De islas, militares y buenos libros. Parte I

Los autores e historiadores, Ed Strosser y Michael Prince, escribieron un libro titulado «Stupid Wars» que en español fue publicado como «Breve Historia de la Incompetencia Militar«, que reseña en forma sarcástica, ampliamente documentada y muy amena, una serie de escaramuzas militares e incluso guerras desatadas por razones todavía no comprendidas o achacadas incluso a exceso de testosterona en sus actores.

A pesar de ser Neoyorquinos se burlan de forma inmisericorde hasta del súper héroe americano, George Washington, o de la invasión a Granada, pero lo que traigo a tema es el tristemente célebre caso de La Guerra de las Malvinas, que se desató entre Argentina e Inglaterra por pelearse unas islas tan importante para el mundo como nuestra famosa Isla Conejo, que solo sirve para que los militares de El Salvador y Honduras afirmen entre la población la necesidad de tener ejército, así que en varias entregas disfruten de este ilustrador extracto de un excelente libro.

 

La guerra de las Malvinas – 1982

Fue una guerra del todo elemental. Al contrario de lo que ha sucedido en la mayor parte de las guerras del siglo XX, no había en juego ningún principio. Fue una guerra motivada por una especie de nacionalismo machista: la cuestión era quién los tenía más grandes y quién iba a ser mangoneado. En una era de portaaviones, jets supersónicos y misiles de alta tecnología, esta guerra tenía tan poco sentido como una pelea de patio de colegio.
Algunas veces, cuando el nacionalismo de un país choca contra el de otro, estalla el conflicto. Históricamente, pocos países han defendido a su país con más vigor de lo que lo ha hecho Gran Bretaña. Si sueltas un estornudo en mal momento en una de sus colonias, ya puedes prepararte para recibir una carta desagradable de la reina. Cuando los argentinos se apoderaron de aquellas islas inútiles en 1982, los británicos no dudaron en mandar una buena parte de su armada al otro extremo del mundo para recuperarlas. El mundo se quedó sorprendido, pero nadie más que los líderes de la Junta argentina invasora, porque sus ciudadanos se contaban entre las pocas personas que sabían dónde estaban las Malvinas y entre las aún más pocas a quienes importaba. En plena guerra fría, el mundo se veía amenazado por el triste espectáculo de un concurso de tiro entre dos países que en realidad no tenían nada por lo que luchar. Y curiosamente no había ni un comunista a la vista por ninguna parte.

Los actores

Margaret Thatcher: ¿Quién es más macho? Nadie puede con Maggie. La Dama de Hierro. La primera mujer que encabezó el gobierno británico que antiguamente había dominado el mundo, se horrorizó con la tan espectacularmente mal calculada agresión argentina y presionó para que se llevase a cabo la gigantesca operación militar de recuperación de las Malvinas, unas islas con las que a menudo Gran Bretaña sólo se comunicaba mediante mensajes transmitidos por radioaficionados.
La verdad desnuda: Se moría por una pelea con los soviéticos, pero tuvo que conformarse con los argentinos.
Méritos: Llevó a la oxidada flota británica a su límite y más allá.
A favor: Reanimó la economía británica y su posición en el mundo.
En contra: Nunca se pensó que fuese el más simpático de los primeros ministros, ni siquiera que fuese uno de los tres más simpáticos.

General Leopoldo Galtieri: Jefe de gobierno de la Junta Militar argentina en 1982. Ocupó el poder en diciembre de 1981 cuando una remodelación gubernamental lo situó en la oficina en que se decidía la política social y económica del país, así como quién debía ser torturado, asesinado y hecho desaparecer.
La verdad desnuda: Aunque nunca sometió a la Junta a los duros dictados del electorado, era sensible a la presión de la opinión pública.
Méritos: Era apreciado en Washington, donde la administración Reagan le admiraba por su buena disposición para asesinar a miles de personas por si alguna de ellas resultaba ser comunista.
A favor: Jefe de lo que se llamó «Proceso de Reorganización Nacional» y que encubría la guerra sucia contra el desagradecido populacho. Además estaba impresionante de uniforme mientras era aclamado delante del palacio por ingentes multitudes que imaginaban que iban a derrotar a los británicos.
En contra: No consiguió inspirar ningún espectáculo de Broadway que representase su vida.

La situación general

Las Malvinas se hallan justo en la parte exterior del Círculo Polar Antártico. Las islas son yermas y la mayor parte de sus habitantes son aves y focas. Unas pocas personas, que no alcanzan a formar más que un pueblo o dos, han habitado las islas durante cientos de años desde que el ser humano plantó por primera vez sus raíces en su delgado suelo.
La característica principal de las Malvinas ha sido su completa insignificancia en todos los aspectos. Las islas no tienen ninguna utilidad práctica excepto como estación de balleneros, observatorio meteorológico (aunque lo que se suele observar es el aburrimiento) o una estación naval de carbón, que sería útil si fuese el caso que los barcos aún usasen carbón. Cuando el capitán inglés James Cook descubrió las islas, declaró que «no merecían ser descubiertas». Por otra parte, creyó que merecía la pena señalar que no valía la pena descubrirlas.
A pesar de su persistente insignificancia para los humanos, las Malvinas han sido objeto de luchas de poder durante la historia moderna. En la década de 1760, los franceses, británicos y españoles, todos ansiosos por aumentar sus colonias alrededor del mundo, contemplaron las inútiles islas como una adición fácil en un cuadrante vacío de su mapa colonial. En 1764, los franceses establecieron una colonia en las islas, seguidos un año después por los británicos. Ambas colonias ignoraban la existencia de la otra. Cuando los franceses y británicos descubrieron cada uno por su lado la odiosa presencia de los otros, los británicos pidieron a los franceses que declarasen su lealtad al rey Jorge III. Los franceses rechazaron su oferta y sintiendo tal vez que su único valor residía en ser objeto de deseo del Imperio británico, vendieron rápidamente su interés a España.
Mientras la colonia española crecía, la colonia británica se debilitaba y en 1770 los británicos se retiraron, pero no antes de que la oficina de Asuntos Exteriores británica emitiese su diplomática amenaza estándar de iniciar una guerra de honor contra España. Los españoles acordaron un tratado de paz secreto que supuestamente mantenía la soberanía española sobre las islas pero permitía que los británicos conservasen su colonia principal en Port Egmont. Este tratado, cuyos términos exactos nunca se han hecho públicos, constituye el principal motivo de disputa sobre quién exactamente tiene las escrituras de propiedad de las insignificantes islas.
A pesar de haber restaurado su colonia, los británicos levantaron el campamento en 1774 y continuaron con su construcción del Imperio en los siguientes sesenta años. Durante este tiempo, el Imperio español continuó desintegrándose mientras que el Imperio británico alcanzaba una gloria cada vez mayor. Claramente, las fortunas de ambos Imperios no guardaban en absoluto relación alguna con su posición colonial respectiva en las Malvinas.
La desintegración del Imperio español dejó en su estela un puñado de nuevos países en América del Sur, incluyendo Argentina, el país más cercano a las Malvinas. Los argentinos, una nueva nación impaciente por hacerse con sus propias posesiones inútiles, declararon que las Malvinas eran suyas y en 1820 enviaron un barco que atracó y plantó su nueva bandera. Pronto, los colonos establecieron un puerto pesquero, un uso lógico en unas islas áridas, pero, por razones desconocidas, aquello fue visto como una terrible afrenta por unos ingleses de mentalidad marinera, que tenían tendencia a reclamar cualquier montón de porquería que sobresaliese de las olas como suyo.
En 1883, un buque de guerra británico se abatió sobre las Malvinas (conocidas por los británicos como Falklands), las reclamó para Gran Bretaña y mandó de regreso a la Argentina a aquellos pescadores provocadores. La expulsión de éstos causó una gran protesta en Argentina. El honor nacional había sido insultado y juraron vengarse.
Ciento cincuenta años después, los argentinos lo intentaron.

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