Por: Francisco J. Ayala
La Junta de Educación de Kansas votó el 11 de agosto de 1999 eliminar -con seis votos a favor y cuatro en contra- de los currículos de los colegios y escuelas estatales toda referencia al origen y evolución del universo, de los organismos y de los humanos. En los comicios del 7 de noviembre de 2000, cuatro de los seis votantes a favor de esa decisión fueron candidatos, pero tres no fueron reelegidos, precisamente por su oposición a la enseñanza de la evolución. La nueva Junta de Educación ha votado restituir la enseñanza de la evolución en las escuelas y colegios del Estado.
Kansas es parte del ‘Cinturón de la Biblia’ que incorpora a la mayoría de los Estados del sur, donde predomina el fundamentalismo cristiano, sobre todo en las iglesias bautista y metodista, y en dos sectas derivadas de ellas, respectivamente, los Adventistas del Séptimo Día y la Iglesia Pentecostal.
La Declaración de Independencia de 1776 y la Constitución de 1787 son documentos eminentemente liberales, frutos del racionalismo iluminista de Jefferson, Franklin, Adams, Madison y otros fundadores de la República. Pero el persistente fundamentalismo cristiano se remonta a los primeros colonizadores de Boston y Nueva Inglaterra, llegados a partir de 1620, y a quienes se les conoce como los Peregrinos. Venían de Inglaterra y Holanda, huyendo de naciones donde se les perseguía por sus creencias religiosas fundamentalistas.
Los fundamentalistas mantienen que la Biblia debe ser interpretada literalmente. De poco sirve que teólogos y obispos, tanto católicos como protestantes, prediquen que no hay conflicto radical entre la ciencia y la fe cristiana. Juan Pablo II afirmó, en octubre de 1996, la validez científica de la teoría de la evolución en un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias. El Papa había dicho ya en 1981: «La Biblia nos habla de los orígenes y composición del universo no para proveernos de un tratado científico, sino con el propósito de establecer las relaciones apropiadas del hombre con Dios y con el universo. Las Sagradas Escrituras tratan simplemente de declarar que el mundo fue creado por Dios, y a tal fin se expresan en los términos de la cosmología en uso en los tiempos del autor sagrado. Al mismo tiempo, la Biblia desea instruir a todos los humanos de que el mundo fue creado para el servicio del hombre y la gloria de Dios. Cualquier otra enseñanza sobre el origen y constitución del universo es ajena a las intenciones de la Biblia, cuyo propósito no es enseñarnos cómo fue creado el firmamento, sino cómo ir al cielo».
La Constitución de EE UU establece que el Estado no puede ni propugnar ni prohibir la enseñanza de ningún credo religioso. No obstante, los fundamentalistas han buscado subterfugios para promover la enseñanza de la Biblia y excluir la evolución del currículo escolar. Durante las primeras décadas del siglo XX, Tennessee, Arkansas y otros Estados promulgaron leyes prohibiendo la enseñanza de la evolución en las escuelas y colegios estatales. En 1968, el Tribunal Supremo dictaminó que tales leyes eran contrarias a la Constitución.
Una nueva estrategia de los fundamentalistas fue entonces promover leyes que mandaran que la teoría evolucionista se enseñara juntamente con la narración bíblica de la creación del mundo, pretendiendo que ésta es también una hipótesis científica. La primera de tales leyes, promulgada en Arkansas en 1981, fue declarada anticonstitucional en un juicio al que fui llamado a comparecer como testigo ‘experto’. Luisiana promulgó una ley semejante que el Tribunal Supremo declaró también contraria a la Constitución. Yo participé en esta ocasión como redactor del borrador del texto científico que ocupa la mayor parte de un documento (‘Amicus Brief’) presentado por la Academia Nacional de Ciencias.
Los fundamentalistas alegan que la evolución, como dicen los mismos científicos, es una ‘teoría’, de lo que se sigue que no tiene validez científica, pues no es un ‘hecho’. La ciencia se basa en la observación, dicen, pero nadie ha observado el origen y evolución del universo o de las especies.
Pero lo que se observa en ciencia no son las proposiciones de las teorías, sino sus consecuencias. La teoría heliocéntrica de Copérnico afirma que la Tierra gira alrededor del Sol. Nadie ha observado tal cosa, pero sí sus consecuencias numerosas. Aceptamos que la materia se compone de átomos, aunque nunca los hemos visto.
De manera semejante, la teoría de la evolución afirma, por ejemplo, que los humanos y chimpancés descienden de antepasados comunes, que vivieron hace sólo unos millones de años. Se deduce de tal proposición que las dos especies deben ser muy semejantes genéticamente, como se comprueba al observar que el 98% de nuestro ADN es idéntico al de los chimpancés, y con muchos otros experimentos.
Un error de los fundamentalistas es no reconocer que la palabra ‘teoría’ tiene significado diferente en la ciencia y en el lenguaje común. En lenguaje ordinario, ‘teoría’ significa algo con poco fundamento, como cuando digo a mis amigos que «tengo mi propia teoría sobre quién fue el asesino del presidente Kennedy». En ciencia, ‘teoría’ se refiere a una explicación científica de amplia envergadura y consecuencias importantes apoyadas por la evidencia. Así, la teoría atómica explica por qué oxígeno e hidrógeno se combinan de una manera particular, con arreglo a la fórmula H2O, que es el agua.
«Darle a cada uno su oportunidad», el sentido de lo que llaman ‘fair play’, es algo profundamente arraigado en la personalidad estadounidense. Esta inclinación a ser ‘fair’, o imparcial, predispone a los americanos a tolerar la enseñanza de ideas contradictorias. Así, en una encuesta de Zogby llevada a cabo en enero de 2001, el 57% de los americanos es partidario de que se enseñen en las escuelas tanto el creacionismo como el evolucionismo. (El 21% quiere que se enseñe sólo la evolución; el 12%, sólo el creacionismo; y el 6% no está seguro.)
En la enseñanza científica, tal imparcialidad está fuera de lugar. Vivimos en un mundo penetrado por los avances precisos de la ciencia y la tecnología: automóviles y aviones, puentes y rascacielos, teléfonos y ordenadores, medicamentos y cirugía, etcétera. Cuando tomamos un antibiótico, subimos a un avión o cruzamos un puente, contamos con que están construidos con arreglo a principios científicos: la evolución en vez del mesmerismo, el heliocentrismo en vez de la astrología, la mecánica newtoniana en vez de la teoría humoral.
La enseñanza religiosa tiene su lugar apropiado en la familia, la iglesia y los centros religiosos, pero no en las asignaturas científicas. En los colegios estatales americanos, donde debe mantenerse la imparcialidad religiosa, es posible estudiar la Biblia y las doctrinas religiosas cuando se enseña la historia de las religiones o de las ideas. La Biblia y el cristianismo han jugado un papel crucial en la historia del mundo occidental. Pero enseñar la narración del origen del universo del ‘Génesis’ como si fuera una teoría científica es un insulto tanto contra la religión como contra la ciencia.
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