La cuestión del comunismo (III)

Si Marx produjo un concepto sustancial del comunismo cuyo contenido está pues lejos de haber caducado enteramente, nada puede sin embargo eximirnos de reelaborarlo de nueva cuenta y, para ello, volver a partir de su concepto puramente formal: el de la superación hasta el fin de los antagonismos del modo de producción capitalista y, todavía con mayor amplitud, de todas las alienaciones históricas de las sociedades de clases. ¿Y cuáles son, en las sociedades y el mundo de hoy, los supuestos objetivos de esa superación? He ahí la vasta cantera de investigación que se nos presenta si queremos reconstruir un concepto sustancial del comunismo para el siglo XXI. En ese trabajo analítico y prospectivo sobre lo real, la obra de Marx puede con todo servirnos aún de apoyo, en la medida en que nos preguntemos: ¿qué supuestos subestimó, interpretó erróneamente o, sobre todo, desconoció, aunque, más no fuera por la simple razón de que todavía no se dibujaban claramente en su época? Aquí también debo limitarme a algunos ejemplos. Para Marx, el supuesto de los supuestos del comunismo era lo que llama el «desarrollo universal de las fuerzas productivas». Digamos, para abreviar, que tiene esencialmente en vista el papel de la ciencia (esta forma universal de los poderes de los hombres sobre las cosas y sobre ellos mismos) para arrancar a las fuerzas objetivas y subjetivas de la producción de su estrecha privatización. Este desarrollo universal no es solamente, a sus ojos, determinante en cuanto crea las condiciones materiales del «a cada uno según sus necesidades» -consigna pre marxista que, por otra parte, nunca significó para Marx la vía libre a los apetitos individualistas, sino la libre satisfacción de las necesidades socialmente cultivadas de todos-. Al mismo tiempo, este «desarrollo universal» anula la premisa más profunda de la división en clases -esta división, escribe Engels en el Anti-Düring» se basaba en la insuficiencia de la producción: será barrida por el pleno desarrollo de las fuerzas productivas modernas». Y en el corazón de este «pleno desarrollo» figura el de los individuos mismos- «la sociedad comunista, se lee en La Ideología Alemana, es la única en que el desarrollo original y libre de los individuos no es una frase hueca…».

Pero lo que ni Marx ni Engels habían visto, y que hemos aprendido rudamente en este último medio siglo, es que este desarrollo universal tropieza, más allá de ciertos límites, con umbrales de viabilidad económicos, ecológicos y antropológicos. Esta dialéctica de la cantidad y la calidad, en la que ellos ni soñaron, da nacimiento a un nuevo conjunto de interrogantes prospectivos fundamentales. Ella nos obliga a cuestionar nuevamente, a mi juicio, de ningún modo la perspectiva de una hominización cada vez más avanzada mediante la superación hasta el fin de las grandes alineaciones históricas, sino ese concepto de desarrollo humano que varios siglos de crecimiento capitalista profundamente deshumanizador nos han hecho aceptar, en actitud poco crítica, como natural.

Este es el punto de necesaria convergencia entre una reflexión marxista renovada y la advertencia ecologista, al menos si se la concibe a su máximo nivel. Para decirlo rápidamente, no pienso en absoluto que este legítimo llamado sea capaz de poner en tela de juicio la herencia marxista, invalidando la problemática de clase; desde varios puntos de vista, muchos problemas ecológicos actuales son en sí mismos problemas del capitalismo. Pero tampoco creo que, inversamente, el pensamiento marxista tenga la capacidad de absorber la problemática de los umbrales de viabilidad, tomada en toda su profundidad, en un análisis de clase. Porque -y, a mis ojos, es la novedad esencial de los problemas de umbral-, en la exigencia de un desarrollo durablemente sostenido afloran ya preocupaciones y responsabilidades del género humano en su totalidad que sólo una sociedad sin clases podrá convertir en una realidad plenamente efectiva. Estas cuestiones son típicamente las de una humanidad comunista, aunque tropecemos con ellas en el capitalismo; nuevo y elocuente índice del momento histórico que estamos abordando.

Para aquellos que adhieren al marxismo en su letra más que en su espíritu, a quienes rechina totalmente la idea de que pueda ser actual una problemática post-clases, quisiera hacer notar que, quizás más que en el problema ecológico, esto rompe los ojos en el campo bioético. En este momento, en que la llamada revolución biomédica comienza a trastrocar las bases mismas de la condición humana -desde la condición genética al destino sanitario, desde el parentesco biológico a la actividad neuronal-, ya está planteada a cada una y cada uno de nosotros, como ser humano sin más, esta pregunta insólita: ¿qué humanidad queremos ser? Y alcanza con afrontar en el alma y la conciencia un problema bioético trascendente -por ejemplo: ¿hay que comprometerse con la vía de la terapia genética germinal, que modificaría en alguna medida la especie en toda su descendencia? -para percibir que el análisis político clasista tradicional es en este punto completamente impotente para sugerirnos una respuesta. Estamos ante uno de esos interrogantes antropológicos que serán el pan cotidiano de la sociedad comunista, ante los cuales numerosos problemas políticos actuales aparecen como tremendamente mezquinos y, en ese aspecto, todos los pensamientos, incluso los marxistas, están llamados a superarse sin suprimirse. Lo que nada quita al hecho de que hoy la revolución biomédica, cuya apuesta es inmensa, está dramáticamente piloteada, en medida creciente, por negocios de mucho dinero y por cotizaciones de la Bolsa, es decir por objetivos de clase.

Y, a mi modo de ver, el grave error de cierta ecología política es de no advertir suficientemente que estos gigantescos problemas de post-clases que no admiten postergación para mañana, no podrán ser tratados a plenitud más que cuando se haya terminado con la sociedad de clase.

Lo cual me conduce a un segundo ejemplo, igualmente central y problemático de un tema marxiano que las realidades de hoy nos obligan, salvo error, a repensar de manera no clásica: tengo en vista la pertinencia actual del propio análisis en términos de clase, que es el objeto notorio de uno de los principales conflictos entre evaluaciones diversas de la herencia de Marx. Ahora bien, para ir directamente a lo que me parece merecer tanto debate como los problemas de la clase obrera, propondría esta hipótesis: a medida que el capital penetra más en campos de actividad como la salud, la formación, la información, la investigación, la cultura, el tiempo libre, ¿acaso no engendra, mucho más allá de la explotación del trabajo, formas inéditas de alienación profundísima de la vida social y personal cuyo carácter de clase no transforma, sin embargo, a las víctimas en clases? Porque lo que aquí se encuentra afectado es mucho menos su status en el sistema de las relaciones de producción y de repartición que su relación con las finalidades y regulaciones antropológicamente esenciales y el destino mismo de tales actividades. Por ahí son agredidos, no solamente en tanto asalariados explotados, sino mucho más profundamente en tanto actores desarraigados de su propia actividad humanizante, y de ese modo alienados en el centro de su persona. Althusser sostenía la aparente paradoja de una primacía de la lucha de clases sobre las clases. De mi parte, adelanto la idea de que la lógica de clase es una realidad mucho más vasta que la existencia de las clases: de hecho ha sido siempre así, pero hoy esta dimensión, en más de un terreno, tiende a volverse dominante.

Todo ello se acentúa desde que una serie de procesos, muy bien estudiados por sociólogos marxistas o no, contribuyen a esfumar los límites de la clase obrera, a socavar su identidad, a relativizar su papel específico. De tal modo que la fórmula de Marx, también profética, que veía en ella «la disolución de todas las clases» está en vías de tomar para los obreros de hoy el más concreto de los significados: antes tipo acabado de clase social en el sentido marxiano, la clase obrera pierde progresivamente ese status histórico. En una inversión espectacular ¿no es la clase capitalista la que constituye de ahora en adelante la clase-para-sí por excelencia, mientras que, frente a ella y a las capas, clientelas y maffias que gravitan en su órbita, se opera cada vez más, por la vía de la generalización del salariado, la disolución de todas las otras clases? De donde una asimetría absolutamente inédita en la dialéctica de las sociedades muy desarrolladas, con prolongaciones mundiales: en un polo, una clase capitalista que pretende encarnar el interés general en su feroz particularidad; del otro, el desmigajamiento de vastas fuerzas sociales mutantes en los dolores de parto de una universalidad humana efectiva, pero donde este implacable trabajo de lo negativo crea los presupuestos de convergencias originales de valores y de iniciativas objetivamente anticapitalistas.

Entonces, si bien la lucha de clases en el sentido tradicional no ha agotado, ciertamente su papel nacional e internacional -a condición de que sea capaz de rejuvenecerse profundamente- ¿no se ve emerger las condiciones para luchas nuevas o renovadas que opongan los objetivos concretos de un universalismo civilizado al particularismo cínico del capital? ¿No es, por ejemplo, lo que atestigua la capacidad movilizadora creciente de valores como la dignidad y la solidaridad, que dicen a quien quiera oírlo que lo nos hace desde ya avanzar en dirección a una sociedad sin clases está camino de convertirse, justamente desde un punto de vista de clase, en un gran asunto?.

Si todo no es falso en tal análisis, puede conducir a reconsideraciones prospectivas y estratégicas de primer orden. Las fuerzas potencialmente motrices de una superación real del capitalismo no pueden ya de ningún modo quedar encerradas en una mera definición de clase a la antigua: desde muchos puntos de vista la desbordan. El retraso en tomar clara conciencia de ello se paga con una muy lamentable carencia de intervención de las organizaciones anticapitalistas, por ejemplo, en las graves crisis de contenido que se esbozan o se agudizan en el campo de la investigación científica o del sistema de salud, de la escuela o del deporte, de la creación artística o de las redes de información.

Lo que confiere al capitalismo su reputación de ser imposible de superar, ¿no se debe acaso en gran medida a una pusilanimidad teórica y práctica para concebir y construir los movimientos sociales, culturales y políticos nuevos, capaces de empeñarse en su superación, movimientos cuyos supuestos están ya dados o por lo menos en vías de surgir? La responsabilidad es pues considerable para todos los que nos proponemos renovar la cultura desarrollada por Marx. ¿No es tiempo de decir que se ha vuelto completamente obsoleta la problemática del socialismo entendido como relevo de la burguesía por la clase obrera en tanto que clase dirigente?. Cada vez más claramente ingresa al orden del día una problemática directamente comunista, en que el objetivo es iniciar desde ya el relevo, muy conflictual pero progresivo, de las gestiones capitalistas por regulaciones del interés común -en el límite: común a todo el género humano. A quien viera en ello la extravagante utopía de la consigna: el comunismo ya, se le podría preguntar si nunca reflexionó sobre el consejo dado por Marx, hace ciento treinta años, a los trabajadores de Europa: en lugar de «la consigna conservadora: un salario justo para una jornada de trabajo justa» inscribid en vuestras banderas «la consigna revolucionaria: abolición del trabajo asalariado».

Resumo estas consideraciones en una tercera tesis: lo que ha muerto en estos finales del siglo XX, tomando el término en su sentido conceptual, es el socialismo -socialismo que debía ser la «primera fase del comunismo» y ha comprobado ser su antítesis esencial. Lo que se incorpora en cambio al orden del día, en el sentido marxiano de la palabra, es el comunismo -un comunismo cuyo concepto sustantivo debe ser enteramente reelaborado a partir de las realidades de hoy, y de los supuestos de mañana que en ellas proliferan.

Por cierto, incluso aquellos que suscribrirían en alguna medida estas tesis, no dejarían de plantear entonces otra cuestión: si tal concepto del comunismo es pertinente, ¿sería posible conservar el término pese a todo lo que se ha hecho en su nombre -diría más bien: con su seudónimo- en este siglo como denominación de una fuerza política que adopta como objetivo semejante superación del capitalismo? Mi respuesta personal es afirmativa, a condición de una verdadera refundación de una organización política de nuevo tipo, liberada hasta el fin de las herencias de todas las Internacionales que han existido después de la primera. Pero para justificar esta respuesta me haría falta nada menos que adentrarme en la exposición de motivos de una tesis número cuatro, y ya no hay más tiempo.

Sin embargo, un último interrogante. ¿Mi intervención no será, al fin de cuentas, demasiado optimista frente a la bancarrota cuyo terrible pasivo nos abruma? Respondo que si es así, se trata de un optimismo de tonalidad bastante trágica, porque ¿cómo no estar acosado por la urgencia unida a la extrema dificultad de reconstruir una perspectiva de transformación social radical, a riesgo de no poder conjurar catástrofes políticas y humanas demasiado previsibles? Pero, se se adhiere verdaderamente al materialismo crítico de Marx, ¿podría dejarse de advertir, sin embargo, que la eventualidad misma de tales catástrofes es el reverso de las posibilidades aún muy poco utilizadas para evitarlas? Es la tesis que atraviesa todas mis tesis: lo peor no siempre es seguro.

(*) Las citas están tomadas de K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858. Siglo XXI, 9ª edición México-Madrid, 1982, Vol.2, págs. 220 y 228.

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