«…la necesidad de la negociación como necesidad histórica, (es) una necesidad surgida, precisamente (…) de su contrario principal, la guerra. Tras más de seis años de guerra, su necesidad se convierte paulatinamente en necesidad de negociación»… (I.Ellacuría)
Por Ricardo Ribera
«Negociación es traición» coreaban a inicios de los 80 los entusiastas seguidores del Mayor d’Aubuisson, fundador y líder máximo de ARENA. No obstante, en 1992, estando en el gobierno ese mismo partido – el cual tiene en su himno una estrofa que dice: «El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán» – lanzaría el eslogan: «Cristiani, Presidente de la Paz».
El hecho de que la fuerza política más rabiosamente anti-negociadora terminase firmando los acuerdos de paz, constituye una llamativa paradoja del complejo proceso de la reciente historia salvadoreña.
Por otro lado resulta igualmente curioso el que la fuerza más radicalmente anti-imperialista, el FMLN, haya modificado tan sustancialmente su apreciación sobre Estados Unidos que, una vez concluida la guerra, recurra repetidamente a su apoyo, al momento de buscar presiones internacionales para el fiel cumplimiento de los acuerdos.
Podrían citarse muchos otros ejemplos de transformación ideológica.
En su fase inicial el conflicto era percibido como un fenómeno históricamente necesario y de carácter irreconciliable, por lo que los actores principales consideraban legítimo buscar la victoria militar sobre su adversario. De ahí que las primeras formulaciones de diálogo-negociación, las primeras «ofertas», cumplieran básicamente funciones de legitimación de la propia estrategia bélica, quedando, por tanto la política de negociación subordinada a la lógica de la confrontación.
Esto reducía el papel del componente diálogo-negociación a ser parte de una política de masas y de propaganda, la cual era además concebida principalmente hacia su propia base social de militantes y simpatizantes. Por ello, lo que predominaba en los planteamientos era el carácter de reafirmación del proyecto y de las convicciones en que éste descansaba, más que un supuesto espíritu de búsqueda de una solución del conflicto por la vía negociada.
Este primer nivel pronto adquirió mayor complejidad, pues la política de negociación se veía impulsada a ser también un instrumento de la política de alianzas, tanto en el sentido de procurar aislar al adversario, atrayéndose o neutralizando a sus amigos y aliados, como en el sentido de ampliar el círculo de los amigos y aliados propios. Casi desde el principio esta dinámica se extendió a la arena internacional, pasando la política de negociación a ser un componente muy central y decisivo de la lucha diplomática o política internacional de las partes en conflicto.
La lógica de la política de alianzas, especialmente en su nivel internacional, haría que con el tiempo la política de negociación, dejase de ser una cuestión de simple conveniencia y adquiriese características de necesariedad: importantes decisiones diplomáticas, financieras e incluso logísticas, dependían, directa o indirectamente, de ella.
Se convertía entonces en un componente imprescindible de la propia estrategia, sin que ésta hubiese por ello cambiado su carácter. Es decir, la estrategia de guerra precisaba una política de negociación, el poder continuar la guerra dependía, en alguna medida de una adecuada posición respecto al tema diálogo-negociación.
Esa dinámica debía conducir al momento en que se produjera un salto: de las ofertas de diálogo, de la intención declarada de estar dispuestas al diálogo, las partes emprendían efectivamente el diálogo entre ellas. La política de negociación, de ser simplemente una política declarativa, pasaba a constituirse en una política práctica.
Surgía la inquietud sobre los resultados concretos del diálogo, pregunta que presionaba sobre ambas partes para permitirle al diálogo alguna eficacia, de modo que éste pronto se reveló capaz de proponerse y alcanzar determinados objetivos limitados: canje de prisioneros, renuncia a ciertas formas de uso de la violencia, disminución del impacto bélico sobre la población civil, etc.
Ello implicó, indudablemente, el que las partes tuvieran que hacer un esfuerzo por desarrollar sus concepciones y pensamiento global de negociación. El diálogo ya no podía ser pensado como un fin en sí mismo (un fin aparente, en el fondo no deseado), a través del cual demostrar propagandísticamente voluntad de paz, al tiempo que sirviera para mostrar la falta de voluntad de la contraparte. Ahora el diálogo real obligaba a sus protagonistas a manejarlo como un medio para conseguir determinados fines, por lo que el contenido de las propuestas debía cualificarse y precisarse mucho mas. Aunque al inicio les resultase inadvertido, las partes potenciaban, con su práctica, el medio empleado.
Esta dialéctica entre el fin y el medio alcanzaría otro momento de salto cualitativo, cuando la negociación dejase de ser una política en función de la guerra y pasase a ser la alternativa a la misma.
Con el arranque de la negociación propiamente tal, ésta se constituía en el nuevo eje estratégico, en torno al cual girarían las demás dinámicas. Ya no sería entonces el factor militar o la coyuntura política los que determinasen el avance o paralización de la dinámica negociadora, sino al revés, serían los avatares en la mesa negociadora los que determinasen la desactivación temporal o el recrudecimiento de las acciones bélicas, así como la fluidez de la dinámica política. Se daría entonces la correspondencia entre el fin y el medio. Tendencialmente, la negociación pasaría a ser percibida nuevamente como un fin en sí misma, con una serie de implicaciones en las transformaciones ideológicas de la postguerra.
Lo que actualmente centra nuestras preocupaciones es si este proceso negociador – que ha sido tomado como ejemplo e incluso como modelo internacional de solución pacífica de los conflictos – tendrá la solidez y perdurabilidad suficientes para lograr las transformaciones básicas que requiere “la paz firme y duradera” que se supone cimentada con el Acuerdo, solemnemente signado en Chapultepec el 16 de enero de 1992.
Se hace necesario, no sólo el análisis del contenido de los acuerdos y la evaluación de su grado de cumplimiento, sino también el estudio del proceso que hizo factible instalar la mesa de negociación y el que ésta resultara exitosa.
¿Cómo fue posible pasar, de una brutal guerra civil extremadamente ideologizada y polarizante, a la dinámica negociadora y al acercamiento de posiciones?
¿Qué tan real es el cambio ideológico de los actores principales y qué tan sólida su voluntad política?
¿En qué forma y según qué lógica se ha dado ese proceso de transformaciones en su pensamiento político y concepción estratégica?
¿Qué tan realista es esperar de la actual transición un pacto social o consenso nacional que fundamente la convivencia social y las estabilidad política?
Esto y más pueden leer en el capítulo:
El Salvador: La negociación del acuerdo de Paz ¿Un modelo para el mundo? de Ricardo Rivera como parte de una investigación del departamento de Filosofía de la UCA de San Salvador, titulado «Ideología y negociación en El Salvador. Análisis de un proceso dialéctico». Un trabajo sumamente documentado y científicamente analizado, libre de sesgos ideológicos, en extremo recomendable.
http://www.uca.edu.sv/revistarealidad/archivo/4e2da01f8b2eeelsalvadorlanegociacion.pdf
http://www.uca.edu.sv/revistarealidad/
2 comments for “La firma de los acuerdos de Paz ¿Ejemplo para el mundo?”