En 1980 yo estaba por terminar mi bachillerato y los deseos de todos compañeros de promoción era que queríamos graduarnos con el uniforme y gabacha de taller que nos había acompañado desde 1er. año, sobre todo porque seríamos la última promoción que usaría el viejo uniforme colegial (había sido cambiado un año despues de entrar a bachillerato y logramos convencer al director de seguir usándolo por cuestiones económicas, era último año y comprar uniforme solo para un año..pues…), sin embargo nuestras orgullosas madres se opusieron rotúndamente y en solemne y general reunión de padres de familia decidieron que nos graduaríamos con saco y corbata.
Las clases recién terminaban y el 28 de octubre de 1980, me dirigí con mi madre a tomar el autobús de la ruta 1 que entonces tenía su punto donde actualmente está una panadería «El Rosario» frente a la despensa de Don Juan de Ayutuxtepeque que para ese entonces, el supermercado no existía, sino que era un predio baldío que, según decían, pertenecía a CAESS; eran com las diez y pico de la mañana cuando abordamos el autobús de la ruta 1, que de Ayutuxtepeque se dirige al centro de San Salvador.
Nos dirigíamos al centro para buscar el saco con que me iba a graduar en pocos días y el autobus llegó a la parada del «Tercer Ciclo», sobre la Calle a San Antonio Abad, cerca de la pasarela del Instituto nacional (Hoy Instituto Francisco Morazán), no había nada extraño en el ambiente y yo iba pegado a la ventana platicando con ella cuando el autobus cruzó por el semáforo de la calle donde comienza el Boulevard de Los Héroes, ahí por Medicina y pasó por el Hospital Bloom esperando cruzar a la izquierda en la 29 Calle Poniente, (antes se podía hacer ese cruce), cuando vi un auto algo viejo, tipo camioneta que se detuvo a la salida del autobanco salvadoreño y del cual se bajaron dos tipos con unas grandes metralletas y de inmediato comenzaron a rociar un carro que salía del autobanco.
La imagen me dejó hipnotizado y aunque todas las personas que iban en el autobus paradas se tiraron al suelo y las que iban sentadas al lado de la balacera, también se tiraron al suelo, yo me quedé viendo la terrible escena, y no pude distinguir nada a detalle, sino que todo como una confusa secuencia de película. la humazón de las metralletas, los cheros corriendo de regreso al carro y subiéndose a él y….ya no pude ver nada pues mi madre me haló con fuerza del pelo (que lo usaba bastante largo, de acuerdo a la moda de la época) y me acostó encima de ella, mientras bajaba a todos los santos y las vírgenes del cielo.
El conductor del autobus aceleró la marcha y se detuvo creo que hasta el teatro de cámara bajando a toda la gente nerviosísima, (la guerra aún no había iniciado y aunque las balaceras eran algo frecuente no lo eran con la frecuencia con que posteriormente las vivimos).
No recuerdo ni las caras de los asesinos, ni el color del auto ni mucho menos las placas, apenas tenía 18 años y era mi primer encuentro con la violencia criminal lo que me dejó terriblemente impactado en ese momento.
A estas alturas tampoco me acuerdo si al final siempre fuimos a ver los sacos o si nos regresamos a la casa conmocionados por la impresión de ver un asesinato en vivo, como les dije, este fué mi primer encuentro cercano con la muerte, con la violencia extrema, con la locura que nos llevaría a la guerra, al genocidio y a la polarización que aún nos castiga. Porque mi experiencia durante el entierro de Monseñor fué impactante pero sentí que estuve menos en peligro que en ese momento que pude ver en primera fila la locura conque los asesinos dispararon contra el vehículo.
Fué hasta mas tarde que supimos que la persona que habían asesinado era Felix Antonio Ulloa, nacido en Chinameca, departamento de San Miguel, en condiciones de pobreza pero que superándolas a fuerza de sacrificio y voluntad logró graduarse de profesor de primaria y luego como Normalista, posteriormente sacó su bachillerato e ingresó a la universidad trabajando como maestro graduandose de Ingeniero Industrial y alcanzando una maestría en el Georgia Tech de Atlanta.
Trabajó en la empresa privada, fundó su propio centro de estudios y formó parte del decanato de ingenieria de la Universidad de El salvador en donde fué electo como rector en 1979, logrando que la Universidad mantuviera autonomía y libertad de pensamiento que terminó con la ocupación del ejército en junio de 1980 (otra historia que viví de cerca) que buscaba su cierre definitivo pero que con ferrea voluntad, mantuvo en funcionamiento con la consigna «La Universidad de El Salvador se niega a morir» en diversos edificios alquilados mientras el campus era ocupado y saqueado por el ejército salvadoreño.
Por su incansable labor en la lucha por defender el centro máximo de estudios de El Salvador obtuvo el premio Alternativo de la paz en Alemania y precisamente cuando se dirigía a recibirlo fué ametrallado de la forma que relato arriba.
En estado crítico lo llevaron al Hospital privado Policlínica (hoy Hospital Pro-Familia por el Externado de San Jose) y no fué atendido de inmediato ya que no había nadie que depositara la cantidad de dinero que exigía la administración de dicho hospital.
Su hijo Felix Ulloa relata parte de los acontecimientos en CoLatino:
http://www.diariocolatino.com/es/20030508/opiniones/opiniones_20030508_257/?tpl=69
«Ese 28 de Octubre, igual que todos los días, salí hacia a mi oficina, pero al llegar al Hospital Bloom, no seguí sobre el Boulevard de los Héroes como de costumbre, sino que me desvié hacia la 29 calle Poniente, con rumbo a la casa de mi papá, en la colonia Layco. Mi hermano Mauricio salía para Costa Rica a continuar sus estudios de medicina, yo le llevaba una chamarra de cuero que le gustaba mucho y unos cuantos dólares para el viaje. Me despedí de él como a las ocho y veinte. Mi papá se acercó a la ventana de mi carro y casi susurrando me dijo: Cuida a mi mamá. Extraña recomendación, pues mi abuela vivía conmigo desde hacía varios años, y gozaba de perfecta salud.
Como a las once de la mañana varios colegas me andaban buscando para comunicarme la infausta noticia de que mi padre acababa de ser ametrallado frente a la sucursal del Banco Salvadoreño que está casi enfrente de la Universidad. Yo estaba a unos doscientos metros de la Policlínica Salvadoreña, y junto a unos ingenieros practicaba una inspección en el lugar donde se construiría la bóveda del ISSS. Tuve que ir a la oficina, perder como veinte minutos, hasta regresar luego a la Policlínica Salvadoreña, a donde lo habían llevado el cuerpo de socorro, y donde pasó desangrándose en una camilla, más de media hora porque no había nadie que se hiciera cargo de los gastos de su atención médica, o depositara una suma de dinero que exigía la Administración para poder atenderlo.
Cuando volvió en sí como a las tres de la tarde, no podía hablar. Tenía destrozado el maxilar inferior por una bala, y otra herida en el pie izquierdo.
Pidió papel y lápiz y preguntó por el motorista. No podíamos decirle la verdad, el señor había sido destrozado; con la saña propia de estos sicópatas le habían desfigurado el rostro creyendo que se trataba de mi padre, pues él no acostumbraba andar con motorista ni con guardias de seguridad; era una de sus terquedades, siempre decía, el día que me toque quiero irme solo, no deseo que por mi culpa vayan a morir otras personas. (3)»
Que me digan que los escuadrones de la muerte eran un invento de los izquierdistas me daría risa si no fuera porque ese invento imaginario arrebató las vidas de cientos y miles de hombres y mujeres de tanto valor como Felix Ulloa, que viven en la memoria popular y cuyo recuerdo no lo podrán matar nunca.
Hoy se cumplen 29 años de esa trágica muerte y mi post se suma a los que aumentan el caudal de la memória histórica de nuestro sufrido pero valiente pueblo salvadoreño.
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