Lo que se avecina. 1- Calentamiento Global

Cinco ganadores del Premio
Nóbel explican cuál creen que
será el problema más grande para
la economía mundial del futuro


Calentamiento global
Una segunda verdad incómoda


George A. Akerlof fue galardonado con el Premio Nóbel de Economía en 2001. Es experto invitado del Departamento de Estudios del FMI, profesor emérito de Economía en la Universidad de California, Berkeley; su obra más reciente, junto con  Rachel Kranton, es Identity Economics: How Our Identities Shape Our Work, Wages, and Well-Being.


LA GENTE piensa en términos narrativos. Pero si la narración no refleja la realidad, uno se mete en líos. Benjamin Lee Whorf, un ingeniero estadounidense especialista en prevención de incendios, era aficionado a la lingüística y la antropología.
En los años veinte, observó que los incendios eran frecuentes en las gasolineras y, aplicando principios lingüísticos, descubrió que los trabajadores que manejaban los barriles utilizados entonces para transportar gasolina encendían cigarrillos cerca de los barriles que “sabían” que estaban “vacíos”.
Una maniobra lingüística parecida le está creando muchos problemas al mundo de hoy. Cada tantos años, los dirigentes mundiales se reúnen en grandes cónclaves: Río de Janeiro, Kioto, Johannesburgo, Copenhague. Los pronunciamientos son solemnes, pero la acción contra el calentamiento global inevitablemente se posterga.
El lenguaje del calentamiento global no motiva ni a los particulares ni a los gobiernos a actuar ya mismo.
Una narración simple es convincente y veraz: la atmósfera es como una manta que protege el planeta. Esa manta permite que la energía solar penetre y caliente la Tierra, y que luego ese calor se pierda con más lentitud.
Colectivamente, los seres humanos tenemos un bebé: la Tierra. Año tras año, inexorablemente, la manta con que la atmósfera envuelve nuestro bebé se vuelve más y más y más pesada. Un simple viaje de 160 km ida y vuelta, que consume 18 litros de gasolina, añade 45 kg de dióxido de carbono a la atmósfera. Con esas actividades inocentes, la familia estadounidense promedio, por ejemplo, le agrega 816 kg por semana a la manta que protege la Tierra. Sumemos todas las familias del mundo entero y agreguemos una pizca de conocimiento científico a nuestra comprensión intuitiva de los bebés y las mantas, y es fácil ver que, con toda probabilidad, el mundo se está volviendo más y más y más caliente.
En esas circunstancias, cualquier padre se abalanzaría a rescatar a su bebé. Pero el relato que usamos para explicar el  alentamiento global es demasiado frío y demasiado tímido. Leemos las proclamaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Deferimos a las conclusiones de los “científicos”, que se han expresado con una voz prácticamente unánime y a menudo con gran vehemencia e intensidad, pero el desapasionamiento profesional de la ciencia sofoca el mensaje.
Recuerdo una cena de hace unos 20 años en la que me sentaron al lado de un famoso astrónomo. No sabiendo de qué conversar con un astrónomo, saqué el tema del cambio climático y me respondió: “Aún no tenemos confirmación del calentamiento global causado por el cambio climático antropogénico”.
En términos científicos, tenía razón en no hablar con certeza absoluta. Pero para los efectos de la política pública, dado que es muy probable que el calentamiento global sea causado por la humanidad, esa prudencia es insensata. Un padre no le toma la temperatura al bebé para saber si el cuarto está demasiado caliente; del mismo modo, necesitamos una narrativa sobre el calentamiento global que nos impulse a hacer lo necesario.
Y la necesitamos no solo para nosotros, sino también para infundir a nuestros gobiernos la legitimidad y la voluntad de actuar.
La dinámica económica del calentamiento global no podría estar más clara: la mejor manera de combatirlo — aunque a un costo considerable— es fijar un impuesto uniforme sobre lasemisiones de dióxido de carbono, y subirlo hasta que las emisiones caigan a niveles aconsejables. Una política óptima también implicaría subsidiar la investigación y el desarrollo dedicados a la reducción de las emisiones.
Pero el calentamiento global es un problema mundial, y las emisiones se producen en todos lados, así que los impuestos y los subsidios deben ser mundiales. Todos los países deben sentirse obligados a participar.
Necesitamos una alianza mundial con la participación de todos.
Debemos convencernos de que hay que luchar, y luchar hasta el cansancio. ¿Por qué? Porque la Tierra es nuestro hermoso bebé.
Hay dos verdades incómodas. La primera es el calentamiento global en sí. La segunda es que la narración que escuchamos todavía no nos lleva a combatirlo.

 

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