A un poco más de un mes de las pasadas elecciones presidenciales, todavía los ánimos como consecuencia de los resultados electorales se mantienen altos. La contundente victoria de Nayib sigue como fantasma a los partidos tradicionales que no se lo esperaban, pese a que todas las encuestas decían que Nayib tenía más del 50% de las preferencias electorales.
Esta victoria no debió de haber sorprendido a nadie, era la crónica de un resultado anunciado, pero la negativa de ver la realidad tal como es, les impidió observar lo que era evidente.
La mayoría de las casas encuestadoras no eran amigas del candidato ganador. Incluso algunas hasta se podrían catalogar como adversarios. Si bien las encuestas no predicen el futuro, ni están diseñadas con ese propósito, pues son una fotografía con algunas imperfecciones de un momento de la realidad, en este caso, eran todas las que coincidían en lo mismo, lo cual se había repetido durante los últimos meses.
Es posible comprender que los estrategas electorales, no acepten públicamente, en medio de una campaña, los resultados desfavorables de las encuestas. No pueden decirle a su electorado que van a perder. También es comprensible que no les digan la verdad a sus candidatos, pues no desean desanimarlos. Pero que, hasta los mismos dirigentes de la contienda, los expertos que están en el área de la decisión estratégica de la campaña se crean su propia mentira, no es comprensible.
Desde hace muchos años, cuando las encuestas se volvieron un mecanismo habitual para medir las preferencias electorales, no hay sorpresas en los resultados electorales, lo que si hay es sorprendidos. Por ello parece increíble lo que pasó el pasado 03 de febrero.
Incluso, los grandes financistas de la campaña de ARENA, se tragaron la historia de que habría segunda vuelta. Consideraban que su candidato no tenía muchas posibilidades de ganar, pero confiaban en que perdería en el balotaje. Algunos consideraban que después de la primera elección llegaría el momento para hablar con el candidato ganador. Se quedaron con “los colochos hechos”. Ahora resulta que el ganador no les debe nada.
Es posible que los dirigentes de los dos partidos tradicionales, que sabían que Nayib tendría una vigilancia del voto débil, pensaron que con un aparato electoral mucho mayor y más experimentado, podrían hacer las alteraciones necesarias a los resultados para provocar la segunda vuelta. Pero esto tampoco les funcionó.
Cuando se comenzaron a sacar los votos de las urnas y los resultados eran contundentes, la sólida defensa de sus votos se les derrumbó. Muchos vigilantes de los dos partidos, al ver los resultados, se quitaban los chalecos de sus partidos y se retiraban cuidadosamente sin hacer mucho ruido. Era la vergüenza de la derrota, era la forma de actuar ante lo inesperado. Muchos, incluso, mejor se unieron al júbilo de los ganadores, al final todos somos salvadoreños, decían.
Esta es una de las interesantes lecciones que nos deja la recién pasada contienda electoral. Lástima que los dos partidos tradicionales todavía no la entienden, todavía no la digieren. Mientras que las bases, aunque sea por intuición, si ven las cosas con mayor claridad.
Se ha abierto una profunda crisis en el sistema tradicional de partidos políticos, la base ya olfatea lo que viene, pero sus dirigentes aún no entienden y siguen buscando interpretaciones y explicaciones donde no las hay.
Ayutuxtepeque, miércoles 06 de marzo de 2019.
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