Francisco Quezada[1]
Taller Profesional de Cine y Televisión
Escuela de Comunicación Mónica Herrera
En nuestro país estamos viviendo un nuevo momento en la actividad relacionada al cine y el video. Este período podría sentar bases sólidas para un mayor crecimiento y desarrollo de este medio audiovisual, el que en nuestro caso ha experimentado muchas altas y bajas en los 112 años de existencia del cinematógrafo. Este auge y crecimiento en la cinematográfica local se ha venido experimentando desde finales de los años noventa, y en los diez años ya recorridos de este siglo XXI. Apuntemos como elementos que inciden en este incremento produccional la nueva situación política y social que comenzamos a vivir finalizado el conflicto armado, a lo cual se ha sumado la mayor posibilidad de acceso de los creadores a equipos y herramientas que facilitan los procesos de producción para países como el nuestro (gracias al desarrollo tecnológico y a la baja de costos de adquisición).
Para entender esta nueva realidad del audiovisual salvadoreño podemos tomar como parámetro la participación, en el caso de El Salvador, en el Festival ÍCARO, actividad referente a nivel internacional del cine y video en la región centroamericana. En la inauguración de la XIII edición de ÍCARO, este 31 de agosto pasado, Carlos Corado, Director de Audiovisuales UCA y representante local del festival, trasladaba un dato alentador: de 14 piezas presentadas por el país en la nueve categorías del Festival hace 13 años, hoy en 2010 y en ocho de las nueva categorías consideradas, suman más de 60 piezas las inscritas para su participación; si debemos apuntar como gran ausente la participación en el género largometraje.
Si bien el incremento de la producción en piezas realizadas en ocho de las nueve categorías arroja un panorama optimista, no debemos olvidar lo señalado por Guillermo Escalón en el cierre de las nominaciones salvadoreñas el año pasado desde su rol de jurado, en cuanto debe existir, de parte de los creadores y realizadores nacionales más rigurosidad, ya que alegra la cantidad de piezas producidas pero debemos también preocuparnos por la calidad. En este punto todavía hay trecho que recorrer y escollos a superar en cuanto a narrativa, uso pleno del lenguaje, puesta en escena, actuación, etc.
Definitivamente es una lástima el que estemos ausentes a nivel de largometraje en el festival, ya que es este género el que falta terminar de cimentar y desarrollar para poder comenzar a hablar con más propiedad de una cinematografía nacional, y ello sin entrar al tema industria. Y es que en esos 112 años del cinematógrafo, en el caso salvadoreño encontraremos a lo sumo ocho o diez largometrajes producidos de factura nacional; y si a ellos aplicamos rigurosidad en cuanto a calidad corremos el riesgo que el número disminuya. El largometraje mide finalmente el desarrollo del medio cinematográfico y esta situación debe llevarnos a la reflexión en cuanto a la necesidad de terminar de sentar bases y pautas sólidas para terminar de consolidar el cine salvadoreño.
Dando el lugar y mérito que corresponde al documentalismo, o cine documental, se hace notar una mayor producción, desarrollo y presencia. A la fecha en el caso del documental si podemos apuntar crecimiento y avance en cuanto cantidades y calidades, denotando también un incremento produccional en el género cortometraje, el que en todo caso debe servir de punto de partida a los creadores para dar el salto al largometraje.
Es necesario también mencionar, y subrayándolo como buena señal, se conoce en el medio de carpetas de producción de proyectos de largometrajes a ser realizados en nuestro país, dependiendo su realización de contar con las condiciones y fondos necesarios. En los últimos meses se ha conocido del proyecto “Toque de queda”, basado en guión de Brenda Vanegas, y “Tres hermanas” propuesta del director español Jesús Mora y guión de María Cilleros; proyectos que esperaríamos no se alarguen en su ejecución pasando así a formar parte de la fila de propuestas como las de, entre otras, “Ulyses con Y” de Rolando Medina López, o “14 abriles locos” de Noé Valladares, las que finalmente no han sido realizadas en buena parte por las grandes limitaciones que a la fecha todavía enfrenta nuestro cine nacional.
Pese a lo anterior y revisada de forma rápida esta nueva realidad, no cabe duda en señalar que nos encontramos en el momento adecuado para edificar bases sólidas en el camino de consolidar una cinematografía salvadoreña. El trecho a recorrer requiere del juntar las piezas que permitan su desarrollo adecuado y para ello debemos hacer coincidir a los seis actores principales para hacerlo posible: Sin la participación del estado, empresa privada, exhibidores, público, cooperación externa para el desarrollo, y principalmente los cineastas salvadoreños, no es viable el cometido y seguiremos hablando de buenos esfuerzos; los creadores seguirán hablando y poniendo de escudo a la crítica del producto nacional la falta de apoyo y las limitaciones que enfrentan en cuanto a formación, acceso a fondos de producción y difusión entre otros.
Si bien es cierto el estado está en la obligación de asegurar el goce de la cultura como parte inherente de los derechos fundamentales de los ciudadanos (y el cine es cultura y considerado como el “séptimo arte” pues se nutre de todas las artes), el nuestro no cuenta con políticas que permitan el fomentar, preservar y desarrollar la riqueza artística nacional, pues lo que necesitamos es de la legislación correspondiente con sus respectivas normativas.
La ausencia de una legislación en el caso de la cinematografía es una de las principales actividades a atender. El contar con una ley dará posibilidades concretas para el desarrollo del medio cinematográfico, facilitando además la apertura de posibilidades de cara al acceso a la cooperación para el desarrollo en este rubro específico. En este punto basta señalar que El Salvador a la fecha sigue sin presencia y posibilidad de acceso a formación, fondos de producción, rescate de material histórico, entre otros, ya que sigue al margen de instancias cinematográficas internacionales y regionales como IBERMEDIA o CAACI.
Una legislación adecuada y la visión formal del estado con respecto al cine, visto este como parte de las industrias culturales capaces de generar dinámicas socio-económicas para el desarrollo, debería incentivar a otro de los actores, la empresa privada, en la búsqueda de participación es este rubro nada despreciable y ya retomado por otros países de Latinoamérica. Creo no equivocarme al plantear que la empresa privada estaría dispuesta a incursionar en el rubro si están claras las reglas del juego, considerando que esta actividad permite márgenes y réditos donde al final ganan todos los actores participantes y el país.
Si bien una legislación daría la posibilidad a los cineastas de pasar a una nueva situación de desarrollo, crecimiento y profesionalización en la que ya no valdría el escudarse en “el buen esfuerzo dado la limitación”, la gran pregunta es quién o quiénes de los actores mencionados y necesarios deben tomar las iniciativas y trabajar de manera unificada y cohesionada en función del crecimiento y desarrollo de una cinematografía nacional. La respuesta deben darla todos y cada uno de los que se consideran parte de ese quehacer. Es aquí donde lastimosamente no se cuenta con la participación total del gremio de los cineastas, y en algunas oportunidades se opina al margen sin asumir responsabilidades ya que siempre será más cómodo opinar, hablar de reservas o dudas, que involucrarse, proponer y hacer.
Afortunadamente, y pese a esa reticencia de la debida participación de los cineastas en este trabajo de beneficio propio, existe el primer producto concreto en cuanto a propuesta de Ley de Cinematografía de la República de El Salvador, el cual fue trabajado en tres talleres organizados por la Asociación Salvadoreña de Cine y Televisión (ASCINE), actividad que contó con la presencia de un buen número de colegas relacionados al medio audiovisual y dio continuidad a un esfuerzo iniciado por la Mesa Permanente de Desarrollo Cultural. Esta propuesta se encuentra a la fecha en la etapa de cabildeos y consultas con los organismos e instancias correspondientes, marcando un recorrido venidero en el que el principal actor sigue siendo el gremio y la necesidad de involucrarse más activamente en esta labor.
Hacer terminar de crecer y desarrollar al cine nacional requiere de una actitud más comprometida, pro-activa y propositiva de los cineastas, vistos para sí mismos y hacia los demás como sociedad civil organizada y representada de manera jurídica, y eso se logra con la asociatividad. Sin ella el camino hacia una industria cinematográfica nacional será más largo y con menores posibilidades.
[1] Sub-Director y Coordinador de Proyectos del Taller Profesional de Cine y Televisión. Director y productor salvadoreño. Presidente de la Asociación Salvadoreña de Cine y Televisión (ASCINE). Miembro de la Fundación para la Promoción del Cine y Cultural Salvadoreño (FUNDACINE). En su filmografía cuenta con la producción de documentales y cortometrajes; ha dirigido programas de televisión, de igual forma ha producido, diseñado y elaborado campañas de difusión y spots publicitarios.
2 comments for “Cine salvadoreño, legislación y asociatividad”