La apertura del capital a los asalariados y a otros agentes sociales
En otro sentido es pues, evidente que es necesario asumir la idea de una apropiación social. Ella implica de entrada apertura del capital a los asalariados de la empresa, y esto hasta niveles elevados dándoles la posibilidad de intervenir en todas las decisiones de gestión. Apertura también a otros agentes sociales efectivos de las actividades concernidas – asociaciones de usuarios, colectividades locales, empresas de servicios concernidas, sin excluir lo privado, mientras haya mercado capitalista- y esto será durante un largo periodo- , es también en el interior de una mezcolanza conflictiva que los imperativos de orden público deberán tender a prevalecer sobre las exigencias del beneficio privado. Pero pongámonos en la perspectiva general de una socialización de este tipo: está claro que de muchas maneras, el Estado estará presente y a título tendencialmente preponderante, aunque sea por participación directa, legitimada sobretodo por la dimensión nacional de las apuestas, o por la de los inversores institucionales, por la de empresas de servicios públicos o de colectividades territoriales. La cuestión del contenido de la intervención estatal en la esfera que nos ocupa aquí, es ineludible. ¿ Cómo no ver desde ahora que si el Estado continua siendo lo que es masivamente hoy, una formidable máquina de confiscación de todo poder real a través de la delegación generalizada, de la centralidad burocrática, de la verticalidad administrativa, de la autonomía alienada a escala nacional y actualmente supranacional, ninguna socialización es posible más allá de las puramente formales? Así de cualquier manera que se considere las cosas, ir hacia una apropiación efectivamente social del aparato productivo exige nada más y nada menos que desestatizar el Estado mismo en beneficio de los ciudadanos puestos en posesión de un poder político de nuevo tipo. Constatemos por segunda vez: se ha creído ir al fondo de las cosas queriendo cambiar el modo de propiedad de los medios de producción, pero un cambio de este estilo no se puede transformar en real si no es a través de transformaciones de otros órdenes y, bien mirado, de muy otro alcance.
Medios de producción y fines de las actividades sociales
Tercer aspecto del problema: propiedad social de los medios de producción. De aquí data claramente la concepción socialista discutida aquí. Del tiempo de Marx, y puede que a mediados de nuestro siglo, la base de toda vida social podía en efecto pasar por resumirse en la esfera de la producción y de sus medios objetivos. Hoy y por bastante tiempo, a diferencia de lo que anunciaba una ideología débil, nosotros aún no vivimos el desvanecimiento de la producción material dentro de la circulación de la inmaterial: uno no podrá nunca ir sin el otro. Pero lo que es notorio, y crucial para nuestro asunto, es que el desarrollo acelerado de las tecnologías y de la productividad real hace predominar las actividades de servicios sobre la producción de bienes, es decir el conjunto de prestaciones concernientes a las relaciones de los hombres no con las cosas sino con ellos mismos. He aquí algo que introduce modificaciones en la cuestión que nos ocupa y notablemente una. Si la puesta en cuestión socialista del capitalismo se centraba sobre la propiedad de los medios de producción, es porque antes que nada se tenía como tarea acabar con la explotación de clase, de la cual esa propiedad aprecia como la condición más inmediata. Sin embargo, el efecto producido por el creciente control del capital sobre la dirección de las actividades de servicio, especialmente las no mercantiles, consiste menos en que el extiende su explotación a nuevas categorías de asalariados, si no más bien en que él altera para todos, de forma tendencialmente radical, las propias finalidades de los servicios, abatidas bajo la ley del beneficio máximo –alienación fundamental que se vuelve posible bastante menos por la propiedad de los dispositivos materiales, muchas veces inexistentes, como por la imposición de lógicas financieras que, como el gusano en la fruta, vacían literalmente de su sentido las actividades que penetran- competiciones deportivas o políticas de salud, estrategias de investigación científica o de cobertura mediática. Lo que salta a los ojos, es sobretodo el carácter ampliamente inoperante del tema de una apropiación social de los medios de producción. Pero más ampliamente, es el hecho de que al focalizarse sobre la cuestión de los medios de producción, tenida por la clave de la explotación de clase, el antiguo pensamiento socialista está abocado a no prestar atención suficiente a aquello que ya era ayer y que constituye hoy aún más una dimensión decisiva de toda transformación social profunda: la de los fines de las grandes actividades sociales de servicio, de su cancerosa alienación presente por los criterios del capital, de su indispensable reapropiación por los ciudadanos asociados. Se trata aquí de más que una clase: está en juego el contenido humano de nuestra civilización de mañana, si este mañana debe ser aún humanamente vivible. Uno de los aspectos más imperdonables de la quiebra de los socialismos de este siglo ¿ no ha sido haber estafado la confianza en estas desalienaciones esenciales de las cuales él debería haber sido sinónimo? A la esperanza, no absurda de un mundo incomparablemente más humano no ha dado más respuesta, fin de cuentas , que el estalinismo en el Este y el molletismo al Oeste. Ahora bien, y habrá que reflexionarlo, esta bancarrota antropológica ¿ no estaba, hasta cierto punto inscrita ya en la creencia, poco marxista sin embargo, de que se podría salir de la prehistoria resolviendo únicamente la cuestión de los medios – aunque fueran ellos tan considerables como los de la producción moderna? He aquí lo que el irresistible aumento de los servicios, es decir de la “producción de los hombres”, nos impone comprender: al mismo tiempo que desmonopolizar la gestión y desestatizar el Estado, es necesario organizar grandes procesos de deliberación ciudadana sobre las finalidades humanas de las grandes actividades sociales y conferirles una dimensión de regulación pública bajo formas que hay que inventar. De donde se pueden esperar, además, efectos potencialmente mayores no sólo sobre el derecho y la política, sino sobre la propia producción material – se empieza a apreciar esto en la ecología y a entrever en la bioética. Para quien sospecharía aquí de una concesión al idealismo histórico, yo respondería parafraseando a Marx: los valores también devienen fuerzas materiales cuando ellas se apoderan masivamente de las personas. Para aquellos que quieren repensar la superación del capitalismo en términos plausibles actualmente, me parece que en estas tres series de planteamientos encontrarán motivos de reflexión. A pesar de que están lejos de agotar la cuestión. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la propia cuestión está lejos de ser una formulación exhaustiva de su propio problema- y ésta es una de sus más evidentes debilidades. Querer cambiar el tipo de propiedad de los medios de producción, es proponerse transformar el modo de producción entero. Y cómo transformarlo completamente focalizándose únicamente sobre la propiedad de los medios de producción, cuando una transmutación tan global pone en primer lugar tantas otras cuestiones, como la de la división del trabajo, a la hora en que la plena utilización de las posibilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías exigiría su recomposición radical; la del tiempo de trabajo, cuando los fantásticos progresos de la productividad real permiten y piden algo más que su reducción masiva: su redefinición cualitativa dentro de otras dialécticas con el tiempo libre; la del mercado de trabajo y por tanto de la asalarización, entrada hoy en una muy clara crisis histórica en su principio capitalista, que es tratar como pura mercancía la fuerza humana de trabajo, de saber, de iniciativa, cuando el desarrollo múltiple de todos los individuos es más el primer medio de otro mundo que un fin en sí de la historia; tambien la desimbricación del mercado con el capitalismo, para desplegar, en el marco de las regulaciones mercantiles, muchas iniciativas contrarestadas por la carrera por el beneficio, tales como la generalización del reparto de los costes, la búsqueda de cooperaciones no predadoras tanto a escala nacional como internacional, la inclusión sistemática en las evaluciones internas de las externalidades sociales y de las misiones públicas y, en este mismo sentido, la multiplicación creativa de sectores no mercantiles donde puedan experimentarse nuevas lógicas de desarrollo humanamente eficaces. Cuando se mide la amplitud de tales problemas, se percibe mejor aún hasta qué punto la cuestión ritual de la propiedad de los medios de producción no es caduca, lo repito, sino estéril si se persiste en ponerla a parte de tantas otras de las que depende la posibilidad de avanzar hacia una autentica apropiación social de sus condiciones y contenidos de existencia por parte de los actores humanos. En resumen. Si hoy se quiere pensar de nuevo una alternativa al capitalismo que se inscriba bajo el signo del socialismo, ante todo se debe volver sobre la cuestión de la apropiación llamada social de los medios de producción y de cambio. Ciertamente la vulgata marxista no ha sido nunca tan basta como para imaginarse que un proceso histórico gigantesco como la superación del capitalismo pudiese reducirse a una transferencia de propiedad – yo he pagado mi cotización al “socialismo científico” durante mucho tiempo como para ignorarlo. Pero yo sé también desde dentro que la abolición de la propiedad privada de los medios de producción era tenida en la cultura comunista tradicional, y sin duda en algunas otras, por incontestable sésamo de la sociedad sin clases invariablemente llamada socialismo. Precisamente por esto, por ejemplo, el programa común de los años setenta fue concebido enteramente en torno a un conjunto de nacionalizaciones. Ahora bien, por las razones conocidas que he expuesto – y yo no veo que nadie les haya objetado nada importante hasta ahora – , no corremos ningún riesgo de equivocarnos afirmando que la socialización de los medios de producción, lejos de operar por ella misma la superación del modo de capitalista, no se transforma en un factor favorable a esa superación si no es en conexión orgánica con muchas otras transformaciones no sólo fundamentales, sino incluso más importantes.
En el Este, fue el socialismo en su versión consagrada quien murió
De pronto, a menos que cambiemos completamente el sentido recibido del término, la pertinencia del socialismo en tanto que sucesor potencial del capitalismo se vuelve problemática. Yo no creo que se pueda contestar: una verdadera superación del capitalismo exige por lo menos- la lista no es exhaustiva- la desmonopolización de la gestión, la desestatización del Estado, la reapropiación ciudadana de los fines de la actividad social, la superación de las regulaciones capitalistas de la división del trabajo, del sistema salarial, del mercado mismo. Ahora bien, que es todo esto, sino una serie de elementos característicos de la aspiración comunista tal como Marx la pensó constantemente, desde los manuscritos de 1844 a la Crítica del programa de Gotha en 1875? La socialización de los medios de producción está evidentemente dentro de esta aspiración comunista, como la recuerda fuertemente Roger Martelli[1] en un reciente número del semanario Futurs ( nº 148, 19/9/97), pero, tomada a parte, separada de los otros constituyentes esenciales de esta aspiración, ella le gira siempre la espalda para dirigirse hacia el estatismo y, desde allí, a la invención de variantes de las alienaciones capitalistas. El error de los errores a mis ojos es pues ésta tesis canonizada en el movimiento obrero revolucionario desde el último fin de siglo según la cual el socialismo, es decir, de hecho la apropiación estatal de los medios de producción, sería la “fase inferior” del comunismo, reapropiación general por los hombres de sus potencias sociales devenidas extrañas, dicho de otra manera su antecámara mientras que en realidad se trata de su antítesis. Reconstruir una perspectiva comunista al mismo nivel de exigencia que fue el de Marx en su tiempo en función directa de todo lo que caracteriza el nuestro, he aquí para mí el verdadero “proyecto alternativo” que necesitamos.
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