De cómo caracteriza Marx la forma vulgar de la teoría, Parte 2

Por Rubén Zardoya Loureda (**)

En la obra de los pensadores del rango del profesor y académico MacCulloch, se anuncia una nueva determinación de la teoría vulgar: al franquear los umbrales de las cátedras y aulas universitarias, ésta se convierte como norma en un auténtico catálogo de puntos de vista vulgares hurtados de cualquier anaquel o gaveta y, salvo lugares comunes del tipo «dos más dos es igual a cuatro», absolutamente desprovistos del menor viso de cientificidad.

… Cuanto más se va acercando la economía a su pleno desarrollo y más se va revelando como un sistema hecho de contradicciones, más va levantándose frente a ella su elemento vulgar; nutrido con las materias que a su manera se va asimilando, hasta convertirse en un sistema especial que acaba encontrando su expresión más adecuada en una amalgama desprovista de todo carácter.[1]

Para designar semejante actividad compilativa, Marx utiliza el término «forma profesoral de la ciencia», teniendo en cuenta, evidentemente, que en la mayoría de los casos los más virtuosos exponentes de las representaciones económicas vulgares son los profesores de Economía, más o menos duchos en el arte de confeccionar tablas gigantes, árboles clasificatorios, gráficas y esquemas, tan esmerados y minuciosos como inútiles para la ciencia. Según palabras de Marx, este albañal de la teoría:

…procede históricamente, y con una prudente moderación, espigando lo mejor de todas las cosechas; no le importan las contradicciones, lo que le interesa, sobre todo, es ser completa. En ella todos los sistemas pierden lo que les anima y da vigor y acaban formando un revoltijo sobre la mesa de los compiladores. La pasión del apologista se ve refrenada aquí por la erudición, que contempla con una especie de conmiseración las exageraciones de los pensadores economistas y las diluye en sus propias elucubraciones. Esta clase de trabajos comienzan a partir del momento en que la economía política cierra su ciclo como ciencia; son por tanto, al mismo tiempo, la tumba de la ciencia económica.[2]

Pero las tumbas aún se abren y los espíritus de los muertos siguen mortificando a quienes esperan su hora. No sólo es un hecho que la ciencia difunta se ha entronizado sólidamente en el reino del conocimiento social, personificada en una profusión inaudita de fantasmas corpóreos que festejan su vida de ultratumba en academias, universidades y editoriales, sino que, con la alfabetización creciente y la consolidación de la llamada «cultura de masas», ha generado una prole múltiple de comerciantes al por menor, tramposos baratos y especuladores de la bolsa espiritual que sobrepuja toda medida de degradación, y en comparación con la cual el profesor más tonto o avieso figura una luminaria científica. Precisamente de las universidades suelen salir los heraldos negros que se encargan de difundir y «masificar» la teoría vulgar y profesoral por todos los canales del cielo y de la tierra en forma de «libros de bolsillo», folletos con ilustraciones y gráficas cuyo costo de producción no supera el centavo, reflexiones radiales y televisivas, columnas «para leer con calma» en los diarios. En este desconcierto de ideas destinadas al «amplio consumo», la teoría vulgar se transfigura en una extensión cuantitativa sin cualidad ni límites apreciables; el eclecticismo abstracto se convierte en fábula e historieta, los latinajos se truecan en dicharachos, la terminología excelsa se sustituye por palabras y expresiones del lenguaje familiar. La demostración deviene una simple referencia a la autoridad, generalmente despersonificada, una especie de espíritu dictatorial sin coordenadas reconocibles, al que los «consumidores de la gleba» han de entregar su alma sin reparos, con algo de respeto místico. «La ciencia ha demostrado», «el pensador Tal ha dicho»: he aquí el tipo de demostración que se realiza, en la suposición de que los títulos «ciencia» y «pensador» deben sugerir un sentimiento de reverencia y sumisión que inhiba en los lectores o escuchas el surgimiento de la más pequeña duda con respecto a la veracidad de lo afirmado. El ejemplo, la anécdota, el aforismo, la sentencia y el epitafio encuentran su feudo en este arte bastardo y, en virtud de su fuerza figurativa extensiva y de su capacidad de entrelazarse con las tradiciones, los sentimientos y los prejuicios populares, multiplican, generan y regeneran el entendimiento escaso y la visión acrítica y fetichista de la realidad. En época de Marx, estos infraproductos de la «sociedad de consumo» que hoy constituyen el pan nuestro de cada día, apenas comenzaban a modelar su fisonomía.

Ahora bien, esta caracterización del proceso de degradación de la economía política burguesa puede aplicarse enteramente al estudio del desarrollo histórico de la filosofía burguesa posclásica. No operamos aquí con una mera analogía. La economía política y la filosofía burguesas no son, simplemente, formas diferentes de producción espiritual, sino momentos orgánicos de un mismo proceso histórico íntegro de producción de representaciones y conceptos acerca de la sociedad que necesariamente atraviesa en su desarrollo por las etapas apuntadas. El propio envilecimiento de la economía política burguesa en las teorías vulgares y profesorales constituye precisamente una expresión y una forma de manifestación de esta regularidad común a toda la ciencia social burguesa, vinculada a la modificación de la posición de la burguesía en el curso del desarrollo del capitalismo. Más aún, el estudio científico de la evolución histórica del modo de producción espiritual burgués desde su consolidación hasta nuestros días muestra que los procesos de degradación no se limitan a la ciencia social y a la filosofía, sino que su fuerza avasalladora arrasa, asimismo, con el contenido prístino del mito, el arte, la moral, la religión y el derecho en sus formas burguesas clásicas. Estos procesos, que dimanan de la lógica interior del desarrollo del capitalismo, alcanzan su punto culminante en la época en que la burguesía se transforma en una clase social reaccionaria y su ideología adquiere su determinación más profunda en la contraposición a la ideología proletaria, a la doctrina marxista íntegra, a la concepción comunista del mundo. El mismo movimiento en el ser social de los hombres que genera la ideología científica del proletariado, determina también el surgimiento de formas cualitativamente nuevas de conciencia: la ciencia social (o histórica) vulgar y la filosofía vulgar burguesas. Se trata, en resumen, de formas de producción espiritual resultantes de la diferenciación y el desgajamiento de los elementos vulgares de la filosofía y la ciencia social burguesas clásicas, de aquellos momentos de la teoría en que los pensadores clásicos, a causa de sus limitaciones sociales -implícitas las gnoseológicas-, resultaron incapaces de penetrar en la esencia de los fenómenos estudiados, de revelar su nexo interior y el proceso de su formación y metamorfosis histórica, y se contentaron con su descripción externa y acrítica en la forma de representaciones inmediatas; diferenciación y desgajamiento que suponen la transformación radical de la teoría clásica, la destrucción de sus fundamentos y principios, su entrelazamiento fortuito con toda clase de nociones, prejuicios y aventuras espirituales de la subjetividad encerrada en sí misma y ansiosa de novedad, y su imbricación más o menos orgánica con las restantes formas de la producción espiritual burguesa. El pensamiento vulgar burgués constituye precisamente la contrapartida (el contrario lógico) del pensamiento clásico, es su hijo espurio y parricida. Su fundamento metodológico es el idealismo hechicista habitual en la la vida cotidiana de la sociedad burguesa y la lógica artesanal de las clasificaciones, la lógica formal convertida en absoluto. Su determinación universal es la apología del capitalismo, el compromiso tácito de echar un velo sobre el antagonismo de las clases sociales mediante toda suerte de paralogismos.

Alconocimiento social burgués posclásico, considerado como una forma íntegra de conciencia, se le contrapone toda la obra viva de los clásicos del marxismo-leninismo, cuya concepción de la historia se formó y desarrolló precisamente a través de la lucha más implacable – ajena por completo al besuqueo furtivo con los «enemigos de clase» que caracteriza a muchos de sus autoproclamados seguidores- con teorías vulgares y profesorales de todo jaez, procedencia y destino.

…En el campo de las ciencias históricas ha desaparecido de raíz con la filosofía clásica, aquel antiguo espíritu teórico indomable, viniendo a ocupar su puesto un vacuo eclecticismo y una angustiosa preocupación por la carrera y los ingresos, rayana en el más vulgar arribismo. Los representantes oficiales de esta ciencia se han convertido en los ideólogos descarados de la burguesía y el Estado existente; y esto, en un momento en que ambos son francamente hostiles a la clase obrera.[3]

El espacio del pensamiento clásico lo llenó un «estrepitoso ruido de latón». «Ruido de latón en poesía, en filosofía, en política, en economía, en historiografía; ruido de latón en la cátedra y en la tribuna; ruido de latón por todas partes; ruido de latón que se arroga una gran superioridad y profundidad de pensamiento …» .[4]

Ruido de latón que en el presente ha llegado a ser francamente ensordecedor.

Más adelante intentaremos disipar [se refiere a otro capítulo del libro] algunas dudas referentes al género de universalidad que atribuimos a este diagnóstico de Marx, y a la legitimidad de su extensión a la caracterización del pensamiento filosófico burgués posclásico considerado como una forma integral de producción de ideas. Ciertas precisiones son necesarias en virtud del modo harto enrevesado y engañoso con que el duende de la teoría vulgar y, sobre todo, su hipóstasis apologética, se encarnan en el sistema de la producción espiritual inherente a las sociedades capitalistas desarrolladas de nuestros días, en cuyos marcos la reproducción y el fortalecimiento de los intereses políticos de la burguesía se realizan a través del juego cada vez más retorcido y sutil de la «libertad de expresión» promulgada desde las primeras declaraciones de «los derechos universales del hombre». En particular, el disfraz de autonomía con que se cubre el proceso de institucionalización del conocimiento social en la segunda mitad de nuestro siglo y, en general, la independencia «relativa» aparente de la «sociedad civil» con respecto al señorío estatal, ofrece a los teóricos de la burguesía la mejor de las coartadas posibles contra la acusación de cancerberos del statu quo y, consecuentemente, de vulgarizadores profesionales de la filosofía y la ciencia social.

Apuntemos, por el momento, que no escapan a la irrupción triunfal del ruido de latón ni la teoría socialista, ni la propia doctrina marxista. Desde el punto de vista lógico, la semblanza de la economía política vulgar que hemos presentado se ajusta íntegramente a todas las formas del socialismo burgués «que no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en simple figura retórica»,[5] lo que hace posible idear «combinaciones de un orden de cosas en el que los lobos se hayan dado un hartazgo y las ovejas estén intactas»;[6] se ajusta igualmente a todas las teorías oportunistas y revisionistas (en sentido leninista) del marxismo y, ante todo, al llamado «marxismo oficial» permeado por un servilismo apologético con pocos antecedentes en la cultura espiritual de la humanidad, convertido en una especie de mitología primitiva en tomo al advenimiento paulatino del reino celestial sobre la tierra.

No se precisa de un estudio exhaustivo para constatar la transparencia con la cual la lógica interna de la degradación de las teorías clásicas en teorías vulgares y profesorales revelada por Marx se verifica en el recorrido histórico de la concepción marxista de la historia, la más reproducida, referenciada, revisada, formalizada, inventariada y desvalijada de las concepciones sociales de la época moderna. Parecería que Marx hubiera contemplado el destino de su obra intelectual en una esfera de cristal de las que hacían uso los brujos medievales. En sus imágenes evanescentes habría antevisto la vorágine de las sucesivas metamorfosis ortodoxas, semiortodoxas, heterodoxas y francamente chapuceras que conducirían al naufragio y la sepultura del marxismo vulgar. Negación radical del historicismo concreto a favor de las diversas formas de historicismo abstracto, del poder de las clasificaciones, las tipologías y las cronologías «transhistóricas»; parasitismo escolástico y ecléctico sobre las conquistas del pensamiento anterior; rutinas y politiquerías enfundadas en lenguaje catequizante; adoración de la forma externa del discurso científico y de las definiciones acabadas; detallismo insulso y amontonamiento de puntos de vista; ejemplificación pueril; exaltación de la autoridad y conversión de frases aisladas en auctoritas canónicas; especulación sin rienda y sustitución de las batallas terrenales por el augusto pedestal de «lo universal» (universal cósmico o universal humano); enmascaramiento sistemático y paralógico de las contradicciones de las sociedades que emprendieron el camino de la construcción socialista.[7] A tal inanición y fofez ideatoria se vio reducida, bajo los embates del imperativo apologético, la más poderosa de las teorías científicas clásicas de la era capitalista. Con la trágica agravante de que, si el pensamiento social burgués se fortalece y adquiere mayor funcionalidad (una adecuación más plena a los intereses políticos de la burguesía) a través de la forma vulgar, la vulgarización del marxismo constituye una auténtica catástrofe para quienes, con frecuente ligereza, llaman «explotados de la tierra».

(*) Tomado del libro La Filosofía Burguesa Posclásica de Rubén Zardoya, publicado en La Habana, Cuba, año 2000. Disponible en versión digital en: www.revolucionomuerte.org

(**) Revolucionario cubano, Licenciado en Filosofía y Doctor en ciencias Filosóficas graduado en la URSS, Ex Rector de la Universidad de La Habana.

Notas:

[1] Carlos Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ed. Cit, t. 5,  p.394
[2] Ibídem.
[3] FEDEICO ENGELS: «Ludwig Feuerb3ch y el fin de la filosofía clásica alemana>!, en: Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas en 3 tomos, ed. cit., t. 3, p. 395.
[4]FEDERJCO ENGELS: Anti·Diihrillg, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1975, p. 11.
[5] CARLOS MARX y FEDERICO ENGELS: «Manifiesto del Partido Comunista», en: Obras Escogidas en 3 tomos, ed. Cit. l. 1, p. 136.
[6] V.I.  Lenin: « ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas», en: Obras Completas, t. J, Moscú, 1931, p. 259.
[7] Ver RUBÉN ZARDOYA LOUREDA: ¿Qué.marxismo está en crisis?», en: El derrumbe del modelo eurosoviético: una visión desde Cuba, Ed. Félix Varela, La Habana, 1994.


Publicado en “Debate Socialista”
Edición Nº 205, 07 noviembre y 09 diciembre, 2012
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