Por: Francisco Quintanilla
La psicología de la liberación en América Latina, en Centroamérica y en El Salvador en particular continúa siendo en pleno siglo XXI una materia pendiente o una deuda pendiente.
Deuda que se empezó a intentar saldar sobretodo en El Salvador en la década de los 80 con los geniales aportes de Ignacio Martin Baró, sin embargo, parece ser que a partir de su muerte, más bien de su asesinato, se asesinó no sólo a una persona, a un científico de las ciencias psicológicas, sino que también se asesinó el espíritu psicológico comprometido, creador y solidario con las mayorías empobrecidas de El Salvador, de Centroamérica y de América Latina.
De hecho los aportes de Martín Baró en el campo de la psicología de la liberación los hizo sobre la base de algunos presupuestos filosófico – epistemológicos, dentro de los cuales se pueden destacar:
1) El horizonte de la psicología de la liberación, son las mayorías populares.
2) La psicología de la liberación debe de contribuir a desideologizar lo que hay de ideologizado en las estructuras económicas, sociales culturales y políticas de las realidades latinoamericanas. Es decir, debe poner todo su quehacer, todo su potencial para propiciar que las mayorías populares sean capaces de descubrir todo lo que estructuralmente está encubierto, cuáles son las causas estructurales de todos sus problemas, de toda su situación.
3) El psicólogo poco o nada puede hacer como psicólogo para transformar las estructuras injustas de la sociedad, pero si mucho puede hacer en el campo de la subjetividad individual y grupal, en la subjetividad de los pueblos, en la subjetividad de las mayorías populares para que tomen conciencia de que son capaces de enfrentar las estructuras injustas y de transformarlas radicalmente en beneficio de toda la humanidad.
4) La producción del conocimiento científico desde la psicología y desde cualquier disciplina científica, no va o no debe ir de la teoría a la realidad, sino de la realidad a la teoría. Es la realidad el punto de partida de cualquier producción teórico científico.
En cuanto al primer presupuesto, Martín Baró al igual que Ignacio Ellacuría en el campo de la filosofía y la teología, subrayó que la verdad del sistema social, económico y político la psicología no la encontraría en las minorías enriquecidas de este país, de América o del mundo, sino en la cruda realidad de las mayorías empobrecidas, en la realidad de las mayorías populares.
La práctica profesional del psicólogo en diferentes ámbitos de la realidad, ya sea educativa, laboral, clínica, etc. ha sido como lo señala Gómez del Campo Estrada (1999) elitista, es decir al servicio de los más acomodados, y alejada de los empobrecidos. Al ser elitista, se aleja de la nuda realidad, de la cruda realidad, por lo tanto de la verdad estructural, de las causas estructurales de los grandes problemas que la inmensa mayoría padece por imposiciones históricas.
Ante este presupuesto, es necesario señalar que Martín Baró hizo un serio cuestionamiento a aquel tipo de psicología que su quehacer se orienta por el bienestar de las minorías enriquecidas, incluida la llamada clase media, pero excluye en base y desde su base filosófica, teórica y ética a las mayorías empobrecidas. Cuestiona, en otras palabras a la psicología basada en presupuestos psicodinámicos, conductistas, cognitivos y “humanistas” por su carácter elitista.
La verdad de la cruda realidad latinoamericana no se encontrará en las elites sino en el producto humano o antihumano del quehacer de esas elites poderosas económica y políticamente, es decir, en las mayorías populares que no se encuentran en estado de pobreza por cuestiones biológicas o por decisiones personales, sino por imposiciones históricas de esas elites que se han vuelto cada vez más ricas a costa de la expropiación de los bienes de la inmensa mayoría que las dejaron con poco o con nada.
En lo referente al segundo presupuesto, es decir sobre la función desideologizadora de la psicología, está Martín Baró contraponiendo a la psicología en esta función no sólo a la función encubridora que tienen las estructuras poderosas de la sociedad y a los poderosos económica y políticamente, sino que también la contrapone al tipo de psicología que con su “producción” psicológica o con su no producción y con su quehacer, encubre las causas estructurales y a los responsables individuales y grupales de producir los grandes males que abaten a la humanidad entera y en concreto a las mayorías populares.
La psicología y los profesionales no pueden ser, ni seguir siendo cómplices con su quehacer “profesional” en la producción y reproducción de la maldad y de la corrupción, deberían exigitivamente desde su eticidad como profesionales, como seres humanos y como personas que pertenecen a una determinada clase social estar al servicio del bienestar liberador de los más excluidos y no a favor de los excluidores.
Para tener la psicología mayor posibilidad de alcanzar tan noble propósito, necesita la psicología y el psicólogo mismo liberarse ella misma de las cadenas que le han y les han impedido desarrollarse como ciencia y como profesionales comprometidos con el bienestar humano y con la liberación de las mayorías excluidas. No puede en otras palabras la psicología contribuir a la liberación si ella misma es esclava de los presupuestos teóricos y filosóficos de la psicología elaborada y construida desde otras circunstancias, contextos e intereses distintos a los latinoamericanos.
El psicólogo y la psicóloga no pueden también contribuir a la liberación de la inmensa mayoría de latinoamericanos, si ellos mismos no sólo son esclavos sino que además instrumentos vivientes reproductores activos de la esclavitud, reproductores activos de los designios de las minorías poderosas económica, políticamente y militarmente.
Con respecto al tercer supuesto, el psicólogo con su psicología, como herramienta científica, no está capacitado para transformar las estructuras económicas, sociales y políticas desde las cuales se engendra la injusticia y la maldad, pero sí debería estar preparado para incidir considerablemente en la subjetividad individual, grupal o poblacional.
Pero esta incidencia, no debería ser desde la subjetividad por la subjetividad misma, como lo hacen y lo continúan haciendo lamentablemente los profesionales de la psicología, que orientados o más bien desorientados por los modelos teóricos psicoanalistas, cognitivos, neo conductistas o en el mejor de los caso por modelos teóricos humanistas, ubican la subjetividad fuera del contexto social histórico, si al caso entienden la subjetividad al interior de los pequeños grupos y de los grupos primarios pero marginada de la compleja estructura social que ya no sólo es nacional sino que es mundial históricamente y dinámicamente condicionada.
Esta incidencia, de los profesionales de la psicología para la cual han sido “preparados”, al extraer la subjetividad de la estructura social y económica, lejos de volverse una práctica científica comprometida, se convierte en una especie de práctica chamánica, que utiliza la magia como herramienta con rostro de cientificidad para superar los problemas psicológicos que padecen las personas individuales, no sólo no logra que las personas superen sus problemas, sino que además contribuye a ocultar las causas estructurales de los grandes problemas que padecen los seres humanos marginados del y por el poder económico, social y político.
Hay prácticas chamámicas que utilizan disfraces más sofisticados, que encubren con una mayor elegancia estas prácticas psicológicas engañadoras. Uno de estos disfraces es la llamada intervención en crisis, basada en un dinamiquerismo y en un abordaje de la subjetividad por la subjetividad misma como diría Tovar Pineda (2001) basada en un modelo intrapsicológico, modelo que orienta al psicólogo y a la psicóloga a creer mágicamente que las causas de los trastornos mentales se encuentra al interior del individuo, jamás apelan a la relación dinámica existente entre individuo y estructura social y económica
En otros casos, ubican a la subjetividad inserta en los pequeños o grupos primarios, concibiendo a estos grupos como el principio y fin de la subjetividad y comportamiento humano. Este tipo de concepción orientará al profesional de la psicología a creer que las causas de los trastornos mentales se encuentra sino en la subjetividad individual, si en la disfuncionalidad de la familia, no pasa por su cabeza preguntarse ¿qué factores externos a la familia han provocado que ésta progresivamente se desintegre o entre en crisis? o ¿quién en la actualidad tiene más poder para incidir en la educación de los hijos e hijas, si los padres de familia o la estructura de la sociedad nacional o mundial mediante la poderosa tecnología? . Los problemas en este tipo de abordaje van de la familia al individuo o de la familia a la sociedad, no de la sociedad a la familia y de esta al individuo, dialécticamente entendida esta última relación.
En esa práctica psicológica de la intervención en crisis orientada por manuales de intervención en crisis para víctimas por ejemplo de desastres “naturales”, que es un modelo promovido por ONGs y otras organizaciones nacionales e internacionales, como modelo adecuado para abordar a las comunidades que han sufrido un impacto ambiental (terremotos, erupciones volcánicas, huracanas, etc.), siguen basados en un modelo clínico comunitario, que Tovar Pineda (2001) denomina Psicología Clínica Comunitaria o Psicología Comunitaria Estadounidense, que no pasa de ubicar la subjetividad dentro de los pequeños grupos, obviando los determinantes estructurales e históricos de los problemas de la subjetividad de las personas, de los pueblos y de las naciones empobrecidas.
Este tipo de psicología o de práctica psicológica al obviar los determinantes estructurales e históricos de la subjetividad, se convierte por conciencia o por ignorancia en una herramienta ideologizadora, encubridora de las causas reales de los grandes problemas que abaten a la humanidad entera y convierte al psicólogo en un instrumento extensivo de la injusticia social.
Queda reflexionar un poco sobre el cuarto presupuesto, que es el referente a la dirección, a la forma como se ha “producido” conocimiento en América Latina.
En América Latina señalaba Martín Baró, el camino que han seguido la mayoría de universidades es ir de la teoría a la realidad, no han ido de la realidad a la teoría. Baró (1998) sostenía que: “Es muy distinto ir a la ciencia desde nuestra realidad que ir a nuestra realidad desde la ciencia ya hecha” (p. 136).
Continuará…