Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
By BetotroniK
Cuarenta años atrás, cuando daba mis primeros pasos en la docencia, un colega polaco que había conocido la II Guerra Mundial antes de yo nacer, me prestó un libro titulado “El Camino de la Paz”, con el cual intentaba probar la afirmación de que el primer Secretario General de la ONU, el noruego Trygve Lie, era un marxista. En sus memorias que de eso trataba el libro, Lie cuenta algunos entresijos del proceso de fundación de la ONU.
Entonces la discusión académica terminó en tablas porque si bien pude probar que el aludido no era marxista, sino socialdemócrata, mi amigo demostró una especie de conexión entre Lie y Stalin, incluso afirmó que el político noruego llegó a aquel cargo a propuesta del jerarca soviético, cosa que entonces no pude corroborar, aunque lo cierto es que, al tomar posesión, de su cargo como el primer Secretario General de la ONU, agradeció a Stalin el papel desempeñado por las tropas soviéticas en la liberación de su país.
Años después el austriaco Kurt Waldeheim, otro Secretario General, haría lo mismo porque, curiosamente, Austria y Noruega fueron países liberados y no ocupados por las tropas soviéticas. Entonces Harry Truman, y Clement Attlee, sustitutos de Roosevelt y Churchill, respectivamente no objetaron a Trygve Lie, entre otras cosas porque no era marxista.
Años después até cabos cuando en una biografía de Trotski me enteré que durante el exilio de este en Noruega, Lie que era ministro de justicia, al parecer, más por temor que por simpatías a Stalin, hostigó a Trotski que había sido privado de la ciudadanía y expulsado de la Unión Soviética, prohibiéndole residir en Oslo y enclaustrándolo en un aislado fiordo que hizo al perseguido añorar la no menos remota isla de Prinkipo a donde lo había confinado Kemal Atarturk.
La verdadera cronología de la fundación de la ONU comenzó en 1918 cuando el presidente norteamericano Woodrow Wilson, aconsejado por una de las eminencias de la diplomacia del siglo XX, Hans J. Morgenthau, expuso sus ideas acerca de la sociedad y la convivencia política mundial y la seguridad internacional en 14 Puntos, que luego sirvieron de base a los tratados de Versalles y a los estatutos de la Sociedad de Naciones.
La Sociedad de Naciones fue resultado de una necesidad histórica trágicamente revelada por la Primera Guerra Mundial, la primera librada con tecnología mecánica altamente letal (ametralladoras, granadas, tanques, submarinos, aviones, gases tóxicos) hecho que explica que hubiera en ella más de 20 millones de bajas, de ellos casi 9 millones de muertos y 8 millones entre desaparecidos y prisioneros.
Los propios protagonistas de la guerra quedaron espantados ante su capacidad para destruir y matar, favoreciendo la convicción de que por su bien (entonces no se pensaba en la supervivencia de la especie) las potencias debían impedir otra carnicería facilitando las cosas a Woodrow Wilson, que se fue a Europa donde con el británico Lloyd George, el francés George Clemenceau, el italiano Giorgio Sonnino y otros, redactaron el Tratado de Versalles y las bases para la Sociedad de Naciones que disfrutó de consenso en Europa, pero no en los Estados Unidos.
Lo verdaderamente trascendente de la administración de Woodrow Wilson fue que, como en 1898 lo había hecho el presidente William McKinley, contraviniendo el legado de George Washington, se fue a la guerra contra España por Cuba. Para la mentalidad norteamericana de entonces, la Primera Guerra Mundial no era suya y en la cual murieron casi 130 000 militares estadounidenses, cosa que dejó anonadado al país y motivó que el Senado, para castigar a Wilson, no aprobara el Tratado de Versalles y vetara el ingreso de Estados Unidos en la Sociedad de Naciones.
A diferencia de la creencia de que la Sociedad de Naciones fracasó por no haber podido impedir la Segunda Guerra Mundial, algunos historiadores sostienen que aquella conflagración mundial no se pudo evitar, entre otras cosas porque, además del error de excluir a Alemania (que había aceptado los 14 puntos de Wilson), Estados Unidos no formaba parte de la organización, a lo cual se sumó la expulsión de la Unión Soviética en 1939.
Tales factores, incluyendo las leyes de Neutralidad que maniataban a Roosevelt; dejaron la confrontación política con el fascismo europeo en las vacilantes manos del primer ministro británico Neville Chamberlain y del francés Eduard Daladier, ponentes de la “política de apaciguamiento” a cuyo amparo Mussolini conquistó Etiopia y Hitler se anexó a Austria y Checoslovaquia.
Debo confesar que quedé literalmente abrumado cuando el colega polaco me prestó un ejemplar de la Revista de La Habana fundada y dirigida por don Cosme de la Torriente, de julio de 1945 y me indicó algunos párrafos del discurso del presidente norteamericano Harry Truman cuando, el 26 de junio de 1945, durante la clausura de la Conferencia de San Francisco donde se redactó y aprobó la Carta de la ONU, afirmó:
“Si hubiéramos tenido esta Carta hace unos cuantos años y la voluntad de usarla, —enfatizó el presidente— millones de los que ahora están muertos vivirían aun. Si flaqueamos en el futuro en nuestra voluntad de usarla, millones de los que ahora viven morirán…”
Seis días después, el 2 de julio, al comparecer ante el Senado de los Estado Unidos para pedir la aprobación del documento; temiendo que le ocurriera lo que a Wilson, Harry Truman fue categórico: “Estoy ante vosotros para pediros la ratificación de la Carta…El Senado no tiene que escoger entre esta Carta y otra cosa, sino entre la Carta y ninguna otra…”
Antes de este dramático momento, la fundación de la ONU paso por otros momentos que luego les cuento. Allá nos vemos.