Ya antes les he contado cuando trabajaba en una fábrica de artículos de papel, allá por 1987 y les narré sobre los desayunos con pollo rostizado y cerveza a las 7 de la mañana con Pofy Days Country, pues esa experiencia de trabajo, me marcó en muchos sentidos, pude vivir en carne propia el trabajo obrero, compartiendo mano a mano las aspiraciones, frustraciones, borracheras, bromas, tragedias y logros.
Las tragedias estaban a la orden del día en las fábricas salvadoreñas y me imagino que en cierta medida lo siguen estando, a pesar de los esfuerzos que el estado hace por afianzar la seguridad industrial y volverla obligatoria en las empresas.
Yo estuve una vez a punto de convertirme en una estadística de tragedia laboral por muchas razones que se sumaron, parte mi culpa y otra parte culpa de las condiciones laborales de la empresa.
Como les comenté en aquella historia, yo estaba en el área de mantenimiento como «Técnico electromecánico», grado que, pomposamente decía mi título de bachiller industrial, y pasaba bastante ocupado durante el día, pero en los turnos de noche uno se escapaba a dormir en cualquier parte si no estaba haciendo algo que requiriera concentración y trabajo constante, lo cual era un verdadero peligro, pues en cualquier momento aparecía un supervisor y si lo pillaba a uno durmiendo era castigado con suspensión en el mejor de los casos y con despido inmediato en el peor de los escenarios.
Para estar ocupado cuando no había mucho que hacer y por curiosidad natural yo comencé a volverme aprendiz de algunas de las máquinas entre las cuales se contaba la rayadora de papel, que les expliqué como funcionaban en el post de Porfirio.
La fábrica tenía dos rayadoras, ambas viejas, pero una de ellas parecía una reliquia del siglo XIX sacada directamente de las páginas de la novela “Tiempos Difíciles” de Dickens, esta máquina era feudo exclusivo de Porfirio, quien la compartía a medias turnándose con otro operario llamado Eladio o “Helado”, como le decían en la fábrica; la máquina era un armatoste oxidado grande y feo, con todas sus partes expuestas, incluyendo su juego de engranajes que movían todo el aparataje de rodillos, poleas y rodos, los cuales hacían un gran estruendo de niveles industriales cuando se ponía en funcionamiento.
En esta “niña”, como la llamaba cariñosamente Porfirio, aprendí un poco del arte de rayar cuadernos y fue mi primer contacto con las máquinas industriales y por ratos el viejo holgazán me “enseñaba” el manejo y mantenimiento de la producción, dándome una burda explicación de lo que había que hacer dejándome luego a mi cuenta y riesgo para luego desaparecer enterrándose en medio de varios pliegos de papel que lo cubrían completamente gracias a sus 1.50 de estatura y dormía a pierna suelta, mientras yo “aprendía” a rayar papel, vigilando la máquina, ajustando los hilos, llenando el recipiente de tinta, sacando las piezas malas, etc.
A veces uno de los discos de bronce se aflojaba en la barra y comenzaba a bailar, arruinando una raya, lo que era perceptible únicamente bajo observación directa de la doble raya sacando un pliego y poniéndolo contra la luz, entonces había que parar la máquina y ajustar el disco en la barra, a veces solo era una pequeña interrupción en la raya continua por que al disco le caía grasa y una porción del disco no pintaba, dejando una línea interrumpida por pequeños espacios en blanco, en este caso había que limpiar el disco en movimiento con un algodón empapado en alcohol para eliminar el punto de grasa, luego correr a la salida del papel a retirar las hojas que saldrían manchadas por el alcohol.
Precisamente una noche me di cuenta de que estaba saliendo una raya punteada del lado extremo derecho y me acerqué con un algodón empapado a limpiar el disco de ese lado, que precisamente era donde estaban todo el sistema de engranajes que movía toda la máquina al descubierto, es decir sin carcasa protectora, pues en tiempos remotos se había perdido y todos los engranajes giraban a la vista.
Yo era extremadamente delgado y usaba amplias camisetas que me quedaban holgadas, incluso las de talla “S”, pero en este momento usaba una tala “M” que me bailaba ostentiblemente al caminar, cuando me agaché con el algodón en la mano para limpiar el disco no me percaté que parte de me camiseta se acercaba al sistema de ruedas dentadas que de repente mordieron un trozo de tela de mi camiseta y la estrujaron halándome hacia adelante y abajo.
Fue como si un gigante me hubiese tomado de la camiseta, la hubiera estrujado y halado hacia él, afortunadamente la máquina se trabó con la cuña que la tela le hizo y yo me detuve a unos escasos dos centímetros de la rueda dentada mayor, la cual quedó casi tocándome la nariz.
Todavía me estremezco al pensar que hubiera pasado si la máquina no se hubiera detenido, pero lo hizo y pasado el trauma y susto inicial comencé a gritar:
– ¡Porfirio!
– ¡Porfirio!
Pero el muy cabrón estaba plácidamente roncando a pierna suelta así que le grité al otro compañero que trabajaba en la otra rayadora:
– ¡Rolando!
– ¡Rolando!
Él si me escuchó y girando la cabeza lo pude ver que se acercó al lado de la máquina buscando extrañado la fuente de los gritos, pero sin mirarme porque yo estaba casi arrodillado, muy fuera de su campo de visión.
Nuevamente le grité y esta vez bajó la vista y al verme exclamó.
¡Por la gran Puta!
Y apagando su máquina corrió o saltó sobre las tarimas de papel a mi lado con una cuchilla fabricada afilando restos de sierras metálicas, (implemento indispensable para todo obrero que se precie), y me cortó la camiseta dejándome un enorme agujero circular y desconectó la máquina que casi me destroza.
Pasado el susto nos dio un ataque de risa y yo me quedé arrancando los trozos de tela de los piñones, mientras Rolando se fue a despertar a patadas al pobre Porfirio que se levantó asustado y temiendo que lo delataran ante el supervisor, pero ni Rolando ni yo dijimos nada, la versión oficial fue que yo estaba revisando un “chime” que se escuchaba en la máquina, (la verdad es que sonaba así quizá desde que estaba nueva), cuando los piñones me agarraron.
Estaba a las 5 y media de la mañana terminando mi reporte de la noche cuando se me acercó el gerente de producción y al ver mi camisa rota, que no me había quitado, se me acercó muerto de la risa y me dijo.
¿Que te pasó?
Yo le conté la historia y poniéndome la mano en el hombro me dijo con un tono entre sabio y admonitorio.
Recordá siempre que en toda labor existen dos tipos de situaciones.
Condiciones seguras e inseguras y acciones seguras e inseguras, si existe una condición insegura y le añadís una acción insegura vas a tener irremediablemente un accidente, así que pensá bien y evaluá toda la situación antes de proceder a cualquier cosa.
Jamás he olvidado estas palabras y han sido una forma de actuar desde entonces.
Afortunadamente este incidente no trascendió gracias a la discreción de los compañeros y del Gerente de Producción.
A veces comento con mi esposa que alguien me quiere mas de la cuenta allá arriba, puesto que me he visto en situaciones que ameritaban sino mi muerte, al menos daños graves a mi integridad física, pero milagrosamente terminé intacto, como esta vez que recibí mi lección sobre seguridad industrial.
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