A una década del terremoto del 13 de enero, lo que nos ha quedado es el recuerdo de Las Colinas. Los familiares de los que allí fallecieron no olvidan lo sucedido y nos lo recuerdan cada año cuando conmemoran la tragedia. Pero a pesar del recuerdo, pareciera que los salvadoreños no aprendimos la lección. Las grandes constructoras siguen haciendo casas en lugares de potencial riesgo y la gente la compra y las ocupa sin mayor preocupación.
A pesar de la vulnerabilidad de la Cordillera del Bálsamo, allí se siguen construyendo urbanizaciones para las clases medias. Llama la atención como las grandes empresas constructoras obtienen los permisos oficiales y municipales para talar miles de árboles, para depredar y cortar las pocas montañas que nos quedan. Pero lo más increíble es ver familias de clase media, que muchos de ellos han tenido la oportunidad de cursar estudios superiores y obtener un titulo profesional, que sin mayor razonamiento adquieren las viviendas y llevan a su familia a vivir en un punto de riesgo.
Toda la ruta que recorrió el deslave del volcán de San Salvador en los años ochenta y que soterró cientos de familias en la colonia Montebello esta poblada nuevamente, en cada invierno el riesgo es inminente y hay ocasiones en que les han ordenado evacuar.
Estos son solo dos ejemplos de lugares donde hemos sufrido tragedias en las últimas décadas y la realidad de hoy nos demuestra que no hemos aprendido las lecciones. Por ello somos uno de los países con mayores niveles de vulnerabilidad en el mundo.
Con el calentamiento global, no necesitamos esperar otro terremoto para tener nuevas tragedias. Estas se volvieron algo cotidiano en cada invierno. Hace falta mucho trabajo de conciencia social. Sin ella es difícil avanzar.
El problema es que la búsqueda de ganancia es más importante que la vida humana y la preservación de nuestra ecología. Si no cambiamos esta lógica, seguiremos lamentando tragedias.
Ayutuxtepeque, jueves, 13 de enero de 2011.
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