Algunas consideraciones sobre el socialismo. Parte II

II

Hemos asumido como axiomas que la humanidad todavía no ha alcanzado un estado final de evolución cultural y que la nueva visión que tenemos del socialismo puede corresponderse con la de integración de nuestros pueblos; por lo tanto estamos en plena construcción de un proceso que ya ha dejado algunas cosas respecto a qué queremos y respecto a qué errores no deseamos repetir. En sí misma, la idea de integración puede ser algo muy rico. Se trata de ver cómo la llenamos de contenido revolucionario y hasta qué punto ello es posible. Integración de los capitales continentales, como bloque comercial, es una cosa; pero eso de nada sirve a las grandes mayorías. Otro tipo de integración también es posible. La cuestión es ¿cómo construirla?
Está claro que el imperialismo estadounidense en cualquiera de sus dos pervertidas versiones, demócrata y republicana, no tiene otra finalidad que seguir saqueando la riqueza de los pueblos del Sur y esclavizarnos imponiéndonos su criterio de quietud.
De hecho, por una suma de razones históricas, hoy hay mucha quietud en amplios sectores de nuestros pueblos. Se trata de una quietud no casual; es una funesta consecuencia de estrategias estructuradas y puntualmente definidas por el imperialismo estadounidense para manipular la conciencia del Sur y, en consecuencia, generar poblaciones manipuladas mediante patrones establecidos, entre otros, por periodistas «descerebrados», amaestrados y dispuestos a salirse de sí mismos para subastar su dignidad. O por «sesudos analistas» despotricando contra el «eje del mal», a contrapelo del «eje del bien», y niños comiendo en un Mc Donald’s tomando Coca-Cola, todo ello con el bombardeo mediático implacable a que nos tienen sometidos (el 85 % de los mensajes audiovisuales que transitan por el mundo viene de Estados Unidos).
La sangrienta invasión y ocupación militar norteamericana en Panamá en 1989 puso en evidencia que la quietud de otros pueblos latinoamericanos ante la criminal agresión de Washington no es casual.
Tanto en las cárceles como en las escuelas de América Latina se ha venido practicando un absurdo autoritarismo como forma de castigo, y eso forma parte de la misma estrategia psicológica de la mal llamada «Escuela de las Américas», donde nuestros militares son entrenados para torturar a sus propios hermanos. Como dijo uno de ellos en un lúcido momento de reflexión: «en Estados Unidos los militares no damos golpes de Estado… porque no hay embajada gringa».
La suerte de esos hombres, mujeres y niños que son maltratados y castigados es obviamente previsible, a tal punto que cuando pudiese dárseles toda la libertad, ellos no podrían usarla por no estar preparados para ejercerla, puesto que han sido llevados a un estado extremo de indefensión. Ese individuo indigente, aislado y sin posibilidades de tener a mano una vía de escape hacia su autodeterminación y su libertad, puede entonces -entre otras «salidas»- enclaustrarse en las drogas para, en su orfandad, formar una pieza importante del sistema explotador. Y las drogas también son un negocio manejado por los grandes poderes, usado justamente para adormecer.
El ser humano es parte del Universo, pero la sociedad capitalista no hace más que tratar de regularlo para ponerlo entre límites y clasificarlo según su cultura y lugar de nacimiento. A manera de ejemplo, es del conocimiento general que a Estados Unidos no puede entrar un iraquí o alguien que se le parezca, a menos que sea para cumplir un papel del Departamento de Estado. Por el contrario, para una sociedad socialista -a propósito de las propuestas de integración latinoamericanista- la nacionalidad debería ser considerada como un valor externo a la calidad humana; cuando mucho, la nacionalidad debería ser no más que un valor agregado y sólo eso. Al respecto vale recordar la frase de Einstein: «el nacionalismo es la enfermedad infantil de la humanidad».
La naciente propuesta socialista tiene que estructurar leyes tanto social como jurídicamente avanzadas para evitar hacer falsas e injustas caracterizaciones del «extranjero» y, para mejor, incorporarlo al verdadero desarrollo donde quiera se encuentre, encima o debajo de la madre tierra, porque los pueblos son los que han sido, los que ahora estamos y los que en siglos han de venir. La voluntad infinita de los pueblos para empinarse sobre las dificultades y avanzar debe ser la bitácora del nuevo socialismo.
Sin una educación descolonizadora cualquier avance en lo económico será inversamente proporcional al bienestar de los pueblos.
La vieja noción de naturaleza humana ha cambiado a medida que las investigaciones científicas en el campo de lo social han avanzado. En tal sentido, la educación socialista tiene que considerar a la persona en su totalidad más que poner el énfasis en cada uno de sus rasgos, de modo tal que las partes puedan estar en función del todo al cual pertenecen; así podremos desarrollar la tolerancia de posturas divergentes respecto a nuestro pensamiento y valorar el alto sentido de la libertad y ponderar las ilimitadas posibilidades de desarrollo personal y social.
La noción de desarrollo en el socialismo debe ser integral, por lo que ha de diferir rotundamente de la noción existente en el capitalismo en el que sólo se atiende al ser humano en su dimensión económica y se soslayan otras consideraciones como el ser social y espiritual. Hay que hacer del socialismo y de la integración un enfoque holístico que desemboque en un lenguaje, y por consiguiente, en un poderoso instrumento de una comunicación diferente, que propicie el equilibrio de una paz mundial, porque la humanidad ha vivido en una eterna guerra con escasos instantes de paz, y ya basta de eso.
Hay seres humanos que nacen y viven sin conocer la paz; vivir y morir sin conocer la paz es estar en el infierno. Por todo eso, el destino del socialismo y de la integración es amparar la dignidad humana y el bienestar social de todos, en contraposición al capitalismo imperial.
Queda por esclarecer el estado social de justicia y de derecho, lo que nos obliga a buscar e inventar caminos en los que la ética del Sur prevalezca en el Sur, que el amor prevalezca sobre el encono, la solidaridad sobre el egoísmo y la paz sobre la diatriba estéril.
La nacionalidad de alguna manera separa a los seres humanos; los ideales internacionalistas, por el contrario, fortalecen vitalmente la interrelación. La universalización de las artes y de la ciencia constituye importantes factores de integración más allá de las fronteras del racismo que hace ver que una persona es inferior a otra cuando precisamente son las presiones sociales y culturales las que conllevan tales diferencias.
Como humanos somos una realidad, y ya el mero hecho de coexistir implica la posibilidad de tropezar, así que si tratamos de corregir un poco la percepción de algo que merece ser revisado, vamos a hacerlo. La manera en que América Latina ha coexistido tiene que revisarse; de hecho, hay una propuesta de integración sobre el tapete. El patrimonio histórico de nuestros pueblos, que no es sólo el presente, sino el pasado y además el futuro, tiene que planificarse para el bienestar y la felicidad de todos. El socialismo tiene que ver con esa planificación.
La vía más segura para impulsar la integración y profundizar en la visión política del socialismo nuevo es oyendo lo que puedan decir todos los pueblos en un debate crucial, sin el cual se niega expresamente la posibilidad de rectificar. El hábito constante de corregir y completar ideas comparándolas con otras, imparcialmente, con toda la honestidad posible, es una vía segura para desechar la duda y alcanzar el fundamento estable y de confianza en lo que deseamos conocer a fondo y, lejos de evitar las objeciones y las dificultades, debemos buscarlas para el análisis y para la síntesis, para la confrontación.
A diferencia de la globalización informativa como arma usada por los grandes centros de poder internacional, y también del viejo internacionalismo proletario pro-soviético, que tenía mucho de eurocéntrico, el socialismo que puede ir surgiendo desde Latinoamérica no debe estructurarse bajo un solo patrón. Es necesario que afloren las modalidades de cada país, sin soslayarse, bajo ningún respecto, el carácter esencial de la solidaridad y la cooperación.

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