunas cosas de esta versión. El subteniente Guevara coincide con Espinoza, pero añade, poniendo en boca del coronel estas palabras: «Éstos han sido los intelectuales que han dirigido la guerrilla por mucho tiempo». En cambio, Yusshy Mendoza afirma que cuando lo llamaron al despacho del coronel ya estaba allí Espinoza, y que el coronel sólo dijo: «Mira, Mendoza, vas a acompañar a Espinoza a cumplir una misión. Él ya sabe qué es».

Posteriormente, y antes de salir de la Escuela Militar, Espinoza le pidió a Yusshy Mendoza una barra de camuflaje para pintarse la cara. El teniente Espinoza se había graduado como bachiller en el Externado San José siendo rector de dicho colegio el Padre Segundo Montes. Durante el registro, Montes no lo reconoció, pero no es difícil pensar que el teniente sí lo había reconocido. Por su parte, Espinoza afirma que fue Mendoza quien le ofreció la barra de camuflaje para el rostro.

Ya listos para salir, el teniente Mendoza ofreció un fusil AK-47 a quien lo pudiera manejar. Óscar Mariano Amaya Grimaldi, soldado del Atlacatl encargado de usarlo, no recuerda quién de los dos tenientes (Espinoza o Mendoza) se lo dio, pues ambos estaban juntos. Pero sí dijo haber recibido la información de que iban a matar «a unos delincuentes terroristas que se encontraban en el interior de la universidad UCA» de su comandante (Espinoza).

Todos coinciden, sin embargo, en que poco después de recibir la orden del coronel, salieron de la Escuela Militar en dos camionetas. Llegaron hasta los edificios de apartamentos abandonados y dejados a medio construir, que se encuentran en el costado oeste de la UCA. Ahí se concentraron.Los distintos testimonios indican que los tres tenientes dieron instrucciones sobre el operativo que iban a llevar a cabo, que incluía, por supuesto, la cobertura y seguridad para quienes iban a matar a los padres. Decidieron quiénes ejecutaran el crimen y todo el grupo en columna, se desplazó hacia la UCA. Antes de salir de los edificios abandonados, el soldado Amaya Grimaldi recuerda que el teniente Mendoza le dijo: «Tú eres el hombre clave». Amaya Grimaldi, conocido entre sus compañeros como «Pilijay» («Verdugo»), entendió «que él era el que se encargaría de matar a las personas que se encontraban en ese lugar». En el camino, al lado de los tenientes Espinoza y Mendoza, Pilijay oyó que el primero de ellos le dijo, refiriéndose al fusil: «Esconde esa mierda».

EN LA UCA

Entraron por el portón para peatones de la UCA, e incomprensiblemente, esperaron un rato junto al aparcamiento de automóviles. En ese momento pasó un avión a muy baja altura sobre la UCA, el cual despertó a Fermín Sainz y a varios vecinos.

Frente al aparcamiento, los soldados fingieron el primer ataque, dañando los vehículos aparcados, y lanzaron una granada. Uno de los vigilantes de la universidad, que dormía en uno de los edificios enfrente del aparcamiento, atestiguó haber oído dos frases: «Ahí no vayan, que sólo hay cubículos» y «es hora de ir a matar a los jesuitas».

El operativo se desarrolló formando tres círculos concéntricos. Un grupo de soldados permaneció en zonas distantes al Centro Monseñor Romero. Otros rodearon el edificio. Algunos de ellos se subieron a los tejados de las casas vecinas. Por fin, un grupo más pequeño, «selecto», participó directamente en los asesinatos. Solamente algunos miembros de este grupo han sido acusados y llevados ante la justicia.

Rodeada la casa, los soldados comenzaron a golpear las puertas. Simultáneamente, penetraron en la planta baja del edificio del Centro Monseñor Romero y destruyeron y quemaron lo que encontraron. Los que rodearon la casa de los jesuitas les gritaron que abrieran las puertas. Oscar Amaya (Pilijay) recuerda haber dicho junto a la puerta trasera de la residencia de los padres: «A ver a qué hora salen de ahí. Según ustedes tengo tiempo para estarlos esperando». Entonces vio a una persona parada frente a la hamaca que colgaba en el corredor, quien le dijo: «Espérense, ya voy a ir a abrirles, pero no estén haciendo ese desorden».

Pilijay sólo recuerda «que este señor vestía un camisón de dormir color café.» En efecto, Ellacuría llevaba puesta, en el momento de ser asesinado, una bata de ese color. Antonio Ramiro Avalos Vargas, subsargento de alta en el batallón Atlacatl, atestiguó que por esa puerta había un soldado golpeando con un tronco. Que después de «diez minutos de estar golpeando esas puertas y ventanas, abrió el portón que estaban golpeando con el trozo de madera un señor chele que vestía pijama, quien les dijo que no continuaran golpeando las puertas y ventanas porque ellos estaban conscientes de lo que les sucedería». Este padre, tal vez Segundo Montes, el único de los asesinados que estaba con pijama y sin bata, fue llevado al jardín en la parte de enfrente de la residencia (opuesta a la fachada del Centro Monseñor Romero). Allí estaban ya Amando López, Ellacuría, Martín-Baró y Juan Ramón Moreno. Probablemente mientras llegaba Segundo Montes, Martín-Baró fue con un soldado a abrir la puerta que comunica la residencia con 1a capilla de Cristo Liberador. Ahí fue donde la testigo Lucía Barrera vio a cinco soldados y donde probablemente Martín-Baró le dijo a uno de ellos: «Esto es una injusticia. Ustedes son carroña». Esta frase la oyó perfectamente Lucía,mientras que otra vecina, algo más lejos, sólo alcanzó a escuchar las palabras «injusticia» y «carroña».

Haciendo cábalas, puede ser también que Martín-Baró dijo estas palabras al ver que un soldado tenía apuntadas con su fusil a Elba y a su hija Celina. En efecto, para abrir la puerta mencionada, hay que pasar enfrente de la habitación donde ellas fueron asesinadas. Tomás Zarpate Castillo, subsargento de alta en el batallón Atlacatl, estaba de guardia en la puerta de esa habitación por orden del teniente de la Escuela Militar, que es como llaman a Yusshy Mendoza los soldados y clases que han declarado.Antonio Ávalos y Óscar Amaya dicen que dieron la orden de tirarse al suelo cuando se quedaron solos con los padres, tuvieron miedo de perder el control de la situación. Mientras tanto, continuaba el registro de la casa.

Joaquín López y López había conseguido esconderse en alguno de los cuartos. Poco tiempo estuvieron tirados en el suelo los cinco padres. Algunos vecinos oyeron cuchicheos, sin entender lo que se decía. Justo antes de que los asesinos dispararan, una vecina asegura haber oído una especie de cuchicheo acompasado, como salmodia de un grupo en oración.

LA HORA DE MATAR

Antonio Ávalos dice que el teniente Espinoza con el teniente Mendoza a su lado, lo llamó y le preguntó: «¿A qué horas va a proceder?» El subsargento declara que entendió esa frase «como una orden para eliminar a los señores que tenían boca abajo. Se acercó al soldado Amaya y le dijo: «Procedamos». Y comenzaron los disparos.

Ávalos se ensaña con los padres Juan Ramón Moreno y Amando López. Pilijay disparó contra Ellacuría, Martín-Baró y Montes. A diez metros de distancia permanecieron Espinoza y Mendoza, según las declaraciones de los dos verdugos. Pilijay recuerda que «entre los tres señores que les disparó primero (después dio el tiro de gracia a cada uno), se encontraba el que vestía camisón café antes mencionado». Entre los disparos, y si hacemos caso a las declaraciones de Pilijay, Martín-Baró sólo recibió el tiro de gracia. La entrada y la trayectoria de las balas hacen pensar que algunos de los padres trataron de incorporarse al comenzar la ejecución. Otros, como Martín-Baró, parecen no haberse movido para nada, manteniendo incluso los pies cruzados hasta el final, como quien se tumba en el suelo y busca una posición cómoda.

Mientras ocurría esto, Tomás Zarpate «estaba dando seguridad» (según sus propias declaraciones) a Elba y Celina. Al escuchar la voz de mando que dice «¡ya!» y los tiros subsiguientes, «también le disparó a las dos mujeres» hasta estar seguro de que estaban muertas, porque «éstas no se quejaban».

En este momento, cuando cesaron los tiros, apareció en la puerta de la residencia Joaquín López. Los soldados lo llamaron y Pilijay dijo que él respondió: «No me vayan a matar, porque yo no pertenezco a ninguna organización». Y en seguida entró de nuevo a la casa. La versión del cabo Ángel Pérez Vásquez, de alta en el batallón Atlacatl, coincide en parte con lo anterior. El P. Joaquín López salió de su escondite al oír los disparos, vio los cadáveres e inmediatamente se metió en la casa. Los soldados de fuera le dijeron: «Compa, véngase». Y, continúa la narración, «el señor no hizo caso, y cuando ya iba a entrar en una habitación, hubo un soldado que le disparó.» Pérez Vásquez continúa su relato diciendo que al caer el P. López hacia adentro de la habitación, él se acercó a inspeccionar el lugar. Y que, «cuando pasaba por encima del señor a quien habían disparado, sintió que éste le agarró de los pies a lo que él retrocedió y le disparó haciéndole cuatro disparos».

Concluido el crimen, se lanzó una bengala. Era la señal de retirada. Y como algunos no se movieron, se volvió a disparar una segunda bengala. Ya de retirada, de nuevo Avalos Vargas, apodado por sus compañeros «Sapo» o «Satanás», al pasar frente a la sala de visitas, donde fueron asesinadas Elba y Celina, oyó jadear a unas personas. Inmediatamente pensó en heridos a quienes había que rematar y «encendió un fósforo, observando que en el interior… se encontraban dos mujeres tiradas en el suelo y quienes estaban abrazadas pujando, por lo que le ordenó al soldado Sierra Ascencio que las rematara». Jorge Alberto Sierra Ascencio, soldado de alta en el batallón Atlacatl disparó una ráfaga como de diez cartuchos hacia el cuerpo de esas mujeres hasta que ya no pujaron», recuerda Avalos. Cuando Sierra Ascencio percibió que la investigación se estaba orientando hacia su grupo, desertó.

Amaya Grimaldi escuchó a Espinoza Guerra dar la siguiente orden al cabo Cotta Hernández: «Mételos para adentro, aunque sea de arrastradas». Entonces el cabo Cotta arrastró el cadáver del P. Juan Ramon Moreno hasta el segundo cuarto del lado oriental de la residencia que, además, no era el suyo, y lo dejó ahí tirado. A su lado quedó el libro El Dios crucificado del teólogo alemán Jürgen Moltmann. Al salir, Cotta se dio cuenta de que todos se habían ido y él hizo lo mismo, dejando los otros cadáveres en la grama.

Había pasado una hora desde que entraron y fingieron un enfrentamiento frente al aparcamiento próximo a la capilla de la universidad.Como despedida, los soldados fingieron un ataque al Centro Monseñor Romero. Era parte del plan. En el libro de operaciones del Estado Mayor se lee textualmente: «A las cero horas treinta minutos del dieciséis, delincuentes terroristas, mediante disparos de lanzagranadas desde la Quebrada Arenal San Felipe, en las proximidades y al costado Sur Oriente de la Universidad en mención, dañaron el edificio de Teología de ese centro de estudios, sin reportarse bajas.» El coronel sólo se equivocó en el lugar desde el cual fue atacado el edificio y en la hora, adelantada en realidad casi dos horas exactas.En las puertas y paredes de la planta baja del Centro Monseñor Romero, los soldados escribieron las siglas «FMLN». Al salir de nuevo por el portón para peatones de la UCA, uno de los criminales escribió: «El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o morir. FMLN.» Los análisis grafológicos demuestran que la escritura del subteniente Guevara Cerritos y la del subsargento Ávalos Vargas «presentan características similares». Algunos soldados recuerdan haber visto a Guevara escribiendo algo en aquel rótulo. El Centro Monseñor Romero ya estaba quemado por dentro. Supuestamente, Guevara Cerritos, quien en ningún momento estuvo presente en el sitio del múltiple asesinato, dirigió la quema. Después se instaló una ametralladora M-60 traída desde la Escuela Militar, frente al edificio del Centro de Investigación y Documentación para Apoyar la Investigación y apuntando al edificio del Centro Monseñor Romero. Pilijay llegó a tiempo para disparar su AK-47 y su cohete antitanque, el cual estalló contra la verja de hierro del corredor de la residencia de los Padres. Otros soldados también dispararon y uno de ellos lanzó dos granadas contra el edificio.

Cotta Hernández, quien colaboró en el asesinato al arrastrar el cadáver del P. Juan Ramón Moreno murió pocos días después en combate en la Zacamil. El subsargento apodado «Salvaje» (Eduardo Antonio Córdova Monge) y su patrulla, quienes dispararon a mansalva contra el edificio, y los soldados que entraron en el Centro Monseñor Romero e incendiaron y destruyeron sus pertenencias, no fueron llevados a juicio.

En el testimonio del teniente Yusshy Mendoza hay un último recuerdo del escenario del crimen: «Un soldado desconocido llevaba una valija color café claro». Los cinco mil dólares del premio Alfonso Comín, otorgado pocos días antes a Ellacuría y a la UCA, desaparecieron para siempre.

DE NUEVO EN LA ESCUELA MILITAR

El teniente Espinoza Guerra dice en su declaración que salió del lugar con los ojos llenos de lágrimas. Volvió a llorar una vez más al dar su declaración. La operación había sido un éxito. En ella habían participado las patrullas de «Satanás», «Maldito», «Rayo» y «Acorralado», apodos de guerra de los jefes que las mandaban. Las patrullas de «Nahum», «Salvaje», «Sansón», «Hércules» y «Lagarto» anduvieron en los alrededores y, al menos la de «Salvaje», se incorporó activamente al operativo contra el Centro Monsenor Romero.

Espinoza Guerra, apodado «Toro», cuenta en su declaración que acudió, tan pronto como llegó a la Escuela Militar, al despacho del coronel Benavides «con el fin de reclamarle, ya que se encontraba indignado por lo que había sucedido». No lo encontró. Cuando por fin apareció, el mismo coronel tomó la iniciativa: -¿Qué te pasa? ¿Estás preocupado?-Mi coronel, no me ha gustado esto que se ha hecho.-Cálmate, no te preocupes. Tienes mi apoyo. Confía en mí.-Eso espero, mi coronel».

Esa noche, en torno a la UCA, en lugares muy próximos, había más de trescientos militares entre oficiales, clases y soldados, sin contar con quienes participaron en el operativo asesino. Y ninguno de ellos se extrañó, ni se preocupó, ni informó o intentó averiguar lo que pasaba en la UCA. Los soldados del batallón Atlacatl que participaron en el asesinato fueron enviados a las seis de la mañana del día 16 a combatir en el sector de Mejicanos y Zacamil, incorporados a su batallón. Allí lucharon junto con los soldados de la Primera Brigada. Ese mismo día, entre las dos y las tres de la tarde, monseñor Rivera Damas y monseñor Rosa Chávez escucharon una voz que, desde un vehículo militar con altavoces, decía: «Seguimos matando comunistas. Ya han caído Ellacuría y Martín-Baró. Rindanse. Somos de la Primera Brigada». A pesar de la denuncia de monseñor Rosa y otros, el hecho nunca fue investigado.

COMIENZA EL ENCUBRIMIENTO

Los primeros intentos de ocultar el papel de los militares en los asesinatos de los jesuitas se produjeron, como hemos visto, incluso antes de que los soldados abandonaran el campus, atribuyendo el hecho al FMLN en rótulos y pintadas. El gobierno salvadoreño también se apresuró a desarrollar su propia campaña de encubrimiento. A finales de 1989, unos grupos de «emisarios», relacionados con ARENA y con el ejército, fueron enviados a Europa, Sudamérica y los Estados Unidos en una ofensiva diplomática que tenía por objeto combatir la publicidad negativa que los asesinatos le estaban produciendo al gobierno a nivel internacional.

Un miembro del personal del Congreso de Estados Unidos, que se reunió en Washington con la delegación salvadoreña, recuerda que el grupo argumentaba que el FMLN quería matar a Ellacuría porque el presidente Cristiani le había pedido que participara en la investigación del atentado contra la sede de la federación sindical FENASTRAS en octubre de 1989. Según ellos, el propio FMLN había dinamitado la sede de FENASTRAS, considerada «fachada» de la guerrilla por el gobierno y el ejército salvadoreños, para intentar crear mártires y así desencadenar la ofensiva guerrillera. Al pedirle que formara parte de una comisión para investigar el atentado, Ellacuría habría descubierto el papel del FMLN en el mismo, por lo que había que matarlo antes de que publicara la verdad.

Unas instrucciones preparadas por el ministerio de Relaciones Exteriores para las delegaciones, proporcionan ejemplos de preguntas y respuestas. Si les preguntaban por las amenazas emitidas por la radio contra los jesuitas durante las horas anteriores a los asesinatos, los miembros de las delegaciones tenían que describir el «micrófono abierto» como «una manifestación más de la libertad de prensa que existe en El Salvador». A propósito de la gran cantidad de pruebas circunstanciales que implicaban a la Fuerza Armada en el crimen, el ministerio de Relaciones Exteriores ofrecía lo siguiente:»No debe olvidarse que en cualquier caso, la atribución de tal hecho al gobierno o al ejército salvadoreño carece de todo fundamento moral y jurídico y no debe tomarse más que como una estrategia de los grupos terroristas tendiente a desestabilizar la democracia de la Nación. Debemos tomar en cuenta asimismo, que el beneficiario inmediato de este crimen es el FMLN que lo utiliza internacionalmente en su favor».

El gobierno de El Salvador mantuvo esta versión de los hechos durante todo el mes de diciembre de 1989 hasta que, a primeros de enero de 1990, su posición se hizo ya totalmente insostenible.

Más información:
http://casojesuitas.elfaro.net/

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